(Gracias, Confort Arthur)
La noche del 12 de mayo de 2023, la ghaniana Comfort Arthur pronunció tres frases que estallarían una revolución de silencios intrínsecos y cambiarían el curso de aquella cotidianidad algo aletargada que se respiraba en la Escuela-Taller de Buenaventura, durante la segunda noche de la 5ª Muestra de Cine Africano (MUICA):
I am dark,
I am beautiful,
I am black barbie.
La voz de la animadora, directora y guionista ghaniana Comfort Arthur se entremezclaba con un barullo ensordecedor de sonoridades femeninos, alojadas en ese lugar preciado, ubicado en lo más intrínseco de cada mujer afrodescendiente, donde habitan los pensamientos más insospechados, las preguntas sin respuestas, las impotencias, las frustraciones, los miedos y los anhelos que se resisten a ser pronunciados: el adentro.
Dos minutos después, la pantalla del videobeam dejó de existir. Estalló un silencio sepulcral en el espacio. Las miradas se rehusaban a toparse, como si tuviesen miedo a mirarse en el espejo de otras pupilas. Para colmo, las mudeces gritaban como locas.
Yaiza Mariam Quintana, encargada de llevar a cabo la programación del MUICA 2023 en la zona insular de la ciudad, agradeció a los presentes por la asistencia y dio inicio al conversatorio sobre el cortometraje.
En Buenaventura y los ríos aledaños, las abuelas siempre contaban que cuando las aguas del río estaban muy quietas, algo inesperado estaba a punto de suceder. Era cuestión de tiempo para que las aguas existenciales de aquellas mujeres se salieran de su cauce.
«El cortometraje me recordó a la protagonista de una novela de Chimamanda, orgullosa de su cabello y de su identidad», dijo una voz juvenil para romper con aquella sinfonía insonora.
En los silencios intrínsecos de las presentes, podían escucharse los alaridos del espíritu de la joven Ifemelu, perteneciente a la etnia nigeriana igbo, tan de carne y hueso como cualquiera de las mujeres afrodescendientes que estaban allí.
Entonces, un fragmento de la historia parida por Adichie se hizo eco en la memoria: «Se miró en el espejo, se hundió los dedos en el pelo, denso, esponjoso y magnífico, y no pudo imaginarlo de otra forma. Se enamoró de su pelo, así de sencillo».
Buenaventura y Nigeria nunca estuvieron tan cercanas.
Tras respirar hondo, una mujer entrada en años espantó a su voz (escondida en el pánico escénico) para que saliera despavorida por sus labios.
«A nosotras nos tocó una época muy distinta. Nos alisábamos el cabello porque nos sentíamos acomplejadas de tenerlo duro. Ese complejo fue inculcado por las mujeres de nuestra familia», dijo mientras tartamudeaba. «Alisarme era un suplicio para mí. Cuando me aplicaba el producto en el cabello, sentía un incendio en mi cabeza».
Mientras narraba aquello, la tensión se esfumó de los cuerpos. Se acomodaron plácidamente en las sillas, señal inequívoca de que muchos silencios intrínsecos alzarían su voz esa noche.
El perfume de una catarsis necesaria bailaba con la luna llena. Una de las presentes rompió su ayuno oral e hizo un chiste.
Risas, los labios ansiosos por abrirse para narrar lo nunca expresado. Los testimonios escuchados fueron el detonante de una revolución intrínseca en cada mujer afrodescendiente que estaba ahí. Muchas de ellas dejarían de ser anónimas para calar en la memoria de sus congéneres.
En el ambiente, flotaba el presentimiento de que los nombres y las historias saldrían a relucir.
La fiesta de los adentros estaba a punto de empezar.
Carmen: la importancia de amarse y pedirse perdón a una misma
Era pertinente conocer un poco más a Comfort Arthur. Un fragmento de un artículo de Internet donde se mencionaba a la cineasta africana fue leído por Yaiza Mariam:
«Mis hermanas pequeñas tenían la piel clara y yo era oscura. Durante toda nuestra infancia, la gente decía lo guapas que eran», relata Comfort Arthur, una realizadora de cine de animación y actriz de 31 años. Cuando su madre le dio una muñeca Barbie negra, recuerda que se echó a llorar y le dijo: «Quiero la blanca». A los 23 empezó a blanquearse la piel y se le aclaró considerablemente.
«Solo entonces me di cuenta de que tenía la autoestima baja», dijo. «Su piel tardó un año en volver a su matiz natural de color chocolate y desde entonces la cineasta ha estado esforzándose por aceptar cómo se ve a sí misma. Escribió el guion de una película de animación titulada Black Barbie en la que aborda la experiencia de su infancia».
Una voz vestida de manglar, arrojo y potestad saltó de su escondrijo. A diferencia de las primeras voces que se escucharon minutos atrás, sosegadas por el alivio que brinda el anonimato, le pertenecía a una mujer con nombre y apellido.
«Yo he estado calladita, sentada en esta silla, escuchando atentamente a las compañeras con mucho respeto, y esperando con paciencia mi momento. Mi nombre es Carmen Elena Rentería y soy docente. Al igual que la señora que acaba de hablar, yo también me alisé el cabello durante muchos años para sentirme bien conmigo misma. Me entristece el haberme avergonzado de mi cabello».
La mirada de la profesora se engarzó en un par de jovencitas afrocolombianas, ambas con cabelleras chontas que gritaban a los cuatro vientos el orgullo de su textura y grosor. Entonces, la voz vestida de manglar, arrojo y potestad volvió a salir del escondrijo.
«Me enorgullece muchísimo ver a nuestras adolescentes y jóvenes con sus cabelleras naturales. Eso me obliga a pedirme perdón a mí misma por alisar mi cabello para agradar a la sociedad. Me sentía avergonzada de mi pelo duro y no estaba cómoda con mi identidad de mujer negra y afrocolombiana».
Tras la última palabra dicha, una paz medicinal se asiló en los brazos y las piernas de Carmen. El yugo cayó en lo más profundo de la memoria. Una algarabía estremecía los adentros.
La humedad y el frío se amaban sin musitar palabra en el cielo bonaverense. La luna llena hacía las veces de Celestina.
Lizeth: el valor de lo cinematográfico en la transformación de realidades subjetivas
Un súbito aroma a lluvia se desprendió de una de las materas que moraban en la escuela-taller. Con aquel aroma, también brotó el miedo a uno de esos aguaceros que llegaban de visita sin avisar y cambiaban repentina el curso de la cotidianidad bonaverense.
Quintana reflexionó sobre la contribución de Comfort Arthur a las nuevas generaciones tanto de Ghana como del Pacífico colombiano:
«Cuantas de nosotras no hubiésemos querido tener la posibilidad de ver el cortometraje de Comfort Arthur para entender el valor de nuestro cabello y su poder dentro de nuestra identidad y nuestra belleza. Afortunadamente las niñas y adolescentes, tanto de África como del Pacífico colombiano, podrán conocer su historia y entender que lo capilar es una parte vital de nuestro universo estético, histórico y político».
Otra voz femenina se manifestó de manera inesperada. Parecía como si estuviera persiguiendo los últimos respiros de la voz de Mariam y arribar a la escena en el momento exacto, sin imponerse ni ser descortés.
A diferencia de la de Carmen, aquella voz obligaba a imaginar a una revolucionaria de tiempos pasados: potente, sin el más mínimo asomo de titubeo, decidida a expresar el pensamiento que latía en lo más profundo de su cabeza.
«El cortometraje de Comfort Arthur debe ser exhibido en los colegios y universidades de Buenaventura y del Pacífico. Aún nos falta mucho camino por recorrer».
Quienes escuchaban, asentaban con la cabeza como señal de aprobación. Era indiscutible que disfrutaban de aquellas palabras que invitaban a una revolución pacífica pero trascendental.
«Para quienes no me conocen, me llamo Lizeth Carabalí Cuero y soy estudiante de la Universidad del Pacífico. Perdón si me emocioné, pero me encanta asistir a estos espacios porque es aquí donde escuchas al otro y aprendes de su historia de vida. Eso no lo vas a encontrar en ningún libro académico».
Llovió. No fue agua, eran aplausos y elogios para Lizeth. La profesora Carmen era la más emocionada de todas.
«Compañera, me identifico con usted. Sus palabras me llegaron al corazón. La felicito por esa manera de expresarse», expresó.
La humedad era sofocante. Nadie dudaba de que llovería.
Jennifer: la urgencia de adentrarse en la geografía emocional femenina del Pacífico
Las gotas de agua azotaron el asfalto y mojaron las cabelleras de las presentes. Los cuerpos se pusieron de pie para buscar refugio. La escena se tornaba un poco caótica. Justo allí, las gotas corrieron a esconderse y la luna llena volvió a sentarse en su trono y el nombre de Comfort Arthur retornó a las bocas de los silencios intrínsecos, quienes la idolatraban con delirio.
No había duda: arriba, se había firmado un armisticio para que la lluvia no empañara el final del conversatorio. Cuando eso ocurría en el cielo de Buenaventura, valía la pena escribirlo porque era un verdadero suceso.
Una vez todo volvió a su lugar, la voz de la mujer más tímida del grupo rugió en el espacio. Ella, Jennifer Mosquera Murillo, líder social, mitad niña y mitad vieja, dueña de una belleza ancestral, bendecida con unos ojos hambrientos de memorias inolvidables.
«Si este cortometraje no nos estremece por dentro, al punto de indagar en nuestro árbol genealógico para sanar y encontrar en nuestros cabellos la autoestima y el empoderamiento que tanto necesitamos, Comfort Arthur perdió su tiempo».
La profesora Carmen pronunció la última frase que se oiría en el espacio: «Gracias, Comfort Arthur. Infinitas gracias».
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.