Recordar,
te recuerdo.
Me recuerdas.
Bailábamos al mismo compás hace algunas lluvias.
Cada noche me visitabas para hablar de temas locos.
Y cada día nos tratábamos como amigos.
¡Es estúpido!
¿No lo crees?
Diste todo para que cada locura a tu lado resultara única, independientemente del contexto y del lugar, siempre era distinto para mí.
Nuestra relación cayó en la monotonía y de todos modos nos gustaba.
Tú amabas la monotonía,
yo te amaba a ti.
Me encantaba correr descalza por la casa,
Pero, yo te encantaba a ti.
Odiaba que amaras la rutina.
Odiabas que fuera muy religiosa.
Sabiendo nuestros defectos, conociendo nuestras manías de niños y descubriendo el mundo como adolescentes, era lo que nos hacía uno mismo.
¿Recuerdas ese atardecer?
Yo lo admire en el cielo, mientras, que tú, lo hacías en mi mirada.
Pasaron las horas, los días, las semanas, los meses e incluso los años.
Seguías viendo mi cara, aunque ya tuviera sus imperfecciones del tiempo y yo te seguía admirando a pesar de que te volviste un niño.
Odiábamos no ser autosuficientes.
Odiabas que la vida nos matara.
Ahora no corría descalza por los pasillos.
Una mañana intenté despertarte, pero tú no diste indicios de vida.
No podías ver cada atardecer en mi mirada, ni podía odiar la monotonía, no había esos momentos en que salíamos al parque tomados de la mano… se desvanecieron esos jóvenes que un día fuimos.
Tú «para siempre» se terminó como una flor marchita.
Extraño como las jóvenes parejas nos miraban y exclamaban:
«¡Llegaremos a ser como ellos!».
Te extrañó, me extrañas.
Te amo…
Me amas.
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.