[Introducción]
«Amar significa abrirle la puerta a ese destino, a la más sublime de las condiciones humanas en la que el miedo se funde con el gozo en una aleación indisoluble, cuyos elementos ya no pueden separarse. Abrirse a ese destino significa, en última instancia, dar libertad al ser: esa libertad que está encarnada en el Otro, el compañero en el amor».
Zygmunt Bauman, Amor líquido
[Cuerpo]
Desde mi empirismo, me he puesto a reflexionar y cuestionar por un incontable número de veces sobre el amor. En el vaivén de las interrogantes fluye un sin fin de perspectivas para abordar el tema; desde el imaginario común social hasta posturas lacanianas o postmodernistas. En ese sentido, es menester plantear la interrogante: ¿qué es el amor?
En nuestro discurso, aludimos tener amor por los padres, hermanos, primos, tíos, amigos, amigas, compañeros, profesores, instituciones, actividades, etcétera. Sin embargo, cuando se nos propone objetivar o concretar el sentimiento nos resulta más fácil responder que se trata de algo que sólo se siente, pero que no se puede planear, concretar o ver de manera física sino por medio de sus expresiones. Así, evadimos la responsabilidad de pensar críticamente al amor y abrazamos al hecho social ciegamente, sumidos en la ignorancia y el sin sentido —de ahí que siempre terminemos lastimados y/o decepcionados—. En efecto, cuando nos encontramos con personas que llegan a nuestras vidas que se vuelven casi inmediatamente especiales asumimos que se trata de alguna convergencia inexplicable que provocó la dicha de aquel encuentro único e irrepetible. No dudo que aquellos momentos sean especiales y únicos debido a que cada persona es única e irrepetible. No obstante, si dudo de la construcción social del amor que nos hacer vivirlo de diferente forma.
Las relaciones de pareja no son las mismas de antes —y no es añoranza, sino una comparativa válida para percibir los factores que han sido modificados con el desarrollo histórico de esta concepción—. El amor ahora es líquido —en eso concuerdo con Bauman— y las relaciones, como lo expresa el autor en su obra, son bastante frágiles («úsese y tírese»). No hay un compromiso porque en el modelo imperante las «libertades y oportunidades» ahora se han multiplicado. La libertad del mercado ha impregnado la médula del amor: este se encuentra como cualquier objeto: al alcance de todos los que puedan pagar por ello. Si un amorío se fragmenta es fácilmente reemplazable por otro como si fuera cualquier producto del mercado. Así se busca evitar lazos fuertes que comprometan la afectividad como símbolo de un límite para «vivir intensamente».
Cuando se tiene un vínculo fuerte para el modelo contextual significa un freno en la búsqueda de los sueños capitalistas, es decir, no se puede lograr la individualidad plena si se piensa en el otro. En efecto, nos volvemos cada vez más exigentes cuando alguien entra en nuestra vida, deseamos cada vez un amor que satisfaga nuestros deseos sin comprometer el sentimiento. Al respecto; la tecnología juega un papel muy importante debido a que, gracias a esta, es posible romper con toda frontera física que limite formar una relación con el otro. Una persona puede entablar una relación con los demás desde la comodidad de su hogar y en cada una de ellas encontrar una forma de satisfacer cada uno de sus deseos capitalistas, sin comprometerse.
Cuando llega un amor que demanda espacio, tiempo, compromiso, afecto y sentimientos, etcétera, termina por rechazarse en la medida que esto puede limitar la reproducción de su individualidad. En efecto, vamos por la vida bajo el siguiente discurso: «¿para qué perder el tiempo, espacio, tiempo, compromiso, afecto y sentimientos, en una sola persona si hay, ahí afuera, un mar de gente que pueden ofrecer cada cosa, de manera particular sin demandar compromiso?». Y en el acto evadimos la angustia que causa la pregunta: ¿qué es el amor? Volteamos el rostro a la noción de su significado, porque eso implica pensar y reflexionar sobre sí mismo, «¿Porque embrollarse en algo tan complicado? Es mejor disfrutar mientras se pueda, justificamos». No obstante, dicha negación conlleva a una pérdida de responsabilidad de nuestros propios actos y de pensar en el otro como miembro de un todo, comportándonos indiferentes cuando este no tiene algo que ofrecer para llenar ese vacío interminable del ser.
El amor en el discurso social es trágico, este demarca que al final debe doler para que se declare como algo puro e intenso (no es casualidad que películas como El Titanic sean de las más taquilleras a nivel mundial). De esta forma, el propio imaginario social define que quizás, en algún momento, llegará un hombre o mujer que nos complete, que nos llene de felicidad y que nos dará los mejores momentos, pero que al final tendrá que terminar en algo trágico, dado que, la felicidad no es permanente ni absoluta. En efecto, nos encaminamos a vivir el amor bajo dicha búsqueda de la felicidad, bajo un fin de reproducción de la especie, bajo la noción de una formación de bienes materiales, de monogamia, de placer sexual, etcétera. No obstante, todo este conjunto es parte de la construcción social del amor, es decir, el imaginario social nos ha dicho cómo amar y en qué sentido hacerlo. ¿Por qué no amar de diferente forma? ¿Porque no enfrentar a la pregunta inicial sobre? ¿Qué es el amor? Y hacernos responsables de este acto humano como una alternativa vehemente ante el destino definitivo de morir.
Desde mi perspectiva interpretativa, considero hoy más que nunca que debemos vivir un amor deconstruido, alejado de dicha construcción social que define el inicio y el final de una relación con el otro. La tecnología nos mantiene alienados en una lógica de indiferencia con el propio yo y con el otro donde lo único que importa es la entrega al goce y a los deseos sin cuestionar el origen de los mismos. Aun con pareja, el vacío no se termina y los deseos no se mitigan. Nos hemos vuelto seres reemplazables como cualquier producto del mercado y, al ser seres en falta, nos entregamos a una búsqueda de placeres interminables que prometen la felicidad bajo la demanda del consumo cada vez un mayor —siguiendo la lógica del mercado— y que para colmo no son propios sino del imaginario social.
De esta forma hemos continuado bajo la noción de que, «algún día llegará algo o alguien que me complete, me llene en todo sentido y me haga sentir vivo de nuevo», convirtiéndose en un círculo vicioso de intento tras intento sin hallar el objetivo.
¿Qué nos queda al deconstruir al amor? ¿Cómo repensarlo? Al verlo de esta forma nos queda un amor sin fundamento, no definido, pero que tampoco es imposible concebirlo. El amor es un fenómeno que permite vivir intensamente, alejado del ensimismamiento con respecto al otro. Cuando se combinan estas dos nociones, queda un amor sin acuerdos, sin imposiciones, sin utilidad. Ya hemos tenido suficiente de la objetividad y la apropiación de todo y todos, cual si fueran objetos materiales sin valor alguno. ¿Y si probamos ir en contra de lo que conocemos? ¿Si enfrentamos nuestra angustia sobre lo que sentimos sin evadirla? ¿Y si amamos sin temor a perder? ¿Y si amamos al otro fuera de toda lógica y noción conocida…? Esto también es posible. Bajo este pensamiento considero que… ¡aún hay esperanza en un mundo tan indiferente!
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.