Recuerdo esa madrugada de tiempos tecnológicos,
usualmente el frío no me molestaba, pero éste cortaba,
tenía ya algunos días vagando en un círculo,
soñando con alquitrán y desayunando casi nada.
Las pantallas luminosas en las palmas de las manos,
ofertando nuevos cánones y metas a alcanzar,
la idea sobrevalorada del amor romántico y en el inter
el consumo subliminal.
Arrastraba con una cuerda una pila de cajas sin forma
que nunca pude acomodar,
a lo largo de este círculo de errores y de años,
de aciertos y caídas.
Al centro, el estridente eco de la traición, otra en camino.
A ella ya no le importa
cortar la carne cruda con sus dientes
o dejarme ahí en el frío,
meterme a esta pelea
y no tengo ganas de este pleito
pero tampoco me concibo rindiéndome.
Pocos, malditamente dichosos
los que contemplan fuera del frasco,
del micro constructo social,
incluso cuando el precio a pagar incluye
esporádicos impulsos de abandonar la vida misma.
Contemplo la pantalla,
su contenido y algún cable cae de mi nuca al suelo,
duele bastante, me logra marear. De asco y dolor,
ante mis ojos una serie de escenas del pasado se revela,
luego cae y nuca me sentí más a agradecido de volver a la realidad.
Esa madrugada, la más larga de mi vida,
ocho meses de caída y levantada, revolver, machacar,
reír y llorar, nudillos rotos, insectos de colchón
que se incrustan en la piel, culpa que calcina viejas fotografías,
letras persiguiéndose y matándose entre sí,
al fin termina.
Esta imagen casi irreconocible, tan cegadora,
me golpea gradual, la luz del amanecer.
Estamos vivos y muriendo.
Y por más cariño que te tenemos, no podemos quedarnos,
ni llorarte más, mi pila de cajas y yo.
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.