Gabriel Amador. 'Russian Roulette'. 2018. Cortesía de Gabriel Amador.

¿Y qué si me pudro en una oficina beige con gente aburrida y olor a plástico de revista a mi alrededor? ¿Qué si convierto mis días en rutinas con lunch Godín en la afternoon? Platicando con Vero, de ventas y Ana, de contaduría. Pues, ¿qué? Al cabo, la Vero y Ana son amigas, ¿qué no? Me cae que son listas y me tratan bien.

Y yo una vez me fui a la arena a Brighton, pensando en qué iba a hacer si me rechazaban una vez más, otra vez. Qué iba a hacer si no me convertía en Matt Damon y el cabrón aquél con hermano acosador, descubiertos en la historia del cine por uno peor.

Y cuando llegué a Brighton me di cuenta que eran piedras. Eran piedras y no arena en la mar, y aun así encontré mi roca y me subí en ella y sentí el mar en la cara un poco más fuerte que el frío. Y dije: «me vale madres si nunca la hago y me encuentro piedras en vez de arena». ¿Te imaginas que hasta acá no hubiera llegado yo por pensar en que iban a ser piedras en vez de arena junto a la mar?

Si no soy mensa, me quería escapar a Brighton. Pero, mejor le recé a la espuma que se llama como yo y me regresé a mi casa. Con mi laptop ruidosa y molesta, me puse a escribir. Escribía más feo en ese entonces, pero me sabía igual de rico cuando lo hacía por gusto y no por orgullo. Mira y qué si sale todo mal, y termino puliendo copas de vino en un hotel maldito y mis amigos son ascendidos al cielo del éxito y yo me quedo sola puliendo copas en ese pinche hotel podrido. Imagínate que me quedo puliendo copas también, pero sin haber probado el vino.

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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