En el macro demográfico de la existencia humana, soy nadie.
En el micro constructo de mi mente puedo ser quien sea.
Y decidí ser esto, un psicópata, un asesino en potencia,
una influencia, posible presidente,
alguien dentro de un montón,
un ceño fruncido, o un desconocido sonriente,
un vagabundo o policía, sed.
Sólo necesito extender la mano izquierda
para tomar lo que quiera, donde sea.
Mientras, deambulo por ciudades
ebrio de conciencia y al día siguiente me golpea una resaca de verdades.
En el cajón más seguro
resguardo un desorden de mis medicamentos caducos,
hojas con letras que perdieron sentido en el tiempo.
Y accesorios de mis ex que actuaron igual.
Drogas que ya nunca usaré.
Soy la resistencia.
Me desahogo en notas llenas de la más básica verdad
que nunca nadie leerá.
Transmuto en intuición enferma lo concebido entre reses y pantallas
cómo acuerdo, consenso popular.
No soy nadie en especial.
Abemos centenas, ocultos en los bares fuera de moda.
El asiento más aislado del aula de universidad.
Los callejones del desempleo, el analfabetismo,
peleas sangrantes que siempre nos resultan mal.
Buscando algún libro, disco, en el hambre de la fábrica
o la locura del hospital, usando la empatía a veces para despistar,
a veces para saberse humanos.
Mi única arma usa letras como munición,
me deja ver las calaveras a través de la piel,
decidir en donde se dispara y cuando no.
Ninguna filosofía me da por hecho.
Y cometo el error de hacerlo yo,
el camino del autoconocimiento se ha plagado de matices,
sendas de dolor, laberintos de pasión,
tormentas que te dejan sordo, la certeza de que los días oleados no duran por siempre.
No permanecen.
El movimiento es regla igual de inevitable que el cambio,
la muerte, la lucha y sus periodos de satisfacción,
o tal vez siempre fue así.
Miro pasional el recorrido hasta acá.
Nietzsche y su abismo se alejan, cada vez.
No miran más dentro de mí,
al menos por un tiempo.
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.