Apolonio Capdevila.
Sin vecino. 2021. Ilustración digital.

La casa de al lado había estado vacía por mucho tiempo. Me acostumbré a dejar mi auto en su espacio, así podía poner en mi entrada la mesa de jardín que tanto había anhelado. Mi vida perfecta, sin vecinos, duró bastante, pero supongo que todo lo bueno después tiene que ser pagado. Hace unos meses llegó una mujer, le calculé 40 años, tal vez más. Irradiaba una especie de sombra. Me causó terror que fuera a vivir conmigo porque, admitámoslo, tener un vecino es lo mismo que vivir con alguien: escuchas sus conversaciones, sus peleas, lo ves a cada rato, conoces su lugar más íntimo, incluso puedes oler que la comida se le está quemando.

Pasó una semana de nuestro primer encuentro para que llegara un camión de mudanza. La mujer misteriosa ya no venía sola, traía a dos jovencitas, casi de la misma edad; según mi ojo experto en asignar edades a personas desconocidas, intuí que podían tener entre 18 y 25 años. Con ellas venía un tranquilo niño de 12.

Cuando bajaron sus muebles, vi que entre ellos había una o varias cunas, además de muchos juguetes para niños. Me sorprendió porque, si no me fallaba la vista, no había ningún pequeño entre ellos. Quizá gozaban de guardar objetos viejos e inservibles como recuerdos de una vida que ya no era la suya. En fin, eran muy ruidosos, las chicas ponían música —de la moderna— a todo volumen, algunas me hacían bailar y otras simplemente eran demasiado vulgares para mi gusto.

Después de llevar una o dos semanas instalados, apenas habíamos cruzado dos palabras. Era extraño, pero siempre que me topaba con esas personas no se molestaban en mirarme, digo, me agradaba no tener que convivir, sin embargo, había algo en la forma en la que lo hacían, como ocultándose.

Una tarde mirando por la ventana vi a la mujer irse, dejó a sus hijos —si es que lo eran— solos, y me asusté, pero pensé que si surgía algo posiblemente vendrían a tocar la puerta.

Las siguientes noches fueron muy extrañas. Sin falta, a las 10 de la noche, salían las dos jovencitas caminando, y por la madrugada llegaba un coche diferente con un hombre diferente. Cada maldita noche. Mi mente comenzó a idear cosas horribles. O quizá no lo suficientemente horribles. No las juzgo. Sé que del dinero depende todo en esta vida, no obstante, me causó terror que el pobre niño tuviera que estar ahí, presenciándolo.

Pasó un mes y un día llegó la señora, fresca, con tres niños pequeños, dos bebés y una pequeña niña de aproximadamente tres años. ¡Vaya! Supuse que eran sus otros hijos y por eso tenía tantas cunas. Debo admitir que me asustó la cantidad de niños en esa casa y lo ruidosos que serían. No soportó a los niños, son demasiado delicados, pero al mismo tiempo son más destructores que una bomba.

Hace una semana, mi alarma se descompuso y sonó mucho antes de lo que tenía que sonar. Me levanté, fui a orinar y cuando volví a la cama escuché un llanto de bebé. ¡Genial! Mi idea de dormir otras tres horas se acababa de arruinar. Me asomé por la ventana y entonces vi algo que no debí haber visto. Una camioneta blanca, sí, como las de las películas donde hay mafiosos. La mujer comenzó a subir a los niños a esa camioneta, los que acababan de llegar, los tenían amarrados, y algo sedados, se veían muy tranquilos para estar en medio de un secuestro. O tal vez simplemente no entendían lo que estaba pasando.

Cada semana llegan nuevos niños, unos más pequeños que otros, algunos lloran desconsoladamente, otros simplemente esperan resignados a lo que les deparará el futuro. Me he vuelto un simple espectador de lo que sucede afuera, de un crimen que paso por alto, por miedo. ¿Qué tal que ellos son más grandes que la policía, que tal que si saben que yo los delaté y me hacen algo? He preferido vivir en la cobardía. Y como no soporto las noches desde aquella en la que vi la realidad en la que vivimos, decidí cambiarme de casa.

Encontré una, lejos de aquí, con un jardín donde voy a poder poner mi estúpida mesa sin tener que robarme el espacio de los vecinos. Espero poder olvidar, y de verdad deseo que la nueva persona que rente mi casa sea más valiente.

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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