Carolina Navarrete.
Sin título. 2019. Fotografía digital.

Un día más bajo el mismo techo gris y agrietado. Como una pequeña esponja que ha resecado y empezó a cuartearse. Por alguna razón me es doloroso ver tal imagen: agrietado y a punto de quebrarse.

Cada mañana es la misma rutina, los ojos clavados en ese cielo de cemento cuya única función es recalcarme una y otra vez lo lejos que he llegado en todos estos años, lo cual es poco a comparación de muchos. Es como si me recriminara y gritara a los cuatro vientos lo fracasado que he sido y cuál es el porqué de todo ello.

Es como si se burlara de mí, pero, al fin y al cabo, tiene razón. Creo.

Hoy hay un silencio particular en este pequeño apartamento al que llamo hogar. No tiene mucho, pero es lo suficiente para alguien como yo, alguien que no ha pedido mucho en la vida a pesar de querer demasiado, alguien quien lo único que quiere es ello. 

¿Qué quiero?

No suelo temerles a estas cosas, pero la falta de ruido entre estas viejas paredes era como si una aguja helada cruzara mi nuca y tocara el nervio correcto para erizarme la piel. Qué más da, si al final, nunca pasa nada.

Nunca lo ha hecho, siempre ha sido más del mismo plato, un sinfín de amargura.

De cualquier forma, siempre acabaré en la misma cama, con las mismas tormentas en mi cabeza, las mismas líneas ensombrecidas en mi rostro que son el reflejo de lo cansado que estoy, y no sólo físicamente. Qué más da. Al final del día terminaré con las mismas ganas de despertar.

Miento, más bien, dudo en serio si estas no cambian día a día, creo que lo hacen sin querer. No sé cuándo o cómo se siente cuando una inyección de vida ingresa en ti, pero estoy seguro que no la he recibido hasta ahora.

No estoy seguro de muchas, al fin y al cabo.

Quizá cambian, sí. Pero, quizá no para el lado correcto. O al menos así lo llamarían las demás personas.

Apenas hay alcohol en la nevera. Cualquiera que viese mi rostro pensaría que mi situación proviene del alcoholismo. No, no me gusta siquiera su olor, pero hay como tres cajetillas de cigarros Lucky en mi mesita de noche, uno al día, como la dosis de morfina suficiente para llegar a la cama y no a…

¿A dónde?

Hay como cinco colillas en un cenicero a la mano, creo que a veces no respeto la dosis diaria, pero, ¿qué más da?, las reglas se hacen para romperse, ¿no? No sé siquiera si debería romper esta o si debería respetar alguna otra estúpida ley social que impida que mis pulmones se vuelvan negros como el carbón, o que en mis venas y arterias circulase heroína o que mis pupilas estén dilatadas todo el tiempo. 

Honestamente, pienso en ello a diario, en romper esas reglas, romper esas cadenas que aún me dan el INRI de un sujeto que se encuentra bien. Pero, no importa cuánto lo intente, siempre existe el miedo.

No me importa. Es difícil de entender. No me importa ello, ¿verdad?

No tiene porque, sin embargo, ¿lo hace en cierta forma?

Con esa pequeña nebulosa en la cabeza me dirigí al baño, para tratar de quitarme ese aspecto demacrado. Era natural. Aunque el tabaco y la falta de sueño lo agravaba. 

A decir verdad, todo lo empeoraba. Todos.

Camino a este, una la luz blanquecina logra filtrarse entre las cortinas hacia la obscuridad de mi sala, un pequeño rayo de claridad se posó en un marco de fotos. Un marco que ni sé exactamente porque lo tenía.

Era mi familia. Padre, madre, hermana. Todos sonríen, hasta yo. 

—Hipócrita —dije, soltando una pequeña risa.

Mis ojos ardieron y una fuerte sensación de asfixia me invadió. Como si algo apretara mi cuello con la suficiente fuerza para no dejarme modular palabra alguna. Lo único que quedó, en la poca obscuridad que quedaba, fueron unas cuantas lágrimas, una mirada llena de ternura y tristeza, y un simple pensamiento antes de entrar al tocador.

Era un baño pequeño, aunque lo suficientemente espacioso para una ducha, un inodoro y un lavamanos con un lindo espejo enmarcado, un espejo que, al igual que los caminos agrietados de mi techo, me recuerdan lo poca luz en mi vida.

El agua helada en mi rostro eliminó todo rastro de somnolencia, sin embargo, ese cúmulo de pensamiento seguía ahí. No soy alguien que suele sobrepensar las cosas y armar situaciones imaginarias con gran potencial catastrófico, no obstante, ahora esas ideas no desaparecían como todas las mañanas, como si hubieran enterrado sus raíces en las profundidades de mi cerebro. 

Como si tuvieran voluntad propia y han decidido tomarme como propiedad.

—Es hora de irse —dije bajando la cabeza y apoyándome en cada extremo del lavadero—, debo ir a ganarme el pan, más tarde continuamos con esto.

Las líneas en mi frente demostraban lo fastidioso que es decirme las mismas palabras religiosamente luego de despertar, lo pesado e irritante de la situación, ese conflicto en tu cabeza donde tu único rival son tus propios pensamientos. Cerré los ojos y me quedé en la misma posición por un momento, esperando que acabase, más no se iban, es más, incrementaban. Todo se hacía cada vez más nublado y confuso. 

Es difícil de explicar, es como si una nube negra flotara en un espeso color gris dentro de mi cabeza. Hay palabras y cosas que no logro distinguir. Se mueve erráticamente y pareciera tener hilos saliendo que se van adhiriendo a las paredes con tal violencia que incluso podía sentir los piquetes al incrustarse. 

Se movía. No era una nube, de eso podía estar seguro, dentro de lo que sea esa mancha borrosa había algo más, algo que estaba vivo y buscaba salir, algo rojo que golpeaba las pareces de su carel con mucha fuerza.

—Quiero paz —susurré para mí mismo.

Sea lo que sea, se hacía más borroso con el pasar de los segundos. Sabía que seguía ahí, sabía que lo que hubiera en su interior no debía ver la luz de este.

Todo lo que hay dentro de mi cabeza no debía.

—No.

Algo habló, algo cuyo génesis era algo malicioso, algo que jamás debió ocurrir ni pisar esta realidad. Al igual que muchas cosas en esta vida, un fallo entre muchos de proporciones catastróficas.

Aquella respuesta vino acompañada de un escalofrío que subió desde mis talones hasta mi sien, haciendo que mis manos enfriaran y comenzaran a temblar.

Una voz carrasposa y profunda, no cabía duda alguna, pude oírlo claramente y no tenía sentido, en mi vida había escuchado una voz así, sin contar el hecho de que una persona normal no podría hablar en aquel tono.

Sin contar el estar solo en casa.

Abrí los ojos y levanté la cabeza de golpe en búsqueda del origen de la respuesta. Miré a todos lados, a cada rincón de la habitación. No encontré algo. Eso no fue producto de mi imaginación, ¿verdad?

No puede ser. Siquiera me percaté que tal susto había tomado lugar en mi cabeza y reemplazado a aquella nebulosa oscura de pensamientos, era ello, o esa nebulosa no pudo soportarlo más y aquello que albergaba en su interior logró salir y no solo de su prisión.

Algo que nunca debió ocurrir. ¿Análogo a mí?

Mi corazón latía con fuerza y mis manos, poco a poco, volvían a entrar en calor. Seguía en mi lugar, con la mirada perdida en cada ángulo del baño y con el rabillo del ojo clavado la puerta de esta. Alerta. Esperando que alguien armado entrara por ahí y todo el lugar se tiña a su voluntad.

Que algo diera cara y me demostrara que no estaba cayendo en la locura.

Pasaron segundos y nada, el miedo me impedía abrir y verificar que todo estuviera en su lugar y tratar de encontrar una explicación lógica para ello. Había revisado cada rincón del baño y no había, absolutamente, algo fuera de lo normal. Cada rincón, exceptuando aquel bonito espejo.

—Es injusto y lo sabes.

Ahí está de nuevo, igual de carrasposa, pero más aguda, parecía ser de otra persona más joven, de una mujer. De nuevo, estaba ahí.

Miré al frente y lo vi, estaba aterrado. Sabía que eso no estaba bien. Sabía que esa cosa no era humana, sin embargo, no quería huir, fue como si algo me ordenara quedarme.

Como si algo dentro de mí lo pidiera a gritos, deseando verse a sí mismo.

¿Él? Eso. Ocupaba el lugar de mi reflejo en el pequeño espejo del baño, me miraba a los ojos un ser completamente de negro, con facciones definidas y un aura obscura lo rodeaba por completo.

De por sí, ello escalofriante, no obstante, su rostro como la parte más inquietante. Era idéntico a mí, pero tenía unos ojos baldíos de color rojo carmesí. Como si de dos rubíes se trataran. Tenía ojeras marcadas similares a dos profundos surcos y una mirada burlesca dirigida a mí.

—Has caído y caído, una y otra vez —sentí frío en todo el pecho al ver como aquella figura frente a mí se movía a voluntad, no era mi reflejo—, sin embargo, estás aquí y la vida no te recompensa.

—¿Qué es esto? ¿Qué eres?

—Soy tú, ¿no lo ves? —el raspar de su voz se había atenuado, pero ello no quitaba lo inhumano de su naturaleza—. Esto es lo que eres, lo más aterrador de esta vida —antes de terminar su frase, su expresión cambió por completo y, mirándome fijamente, dijo—: lo que está de más en este mundo, todo aquello que no tiene razón para existir.

En seguida abrí el grifo y, con la poca agua que abarcaban mis ahora temblorosas manos, me empapé el rostro con la esperanza de aquella figura desapareciese y mi verdadera imagen volviera a su lugar. No obstante, una parte de mí simplemente sabía que aquel ser frente a mí no se iría así de fácil.

—A veces me es difícil, pero estoy seguro que te entiendo.

Seguía ahí, en frente mío, con una mirada piadosa o quizá de lástima. Podía sentir como luchaba por no dejar salir una carcajada al hablar. Como quería burlarse de mí.

—Esto no está pasando —llevé mis manos al rostro y refregué mis ojos hasta que con la obscuridad se formaran lagos de colores y estática—. Es sólo un sueño. Nada de esto es real.

No podía ser, no debía serlo.

Hubo silencio durante unos segundos, lo que me hizo pensar de que aquello se había esfumado. Quizá era el cúmulo de estrés laboral o sólo producto de mi imaginación. De todas formas, ello no me importaba. Sólo quería abrir mis ojos y darme cuenta que todo fue producto de mi horrorosa imaginación.

—Oh, soy real —quité las manos de mi rostro lentamente sólo para toparme con ese monstruo que me miraba con picardía, como si hubiese estado esperando que hiciera ello—, muy real —dijo antes de esbozar una grotesca sonrisa, hasta deformar su rostro, dando a luz a dos hileras de dientes aserrados bañados en guinda—. Déjame demostrártelo.

De pronto, sus brazos se movieron con violencia llevando sus manos hacia su cuello. Empezó a apretarlo lentamente. Sin embargo, este no mostraba expresión alguna. Parecía no sentir algo cuando claramente podía notar la fuerza con la que trataba de ahorcarse a sí mismo.

Parecía disfrutarlo.

Duele. Algo presionaba mi cuello con tanta fuerza que me hizo caer de rodillas sin poder reaccionar. Inútilmente traté de zafarme de lo que sea que estuviera haciendo ello.

Sólo estaba yo, no había algo detrás intentando acabar conmigo, no había manos rodeando mi tráquea. Sólo estaba yo, muriendo lentamente. 

—¿Lo ves? —sólo podía escuchar su voz en mi cabeza y en ella únicamente aparecía su escalofriante rostro victorioso—. Negándote a ver la realidad tal y como es. Un clásico de tu parte —estaba siendo estrangulado por mi propio reflejo. ¿Eso es mi reflejo? ¿Soy yo? Todo empieza a ser borroso—. Pero, ya tocaremos ese tema en un momento —dejó de presionar.

Una bocanada de aire entró con violencia, haciéndome toser tan fuerte que sentí mi garganta desgarrarse. La claridad volvía de a poco. Mis manos seguían heladas, pero mi cuello estaba caliente. Como si una mano se hubiera posado en el por mucho tiempo. 

En verdad estaba pasando, eso en mi espejo era real o al menos es lo único que puedo tener en mente.

No estaba seguro si ponerme de pie y verlo a la cara por segunda vez. En realidad, no podía hacerlo siquiera. Estaba temblando en el suelo, mis piernas no me obedecían y mi mirada, al igual que mis pensamientos, estaban completamente perdidos en la nada, sin saber qué decir, a dónde mirar y sin saber qué hacer.

El silencio volvió a apoderarse del cuarto y un silbido ensordecedor cruzó mis oídos de manera imprevista, pude sentir como mi respiración volvía a la normalidad, o al menos lo más cercano a lo normal en esta situación. Otra vez pensé que eso había desaparecido. ¡Qué estúpido! El silencio, por más mala espina que diese, era símbolo de una pequeña esperanza de que aquella pesadilla terminara de una vez por todas, de que despertara con la mirada perdida y la frente empapada de sudor. Viendo al mismo techo resquebrajado, el mismo gris en el cielo y la opacidad de las paredes sin vida, la misma lucha interna; prefería ello mil veces a seguir viendo esa figura frente a mí.

Quisiera.

—Quiero preguntarte algo —la esperanza se apaga—. ¿Por qué crees que te pasa todo esto?

¿Esto? No tenía idea alguna de qué hablaba. ¿Se refería a porque él estaba en el lugar de mi propio reflejo? ¿O al hecho de que probablemente esto sea un mal sueño producto de la gran cantidad de nicotina en mi organismo que, de alguna manera, llegó a mi cerebro? ¿Cómo una nube negra que intoxicó lo que sea que genere los sueños?

—¿Por qué vives de esta manera? —volvió a preguntar—. Si tú jamás has sido alguien malo, ¿o sí?

El calor volvió hacia mis piernas que, a pesar de seguir temblando, respondieron a mis deseos, pudiendo reincorporarme a mi ritmo, alerta. Mis manos estaban abiertas y empapadas, el frío era doloroso para mis dedos, pero poco me importaba, él seguía ahí. Tenía el ceño algo fruncido y en su rostro se podía notar la duda, parecía que en verdad quería oír mi respuesta, estaba apoyando su rostro en ambas manos como si llevara horas sin nada que hacer.

Como si llevara mucho tiempo esperando por esto.

—¿Qué eres? —pregunté.

En su mirada noté sorpresa, pero a la vez aburrimiento.

—Ya te lo he dicho, soy tú.

—¡Tú no eres igual a mí! —respondí de inmediato—. Ni siquiera te ves como yo.

—Las apariencias engañan, además, ¿qué importa la apariencia de uno mismo hoy en día? Eso es muy descortés de tu parte —su voz cambió una vez más por otra más grave y seria—. Puede desencadenar algo aterrador.

—Responde mi pregunta y yo responderé la tuya.

Rodó los ojos en señal de resignación y, parado de forma correcta, respondió:

—Soy todo ser humano con consciencia del mundo en el que vive, lo que habita en lo más recóndito del subconsciente de cada uno y se oculta cada noche bajo la almohada. Soy todo y a la vez uno —su voz cambió de tono todo este tiempo. Como si fuera más de un solo ser—. Soy lo peor de cada niño y niña, adolescente, vejestorio, padre y madre. Soy lo peor de la raza humana, soy lo peor de ti —la primera voz reapareció—. Soy tus ganas de encontrar la paz de una vez por todas.

¿Lo peor? ¿A qué se refería? Tengo una idea de lo que puede estar refiriéndose, pero no estoy seguro del todo. Ahora tengo miedo de tener la razón más que nunca.

—Bien, tu turno —volvió a recostarse sobre sus manos, parecía estar disfrutando todo esto, disfrutaba verme desesperado y confundido.

—No lo sé —respondí sin más. Él no mostró expresión alguna—, solo pasó así porque Dios…

De pronto, eso emitió un quejido profundo que enervó mi miedo, dejándome petrificado frente al espejo.

—Siempre es lo mismo —podía verse la molestia y hastío en sus ojos nigérrimos con venas carmesíes que se ligaban a un iris del mismo color—. Pasó porque Dios lo quiso así —dijo en tono despectivo y con una voz mucho más aguda, como la de una mujer. A la par, usaba sus dedos para hacer la señal de comillas—. Estoy harto de recibir la misma respuesta, vamos, sé que puedes darme algo mejor.

¿Misma respuesta? Mismo techo. Mismo despertar.

Me tomó unos segundos recuperar la compostura, tragué saliva y, con la voz temblorosa, dije:

—Simplemente no lo sé —pareciera que hubiera reunido toda la valentía posible para poder mirarlos a los ojos y responder aquello—. Tú lo has dicho, no he buscado nunca hacerle daño a nadie, pero simplemente no sé porque he vivido todo esto.

¿Acaso estaba hablando con un simple espejo? ¿Estaba perdiendo la cabeza? Quizá ya lo había hecho hace años y la burbuja reventó esta mañana. Aquella nube obscura en mi cabeza, ¿por qué apareció hoy? ¿Por qué no ocurrió antes?

En su mirada podía verse la falsa lástima que tenía por mí. Podría jurar que en cualquier momento se partiría de la risa y comenzaría a ahorcarme una vez más, pero esta vez no pararía hasta verme en el suelo. Me equivoqué, sonrió levemente con los labios cerrados, dándole un resplandor único a su tétrico rostro.

—Me alegra oír eso —ahora que lo pienso, el tono de la voz cambia a la par de sus gestos, al igual que aquellas personas con muchas personalidades—. Está mucho mejor. Sólo piénsalo —levantó los brazos y los estiró mostrando satisfacción—, si en verdad le importaras a Dios, ¿por qué dejaría que tú, su disque hijo, sea atormentado por mí y por sus propios pensamientos?

Silencio.

No había respuesta alguna. Genuinamente no tenía idea de cómo responder a ello. Quizá era porque en verdad no sabía el por qué o quizá el temor de aceptar el fantasioso, aunque posible, hecho que en realidad a Dios no le importemos del todo. Bueno, quizá unos cuantos, en aquellas personas cuya vida, a pesar de tener problemas, siempre encuentran la salida y que, a pesar de recibir golpe tras golpe, parecen inmutables e incapaces de ser derribados.

Aquellos que están bajo su gloria y protección.

—Y qué dirías si dijera que no soy como él, sino más bien, mejor y más humano —interrumpió mis pensamientos haciendo que lo mirara completamente confundido—. Un verdadero padre que haría lo que sea por el bienestar de sus hijos, incluso cambiar la vida de ellos por completo.

—¿A qué te refieres? —respondí.

—Él siempre ha sido así. Tú y yo, nosotros, lo sabemos —en su rostro podían verse rastros de seriedad y de picardía. Como si de un mocoso planeando una jugarreta se tratara—. Dicen que es justo, pero sabemos que es una mentira —parecía estar hablando con una mujer cuando de pronto la voz de un viejo decrépito tomó la posta—, personas buenas mueren día a día y aquellas que buscan el mal sólo andan por ahí, arrebatando la felicidad de otros y sembrando odio y desunión en aquellas almas cuya esperanza es depositada en corruptos, desleales, un padre ausente —por primera vez en todo este tiempo la figura en el espejo tomó la misma posición que yo, sin embargo, aún seguía esa criatura dentro del marco: una criatura que tenía los ojos clavados en los míos—, un todopoderoso que hace oídos sordos a sus plegarias.

Había logrado robar toda mi atención. Llegué al punto de creer que la conversación y todo el contexto que me rodeaba era normal e incluso lo correcto, ya que, en parte, tenía la razón, ¿por qué? 

—Porque incluso Dios tiene sus favoritos –respondió en seguida, escuchando cada uno de mis pensamientos al parecer, sin dejar de imitar cada movimiento y gesto mío–, y eso es lo contrario al justo y buen padre que se pinta, ¿verdad? –habló con una voz ronca y sumamente profunda como la de un anciano, podía jurar escucharla rebotar dentro de mi cabeza– Si es bueno, no es del todopoderoso; pero si él es todopoderoso entonces no es alguien del todo bueno.

–¿Por qué yo? —añadí, con la mirada perdida en ese vacío inconmensurable de sus ojos inyectados en la obscuridad—. ¿Qué quieres de mí?

La voz mutó de nuevo, era parecida a la mía, pero algo no cuadraba. Era obvio en realidad.

—Tranquilo, yo lo he visto todo —llevándose una mano al pecho y el rostro solemne dijo—: Te estuve observando todo este tiempo —con los ojos bien abiertos e inmóviles pronunció—: porque tú eres mi favorito.

Esas palabras, lejos de tranquilizarme, enamorarme o cualquier otro fin de su parte, llenaron mi cabeza de dudas y miedos sobre todo lo que he vivido, sobre todo lo que he pensado y hecho, todo sobre mí. ¿Acaso es Dios? ¿Un ser que todo lo ve? Pero, él se autoproclama como alguien mejor, ¿a qué se refiere? ¿Un ser que puede mover los hilos de la vida, fortuna y desgracia a placer? ¿Poder tanto para iniciar como culminar con una vida de la forma más grotesca posible?

¿Qué estoy pensando?

¿Sabe todo de mí?

—Sé lo mucho que has sacrificado por los demás y cómo ellos siquiera movieron un dedo por ti —aún conservaba esa agradable voz—, sé lo mucho que has llorado y pensado que la vida de tus allegados es mucho mejor sin tu presencia. Lo cual, por cierto, es la estupidez más divertida que oí en años —pareciera que estuviésemos teniendo un duelo de miradas, cada uno en su respectivo lado, como si su as bajo la manga fuesen sus ojos, repletos de vacío y manchas rojizas—. Sé lo doloroso que es ver que aquellos a quienes quieres dar la espalda cuando más lo necesitas. Sé lo que es tener a un padre y una madre para quienes, a pesar de lo mucho que lo esforzaste, nunca cumpliste sus expectativas, aunque hayas sacrificado tus sueños y ahora seas denominado como una decepción. Sé lo que es amar y ser humillado una y otra vez. Sé lo que se siente tener toda esa ira en tu interior esperando por salir para no confrontar; vengarte de todo y todos aquellos que hicieron miserables las distintas etapas de tu vida —ronca, grave y carrasposamente, otra vez—. Sé lo que piensas sobre tus ganas de vivir. Sé lo muy difícil que es todo, pero no para él, no para alguien que puede cambiarlo todo en un abrir y cerrar de ojos, ¿verdad?

¿Qué soy yo?

—Pero, él no es igual a mí, a nosotros —dijo emocionado, como si se dejara llevar por el momento—. Dios no me llega ni a los talones, porque yo puedo cambiarlo todo en un segundo.

Me miró de frente, con una expresión coqueta.

—Yo puedo darte lo que siempre has querido: felicidad. Tal y como un buen padre lo haría.

¿Cambiarlo todo? No entendía en absoluto lo que estaba ocurriendo, ¿a qué se refería?

Por favor, despierta ya.

Sólo quiero descansar de todo por un momento. Es lo único que quiero y te he pedido. Sigo sin poder cerrar los ojos, sabiendo que, al final del día, terminaré con el rostro empapado, apuntando al mismo techo muerto.

Sólo quiero eso, un poco de paz. 

—Abre bien los ojos y presta atención —esbozó aquella macabra sonrisa antes de desaparecer en la negrura que rodeaba su imagen en el cristal.

Dentro de aquella nube negra, algo empezó a moverse, algo enorme, algo que se acercaba poco a poco hacia mí. 

Sin saber porque, obedecí cada una de las cosas que él me pedía: pese a mi cabeza se negaba una y otra vez a prestarle atención a sus palabras. Simplemente no dejaba de escuchar su voz. No. Sus voces. Y hacer cada una de las cosas que me pedían por más tortuosas que fueran para mi estado anímico. Aunque, pensándolo bien, no me es posible descartar la posibilidad de que en verdad yo sí quisiera hacer lo que me pidiese. Como si me gustara ser su propio juguete al cual podría torturar cuando quisiera. Como si estuviera hablando conmigo mismo.

Seguía de pie, misma posición, mismo miedo. Mis piernas ya no temblaban, pero mis manos seguían fijas en cada extremo del lavabo, estaban heladas. No me percaté, pero apretaba mis manos con tanta fuerza que las yemas se habían hinchado y enrojecido a tal punto de que se podría pensar que en cualquier momento estallarían. Como si de pequeñas pompas sanguinolentas se tratasen.

Estaba sudando. Para ser más específicos, mi pecho estaba empapado de sudor y mi frente brillaba como el metal recién pulido. Mi mirada divagaba cada vez más en aquella nebulosa que se formaba en el espejo es un sólo parpadeo.

¿Qué debía ver? Esto está por terminar, ¿verdad? Tan sólo despertaré y todo volverá a la normalidad. Lástima que el show apenas estaba comenzando.

 

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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