Aquella nebulosa era igual a la de mis pensamientos. Parecía el interior de esa nube de tormenta con manchas rojizas en mi cabeza. Algo se movía entre la ceguera, tomando formas extrañas y definiéndose poco a poco. Toda esta situación me tenía en alerta, confundido, no negaba el hecho de estar aterrado por esa presencia en mi espejo, pero algo de mí quería quedarse, quería ver lo que saldría de entre toda esa neblina negra. Sin embargo, luego de unos segundos, lo vi y las preguntas llegaron instantáneamente a mí.
Yo.
No obstante, me veía totalmente diferente. Dentro de la duda se encontraba mi miedo al ver que aquel reflejo inexacto de mí que se movía en total coordinación conmigo. Definitivamente era yo, pero, ¿por qué se veía tan distinto?
Las frente marcada por la amargura y los surcos en los pómulos habían desaparecido; no podía ver el cuerpo completo, pero se notaba que no estaba tan delgado como yo; estaba bien peinado y correctamente vestido, mi mirada lucía más enérgica y avivada, no estaban hinchados y llenos de desesperanza como yo; mi rostro, en general, estaba totalmente iluminado, se veía feliz o, al menos, bien consigo mismo; se veía como si su presencia hubiese sido relevante para alguien o todos, como si Dios lo hubiese tomado en cuenta.
—Sorprendente, ¿verdad? —volvió a hablar. Ya no podía verlo en el espejo, pero seguía ahí la única de todas las voces que generaba en mí menos miedo que las demás. No se había ido y parecía que no lo haría así de fácil—. Eres tú, pero la vida que ha vivido es totalmente distinta a la tuya. Verás, en la vida de una persona hay momentos en las que una acción, por más pequeña que sea, es capaz de cambiar el rumbo de esta para bien o para mal, generando así una ramificación inmensa de posibilidades, algo que ustedes conocen como efecto mariposa —me miraba a los ojos, esa imagen distinta a mí me estaba viendo sin malicia alguna, al igual que yo, no sabíamos por qué ocurría todo esto—. Él logró realizar todo lo que sus padres quisieron y, a pesar de no gustarle del todo, ese sentimiento de orgullo le dio ganas de seguir adelante, llegando al punto de pensar que, con el tiempo, ello reemplazaría sus sueños de dedicarse al entretenimiento de las masas, cosa que al final sí se cumplió. Tiene las puertas abiertas para prácticamente todo en la vida y, a diferencia tuya, él puede despertar bajo el mismo techo y tener grandes ganas de vivir.
El orgullo de sus padres, soporte y, principalmente, amor a costa de sus propios sueños, mis sueños. Yo no había logrado ni uno ni el otro, mi padre murió hace cinco años y ahora mamá vive sola, estoy seguro que no quisiera ver a una decepción como yo en su puerta por más regalos que lleve conmigo.
Ninguno de los dos logró verme lograr lo que ellos me pedían, jamás me gustó o siquiera estuve a favor de lo que pensaban y a pesar de que lo pintaban con la típica frase de querer lo mejor para mí, nadie me vio lograr algo en la vida.
Ni ambiciones frustradas de su juventud, ni metas propuestas por mí mismo, ni mis sueños que, con tanto orgullo y ánimo, restregaba hacia los demás y juraba mil veces que lo lograría y en un futuro, por más trunco que sea, alcanzaría ser eso que siempre he querido ser. Al final de todo, mil veces fallé, tantas veces les fallé a todos, los decepcioné y es mejor no atormentar sus vidas con ello, con la presencia de alguien que sólo ha generado en ellos pena y frustración; al final del día, nunca logré nada.
Estoy seguro de ello, por más que una minúscula parte de mí diga lo contrario, sé que es lo mejor para todos, para ella. Mi madre no merece que alguien tan patético como yo sea quien la llamé mamá.
Te odio.
Maldito seas. Sólo tenías que hacer una cosa. Sólo tenías que hacer algo simple y lo único que hiciste fue demostrar lo inútil e incompetente que eres. No importa cuánto esfuerzo haya sido utilizado, sólo fallas y fallas, tienes miedo a perder lo poco que tienes, al cambio a pesar de que sea para bien, sólo eres un niño asustado que busca aceptación a pesar de su total fracaso.
Deja de llorar. Nadie hizo nada para que llores. Nadie hizo nada alguna vez en tu vida. Siempre has sido así. ¿Qué mereces?
—Sería muy interesante vivir sabiendo que aquellas personas que te trajeron a este mundo estén plenamente orgullosas de serlo, ¿no? —dijo—. Pero aún hay más.
La luna comenzó a empañarse y la figura en ella se difuminó lentamente hasta desaparecer en la nada, pero, por unos segundos, pude verlos, estaban felices, los tres fundidos en un solo abrazo adornado por rostros de genuina felicidad y comodidad. Al menos, por un segundo, pude verlos de esa manera, y quizá fue sólo mi parecer, pero sentí que ellos me vieron a mí también. Pude ver a mis padres felices de que yo sea su hijo.
Maldito ser nefasto. Soy un ser nefasto.
Al igual que en mi realidad, todo ello se esfumó en un segundo con un ataque al corazón y una seguidilla de defraudaciones por mi parte, dejando como resultando un hueco en el alma la primera mujer de mi vida; al igual que la neblina, todo se esfumó en un abrir y cerrar de ojos.
Nada de ello volverá. Aunque ella esté con vida.
Ellos no lo harán.
—Me gustaría que vieras esto —una nueva voz, era mucho más aguda, como la de una niña—. Estoy seguro que es igual de importante para ti, como para mí.
Ya no podía estar tranquilo, gran parte de mí seguía a la expectativa y ansioso por ver lo que sea que fuese a aparecer, pero el temor estaba apoderándose de mí lentamente, las palmas de mis manos estaban empapadas y una sensación de vacío en el pecho se hizo presente una vez aquella humareda dentro del espejo empezó a desvanecerse. Y, desde el interior de esta, a una figura femenina hacía su aparición.
Era una niña, no mayor a diez años, creo yo, su pelo llegaba a sus angostos hombros y de un bello color dorado que brillaba tanto con el Sol reflejado en este. Sus rasgos eran finos, hermosos, me miraba con una expresión inocente y curiosa, sus ojos color café obscuro parecían estar preguntándose qué estaba haciendo aquí. A simple vista, cualquiera pensaría que se trata de una niña perdida y asustada al ver a un hombre desconocido en frente suyo y que no paraba de observarla minuciosamente, pero su mirada llena de seguridad era escalofriante hasta cierto punto. Sus ojos. Su rostro inexpresivo era lo más aterrador que vi en un niño en mi vida.
Ese café obscuro. Vacío indescriptible en ellos, vacío en el alma como en los míos.
Esa niña tenía mis ojos.
Detrás de ella se había formado lo que parecía ser un paisaje lleno de verde y celeste, una colina para ser más específicos, el cielo estaba totalmente iluminado con nubes blancas lo adornaban por completo y a lo lejos, yacía una mujer adulta sentada dándonos la espalda, gracias a la luz del Sol, su sombra había sido dibujada en el gras y podía notarse su figura esbelta, sin embargo, lo más curioso de todo era el pelo de aquella mujer, era tan largo que llegaba hasta su cintura y del mismo color que el de la niña.
No lo había notado hasta ahora, pero esta última no había dejado de verme ni por un segundo, sus ojos me atraparon de inmediato, parecía estar ansiosa por verme o como si estuviera esperando el momento para hablar.
—¿Ya terminaste? —esa mocosa era el origen de la última voz que escuché, era suave y enternecedora, era escalofriante—. Soy yo quien quiere hablar contigo, no ella.
Cualquiera pensaría tener en frente a una chiquilla insolente que ni sabe dónde está parada, pero escucharla hablar en ese tono me doblegó casi de inmediato. Cruzamos mirada de nuevo y, esta vez, mostró una leve sonrisa al ver que mi atención era toda suya. Su sonrisa. Simplemente, el rostro de esa maldita niña no me daba buena espina.
—Estás solo —dijo en seco y sin previo aviso dejándome sorprendido y sin respuesta alguna—. Lo has estado desde el momento en el que supiste que nunca podrías hacer feliz a alguien en esta vida, ni siquiera a ti.
No puedes.
La niña conservaba ese maldito y obviamente falso rostro inocente, su maldita sonrisa y odiosa voz satírica. Seguía viéndome a los ojos, vigilando que no desviara la vista en ningún momento, parecía no tener noción de nada o solamente nada le importaba en absoluto, derrumbando en un par de segundo esa fachada de niña confundida y asustada.
Hubo un breve silencio, lo suficiente para que ella diera un bostezo y, elevando los brazos, comenzara a estirarse hasta que sus hombros tronaran y emitiera un ruido extraño de satisfacción.
Nunca pudiste.
—Y todo es por tu culpa, muchas veces te has visto llorando frente a un espejo por una persona, pero todo ello ha sido por tu culpa —parecía estar aguantado la risa—. Si se fueron de tu vida sin más, fue por lo dañina que era tu presencia autominimizante; si sólo jugaron contigo, fue por lo mismo, tu falta de amor propio lo único que generó fue desesperación y cansancio en los demás, incluso repudio por tu actitud agobiante hacia ti mismo. Odio — comencé a apretar mis manos con tanta fuerza pensé que los tendones de mi muñeca se partirían—. Y si prefirieron a alguien más a pesar de tenerte a su lado, la respuesta es más simple aun, tu falta de ambición y gran mediocridad era contagiosa, herías a los demás con tu constante falta de amor hacia tu propio ser —no podía soportar escucharla ni un segundo más, pero por alguna razón, las palabras no salían—. Todo es tu culpa. Siempre lo ha sido.
Nunca podrás.
Cada palabra que salía de su maldita boca me era imposible de oír; la sangre me estaba hirviendo, la punta de las orejas y pecho quemaban y, sin notarlo, ambas manos se habían convertido en puños listos para atacar. En verdad, ¿todo lo dicho por esa niña logró sacarme de mis casillas? No. No eran sus palabras.
Esa maldita sonrisa. Se estaba burlando de mí, estaba riéndose de todo el llanto y todo lo que he pasado, de mi soledad y de mi propia existencia.
Todos se burlan de mí. Todos se ríen de lo que me pasa, nadie está en mis zapatos, nadie nunca ha pasado lo que yo. No tienen el derecho de reírse de la vida de los demás. Yo merezco más que ellos.
No merecen vivir.
¿Qué estoy diciendo? No.
¿Qué está haciendo? No puedo creer lo que acabo de pensar. No a ese punto, ni hablar, es más, jamás debe llegar a ese punto. De qué estaríamos hablando entonces, no soy un maldito resentido social que busca hundir el barco con toda su tripulación. Sí. No la he pasado bien, pero no es justificación para buscar o desear el mal hacia los demás, incluso a personas que ni siquiera están relacionadas con uno mismo.
No soy así. ¿Verdad?
Por la forma en la que me veía, por lo irónico de su sonrisa, por la forma en la que su maldito rostro trataba de disimular no estar partiéndose de risa por dentro, por todo ello asumo que estuvo escuchando cada una de las cosas que dije en mi cabeza y parece que lo disfrutó.
Nadie merece morir por mi fracaso y desgracia.
Pero ella tiene razón. Lo único que he hecho en esta vida ha sido lamentarme, no paré de hacerlo ni siquiera teniendo a personas que me amaron a mi lado y que buscaron reconstruirme recalcándome una y otra vez que no necesitaba ser perfecto o mejor que algo o alguien más para poder estar al lado suyo. Lo único que he hecho ha sido lastimarlas sin querer, por más amor que he querido dar, he terminado expandiendo mi desdicha en parte. Creo que ni debería llamarse amor, ¿no? Más bien, aceptación. Quizá refugio. Alguien con quien poder lamentarme una y otra vez sin ser juzgado, pero no más.
No busqué salir de ese agujero y las llevé hacia lo más bajo conmigo, cuanto más aprecio he buscado en otros y luchado por mantener cerca a esas personas, solo logré dañarlas mentalmente y alejándolas, como un erizo. Quizá ellas no sean buenas del todo, quizá sean malas personas, quizá no, no lo dudo, pero tampoco culpo de haber escapado en busca de algo mejor. Y ella se burlaba de eso.
Esa mocosa, no. Quizá pueda haber una excepción, esa niña como chivo expiatorio.
Sigo sin creer que acabo de pensar, sé que es monstruoso, sé que está mal, sé que esa niña no lo es en realidad, ni siquiera es humana, pero no me molestaría probar si callarla con mis propias manos pueda ser la solución.
—¿Y tú qué quieres? —Al fin hablé luego de un rato de absoluto silencio de mi parte.
Al oír mis palabras, la chiquilla en el espejo cerró sus ojos y dio unos pasos al costado dejando ver el paisaje tras ella, la mujer en la colina seguía dándonos la espalda e incluso parecía no haber movido un músculo todo este tiempo. La expresión de la niñita se había tornado seria y fría, miraba hacia aquella mujer con cierto recelo como si me quisiera solo para ella, como si quisiera toda la atención del mundo para sí sola.
—¿La ves? —dijo, amarga—. Has estado sufriendo solo todo este tiempo por culpa de tu debilidad ante tus propios demonios, demonios que no lograste vencer hasta ahora y ni te has esforzado para hacerlo —ahora que podía verla de perfil, pude ver como de su iris se extendían venas gruesas como si de raíces, no, miles y miles de ramas se estuvieran adhiriendo hacia algo en su interior, algo que definitivamente no era normal—. Pero, ¿qué pasaría si hubieras ganado esa batalla al lado de esa persona especial?
¿Alguien? Seguía viendo a la pequeña, pero esta tenía la mirada perdida en la nada, lucía como si no quisiera hablarme, solo estaba ahí, dándome permiso para ver aquel bello lugar.
De pronto, alguien más apareció en escena, era una figura masculina y para nada atemorizante, solo caminaba tranquilo hacia la cima para dar el alcance a aquella mujer y sentarse a su lado. Sus sombras dejaban ver como entrelazaban sus manos y el tierno beso que se dieron el uno al otro, se veían cómodos estando juntos, se veían tranquilos y emocionados a pesar de no estar haciendo nada, ellos se veían felices.
Entendiendo todo, mi corazón se enterneció y quebró al mismo tiempo, aquel hombre feliz era yo.
—Un mundo en el que nunca estuviste solo, uno en el que eres amado y nadie sale lastimado por ello, uno en el que la palabra familia toma un papel más importante de lo que crees —sentí un gélido vacío en el pecho, un vacío idéntico al de mis días, no sé qué tengo que perder—, un papel muy importante para mí también —seguía evitándome, definitivamente estaba enojada, por alguna razón eso me era particularmente divertido, pero no implicaba el miedo que generaba esa expresión de nula empatía en su rostro.
¿Cuánto tiempo tuviste? ¿Cuántas oportunidades? Pudiste cambiarlo todo, pudiste mejorar. Pudiste hacer las cosas mejor. Te odio.
La respuesta ha estado siempre ahí, tan sencilla que incluso parece chiste, la verdad, es que mi vida es un chiste mal contado, esto lo demuestra. Toda persona está mejor sin mí, lo estuvo desde un principio y solo fui un punto y aparte para mal en sus vidas.
Solo has apartado a personas que han querido amarte y tú no has sabido hacerlo, quién sabe, a lo mejor con tu propia existencia solo genera desesperación o dolor en alguien más.
Todos estarían mejor sin ti, con alguien mejor que yo.
Me odio.
—Aún hay uno más —su vocecita interrumpió mis pensamientos.
Al momento de decir eso, el verde paisaje soleado se opacó de golpe volviéndose blanco y negro, poco a poco las hojas, las nubes, aquella falsa felicidad, todo fue desapareciendo dolorosamente. Prácticamente todo ya había sido tragado por la misma neblina del caso anterior, pero esta tenía un color adicional, un color carmesí en él, idéntico a la sangre; ya no quedaba nada, sabía también que esa niña desaparecería pronto, pero ellos dos seguían tomándose de la mano. A pesar de que el mundo en el que viven estaba desapareciendo literalmente, seguían juntos y, antes que el vacío de aquella humareda tricolor los desvaneciera por completo, ambos miraron hacia mí; sonreían con lágrimas en el rostro, melancólicos y claramente resignados, pero no soltaron sus manos en ningún momento.
Lo último que vi fue a esa versión mía mover la cabeza en señal de negación. Todo está vacío. No, ¿qué?
—Bueno, supongo que Dios sí creo que los hombres a su viva imagen —volvió a dirigirme la mirada, lloraba y sonreía al mismo tiempo—, ambos no son tan buenos padres que digamos, irónico, ¿no? —desapareció y la voz de aquella niña también lo hizo de último momento, siendo la primera que inició todo esto la que tomó su lugar.
Honestamente, empiezo a extrañar esa odiosa voz.
Buen padre. Solo Dios sabe lo que pudo ser, lo que será y lo que jamás debería ser concebido, ¿verdad? Entonces, ¿porque nos matamos entre nosotros?, ¿por qué nos matamos a nosotros mismos? Acaso, ¿Dios también es así?
¿Cómo yo? Probablemente. Alguien egoísta que antepuso su propia seguridad y utilizó los pensamientos, los sentimientos de los demás.
Me odio.
—Última parada —se escuchó— y última opción —a qué se refería, el cristal seguía empañado por esa mezcla de blanco, negro y carmesí, se movía como una pequeña espiral dispareja, como si algo en el centro de este estuviera buscando salir de ese caos y lo estaba logrando—. ¿Listo? Quiero decir, nunca lo has estado y mírate, aún de pie. —dijo soltando una risilla.
Para este punto, mi mente estaba hecha un desastre total, me sentía desolado y sin suelo alguno en cual poder apoyarme al menos por unos segundos, había más preguntas que respuestas en mi cabeza y estas últimas eran más dolorosas de lo que uno esperaría. Me recalcaba una y otra vez la escoria en la que me había convertido, mejor dicho, que he sido durante todo este tiempo, lo bajo que caí al usar a los demás para encontrar la satisfacción propia o algo que sirviera de anestesia para mi día a día.
Algo que aliviara el dolor de vivir
El remolino comenzó a fundirse en un color uniforme, era un color guinda obscuro y en este se podían ver líneas negras que, poco a poco, fueron expandiéndose por cada rincón dentro del marco hasta haberlo ennegrecido por completo. Aún no se podía ver nada en el espejo, pero, por algún motivo, sabía que lo que venía era lo peor.
Líneas blancas se dibujaban de la nada y, al cabo de unos segundos, los trazos que parecían no tener sentido habían formado el contorno de algo, más bien, de alguien. Parecían tener conciencia, esas rayas blanquecinas, parecían ser gusanos arrastrándose y delineando un cuerpo humando, una sonrisa, una mirada algo cansada y un fondo lleno de personas de pie, sus rostros eran deformes, sus cuerpos también, parecían haber salido de un antiguo retrato despintado. En el centro de todo ello, yacía una sola persona con un gesto de alegría en su rostro, los años ya se habían hecho notar en sus patillas y los pómulos, a pesar de lucir como pequeños sacos, se veían como el reflejo de una vida llena de esfuerzo y recompensa. A pesar de ser idéntico a mí, no había similitud alguna.
—Siempre quisiste esto, ¿verdad que sí? —dijo.
A pesar de ser yo, no logré nada hasta ahora.
—Sacar una sonrisa a cualquier persona sin importar quien sea, que el mundo te conociera por tu propio trabajo y te reconociera por ello, entretener al público desde un escenario y ver desde ahí como las puertas se abrían por si solas —un pequeño murmullo acompañaba su voz. No. Murmullos. Distintas voces hablando ininteligibles—, sacar a las personas de sus propios mundos llenos de problemas y hacerlos olvidarse de todo al menos por unos segundos —esas voces estaban vitoreando—, hacerlos felices, aunque tú no lo seas, ese siempre ha sido tu sueño, ¿o me equivoco?
La imagen tomó más consistencia y color, había un tumulto de personas rodeando a mi figura y todas lucían entusiasmadas de mi simple presencia, todos de pie y aplaudiendo, unos ovacionaban y otros gritaban mi nombre con la esperanza de recibir una respuesta de mi parte. Para ellos, yo era lo más increíble en sus vidas. Quizá un modelo a seguir, alguien admirable o que se haya ganado esa posición con sus propias manos, y digo ello por la variedad de edades en el público, adultos y jóvenes, niños y algunos ancianos, todos ellos estaban ahí por mí, sonreían por mí y se sentían vivos por mí.
No niego que aquella sensación de ser el centro de todo es increíble con tan solo verla, pero me era sumamente aterrador el hecho de que todas las sonrisas, sueños e incluso esperanzas de esas personas cayeran en mis hombros. También llegaré a fallarles.
No soy su dios para que hagan ello, no estoy ni cerca de serlo.
¿Dios también falla?
—Aquí, pudiste alcanzar todo ello —dijo aquella voz antes de que me figura en el espejo me viera y quedara completamente inmóvil—, aquí tus sueños se volvieron realidad.
Abrí los ojos por completo ante tales palabras y, al mismo tiempo, mis manos y nuca comenzaron a sudar, pero no de miedo, estaba nervioso. Lo había conseguido. Yo estaba ahí, todo el mundo sabía quién soy y lo que puedo hacer, todos ellos me aman, todos me aceptan tal y como soy. Quiero. No me había percatado, pero mi boca también estaba abierta del asombro, incluso me era difícil respirar, como si pudiera sentir también la presión escénica de mi otro yo. Podía sentir la inseguridad, pero también la temple y profesionalidad al ver aquella versión mía, podía sentir todo el cariño de esa gente, podía sentir la paz consigo mismo que teníamos, podía sentirlo.
Sentí que algo andaba terriblemente mal.
—Todo lo que siempre has querido, ¿eh? —volvió a hablar—. Y cuando digo todo, lo digo en mayúsculas.
—¿A qué te refieres? —Silencio. Parece que no estuviera esperando una respuesta de mi parte.
—Odio cuando tomas el papel de idiota, pero es lo que hace que te hace mi favorito —la imagen en el espejo reanudó su movimiento y, esta vez, se retiraba fuera de escena cambiando a una expresión inconmovible, a tal velocidad que era imposible pensar que ese hombre disfrutaba su vida—. En esta realidad, pudiste cumplir cada una de las metas que fuiste proponiéndote en el camino hasta llegar a aquí, pero, a cambio, tuviste que dejar algo atrás que, sin dudas, fue un punto de quiebre en la búsqueda de tu propósito en la vida. Aquí, tus padres están muertos.
Sentí como mi estómago se volcaba al oír ello, no paraba de sudar y un golpe helado cruzó mi pecho que dejó una horrible sensación de vació exactamente a la altura del corazón.
Ellos se han ido.
—Es lo que querías, quizá no lo pensaste con las mismas palabras, pero, en el fondo, sabes que es cierto —no puede ser verdad—. Ellos jamás te apoyaron, solo piénsalo, el deber de todo padre y madre es velar por la felicidad y bienestar de aquellos que traen a este mundo, sin embargo, solo pusieron en tu camino roca tras roca, hicieron lo imposible para no verte lograr lo más importante en tu vida; y a pesar de todo ese esfuerzo, sacrificio y pequeñas recompensas que lograste tú solo, y de lo que fueron testigos, nunca cambiaron de parecer e incluso parece que llegaron a regocijarse en tu fracaso —era imposible—. Que ellos hayan salido de la ecuación lo volvió todo más fácil y te llevó hasta aquí.
—No puede ser —estaba desolado, sin palabra alguna en mente, esta vez, las palabras no querían salir. No querían aceptarlo.
—¡Oh, vamos! —dijo con un tono arrogante y claramente fastidiado—. Ambos sabemos de las cosas que tuvimos que pasar gracias a ellos, cuanto has llorado, cuanto has perdido —su voz se hacía cada vez más fuerte, no estaba gritando, estaba dentro de mi cabeza—. Un padre no tilda a su hijo de inútil desde sus primeros cinco años, una madre debe ser aquel refugio de amor y confianza que toda persona anhelan, no ser alguien que se ría de cada una de tus desdichas e impulse a dejar de creer en uno mismo —cállate—. Los padres jamás te darían la espalda por más caídas y fallos que tengas, y lo sabemos muy bien. Ellos solo generaron recelo, envidia, odio en tu corazón, ¿unos padres así deberían ser queridos?
Ellos. Es probable que tengan la razón, jamás he demostrado ser distinto o sobresaliente entre los demás, jamás he sido la viva imagen que mi padre quiso desde siempre ni aquella persona completamente obediente, e incluso de forma enfermiza, que mi madre buscó. No he sido nada de lo que querían.
Quizá, soy yo quien no merezca su amor. Quizá no debería haber existido en sus vidas.
—Los odias, puedes sentirlo —sal de mi cabeza—. Para los buenos padres, la felicidad de sus hijos es lo más importante, incluso si ello implica sacrificios.
No soy fuerte, no soy un genio y mucho menos alguien ejemplar, no soy nada de lo que alguien quiso alguna vez en mi vida. Perdónenme. Es mejor sin mí.
Sacrificios.
En el espejo, la versión exitosa de mí había entrado en una habitación que parecía ser su camerino, lucía cansado y algo amargado, algo fastidiaba su conciencia. Al igual que yo, fumaba y parece que mucho, estaba ahí, sentado en un pequeño sofá guinda al lado de una pequeña mesa de un solo cajón, del cual sacó un portarretratos de marco dorado y negro, con una fotografía particularmente hermosa.
Papá, mamá y yo.
Se mostró impérenme con el cigarro en la boca y la mirada fría clavada en la foto. Como si no le importara nada en absoluto.
—Sé que estás confundido y digamos que ahí dentro no vamos del todo bien que digamos —la voz estaba riéndose, no lo culpo—. Así que seré directo, puedes dejar todo atrás, todos esos tropiezos, todo ese dolor y lamento, con tan solo una palabra —se estaba divirtiendo—, solo dime cuál de estas vidas quieres gozar y estará hecho.
Vivir en un mundo en donde todas mis lágrimas jamás hayan caído.
—¿Cuál es el truco? —respondí.
—Ah, quieres leer las letras pequeñas, típico de ti —dijo soltando una carcajada después—. Una nueva vida a cambio de la antigua —el tono de su voz cambió inmediatamente al iniciar esta última oración, era completamente seria hasta el punto de llegar a ser intimidante—, todo lo que has vivido desaparecerá, toda memoria y cosa material, todo será borrado para siempre. Tú dejarías de existir —fue lo último que dijo antes de quedarse en silencio, supongo para que pueda pensarlo mejor.
Adiós a todo, ¿eh?
Durante toda mi vida, sólo he sido un monstruo que se cruzó en la vida de personas inocentes. ¿En realidad he sido una simple piedra en el zapato para todos?
Se esforzaron tanto por hacerme ver la verdad y yo solo los defraudé, y apuesto que quizá no todos, pero gran parte de sus fracasos han sido influenciados por mí o más bien mi culpa.
No soy merecedor de esas personas. Nunca lo he sido. Desearía ser mejor, mejor para todos ustedes, sé que lo merecen, sé que merecen alguien mejor que yo.
Padre, ¿cuánto ha sido?
Sean sincero conmigo, si puedes oírme, selo.
—Dices poder hacer más cosas que Dios, ¿verdad? —aún tenía la cabeza agacha, mis manos seguían temblando, tenía miedo de mí mismo y mis pensamientos—. Tienes que asegurarme una sola cosa.
—Oh, el temor y la valentía son capaces de sazonar los pensamientos de forma sublime, te escucho.
—Ellos estarán bien —mi voz se entrecortaba, mi garganta estaba totalmente seca y el miedo me hacía todo más difícil—. Elija lo que elija, las personas a las que puedo llamar amigos, estarán bien, mi madre estará bien. Será feliz.
Hubo un corto silencio, pero lo suficiente para hacerme pensar que había roto alguna regla o lo había hecho enfadar.
—Tienes mi palabra —respondió con voz profunda.
¿Cuánto tiempo?
Cuánto han tenido que sacrificar por mí, por buscar mi bienestar, cuánto les he fallado. Cuánto han llorado por mí, por favor, perdónenme. Todos ustedes jamás merecieron todo eso.
En verdad lo intenté, pero lo único que sé hacer es fallar una y otra vez, en todo campo, en toda mi vida, solo he cosechado fracasos. Dios, sigo esperando tu respuesta.
Mis ojos quemaban. Arden. Di una última mirada al espejo y pude ver como aquella realidad que había sido dibujada estaba empezando a desaparecer, a perderse entre la infinita neblina guinda. No. Parece el color de la sangre para ser sinceros. Al igual que ello, yo desaparecería y nada ni nadie lo habrá notado, sin relevancia alguna o consecuencias, todo seguiría su curso.
Mis ojos estaban rojos. Antes de ser eliminado de este plano, mi yo de aquel mundo, con su cigarrillo en la mano, alzó la mirada sobre su hombro y, con lágrimas en el rostro, movió la cabeza de un lado al otro en señal de desaprobación y guiñó un ojo. El vació lo consumió. Nada ni nadie de este mundo alguna vez lo recordará, pero en su rostro colorado por el llanto, podía ver el arrepentimiento. ¿De qué?
Yo también lo hago.
No había levantado la cabeza hasta entonces y fue muy tarde para cuando lo hice, ya que el cristal estaba completamente bañado de rojo obscuro, como la sangre al coagularse, y del marco de madera brotaban delgadas raíces rojizas y negras que se extendían rápidamente por todo el baño, como si de pequeñas venas se trataran y el espejo sea un corazón.
Desearía que ustedes no hayan pasado por todo esto.
Ya decidido. Al mirar hacia el reflejo una vez más, un destello rojizo cruzó por mis ojos y una serie de imágenes, sonidos, voces, gritos, el infierno mismo cruzó por mis pensamientos.
Podía verme a mí, me veía idéntico a mi yo de la primera opción, pero era totalmente distinto a lo que había visto previamente, me veía atormentado y notablemente cansado, había píldoras blancas en el suelo y una cajita negra con un toro estampado en la mesa.
No estaba bien, nada de eso concuerda con la felicidad que me mostraron. Lo siguiente que oí fue un pequeño estallido y el sonido de carne blanda pegándose a la pared, mi cuerpo yacía con un agujero en la cabeza, con sangre saliendo a borbotones de la boca y nariz, la mirada desorbitaba y los restos de mi cráneo resbalando.
Por su bien.
La niña. Una vez más la pude ver frente a mí, pero al mismo tiempo desearía no haberlo hacho. Las cuatro paredes crema de una habitación desconocida estaban salpicadas por grandes gotas de sangre, lo demás era una imagen sacada de una pesadilla; el suelo estaba cubierto por una espesa capa rojiza y objetos varios tirados por doquier, sus manos, su rostro, todo el lugar, todo el ambiente era de color rojo, ¿qué hiciste, niña?
La muy desgraciada aún tenía esa sonrisa pícara llena de maldad, en su rostro había rastros de carne y pequeñas tiras de piel colgante, pero lo más resaltante era aquella hemorragia que brotaba desde una de sus cuencas. Algo había arrancado de golpe uno de sus ojos, pero igual como antes, a ella no parecía importarle nada en absoluto, ni siquiera el valor de una vida.
En el suelo yacían dos cuerpos boca abajo sobre su propia sangre, era dos figuras adultas, una más desafortunada que la otra; ahí estaba esa bella mujer que sostuvo mi mano en todo momento, con el cráneo totalmente destrozado y abierto, como si de una calabaza se tratara, se podían ver numerosas líneas carmesí sobre todo su cuerpo, de la misma forma pude ver al protagonista de esa vida, yo.
Estaba en el suelo, con un profundo y escandalosamente violento corte en la garganta, podía verse como la tráquea asomaba y los delgadísimos cartílagos mantenían unidos la cabeza con el cuerpo, y hablando de este último, ambos tenían las manos desmembradas y tiradas como si fueran basura, sus tobillos habían sido cortados de tajo, dejando sus pies colgando sin respuesta. Los habían torturado, no querían que escaparían, a juzgar por la estela de sangre del lugar, puede creerse que lucharon con todas sus fuerzas por sobrevivir arrastrándose, pero al final de nada sirvió y por ello estaba maldita psicópata arrancó sus manos como si nada.
Ella seguía sonriendo, seguía viéndome con esa misma curiosidad, ternura y risa de hace rato, incluso podría decirse que se veía feliz de verme. Un buen padre como Dios.
Déjenme corregir mis errores.
El último, estaba de rodillas mirando al cielo, apenas podía verse qué era lo que estaba ocurriendo, solo podía verse dos bultos en el suelo y su figura, al parecer, llena de desesperación. Poco a poco la escaza luz se hizo presente y dio a conocer una escena sacada del mismo infierno de Dante, algo que, para mí, puede ser considerada el mayor crimen de la humanidad, el más grotesco y monstruoso hecho que alguna vez alguien podría presenciar.
Parecía no haberme notado y es reconfortante saber ello, dudo que alguien en tal situación le guste tener espectadores y mucho menos si se trata de un parricidio. La sangre de ellos dos yacía en sus manos, sus nudillos estaban hinchados y pelados hasta el punto de poder ver el músculo rojizo, tenía el rostro y ropa salpicadas, su mirada estaba completamente perdida, parecía que ni sabía qué acababa de ocurrir, como si todo hubiera sido un accidente, mas no mostró arrepentimiento alguno.
Incluso sacrificios por la felicidad de un hijo.
Estaban en el suelo, él tenía el rostro repleto de heridas hechas a puño limpio, apenas podía reconocerlo; ella tenía una mancha café en el pecho que llegaba hasta sus rodillas, su cuello estaba morado y pequeñas líneas de sangre caían por su nariz.
Bastardo desgraciado.
Mataste a aquellos que te dieron a luz, todo por tu maldito sueño egoísta, no murieron por ti, ellos fueron asesinados por la persona que menos esperaban. Pero a él no pareció importarle ello en absoluto, prendió un cigarro y permaneció de rodillas en medio de los cadáveres de sus padres. Mis padres.
Todo pasó tan rápido en mis pensamientos a la par de estar listo de decir qué había decidido. El infierno desatado en una fracción de segundo, una vez más, Dios, por favor, qué quieres decirme, mejor dicho, ¿estás aquí?
Al final, todo camino lleva al sufrimiento, ¿o es una de las miles y miles de posibilidades que mencionó al principio? No puedo olvidarlo, mi cuerpo sin vida, el sadismo desmedido de una pequeña niña y los cadáveres de las dos primeras personas en mi vida.
No. Haciendo esto, ello jamás ocurriría, jamás sufrirían. A costa de mi felicidad, buscaré la suya. A pesar de mi propia existencia, a pesar de todo, los quiero.
Ojalá pudiera haberlo dicho antes.
Al final, el monstruo he sido yo todo este tiempo. Lo lamento.
—Yo elijo…
Papá, mamá, lo siento.
—Vivir —alguien interrumpió.
No sabía de dónde provenía aquella voz. Una voz tan cálida como el Sol de primavera, una voz que tan solo oírla me hizo sentir que todo estaría bien.
Mis ojos siguen rojos, están húmedos.
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.