Decidí escribir una carta sin destinatario alguno, sólo la verborrea de mi pensar, más que mi pensar mi pesad.
Redacto cada oración con una ligereza jamás vista por mi escribir, casi que mi mano danza en cada letra que empuño con esta tinta azul. Azul porque me recuerda al mar, el que solía visitar, el que solía anhelar.
Llegué al final sin detenerme a analizar ni un punto o una coma, casi como un atropello por liberarme de estas palabras que pesan, mejor dicho, pesaban.
Solté una lagrima al terminar, como una firma al borde de la hoja.
Creída de que esta carta era para el viento me doy cuenta que tan sólo te escribo a ti, añorando de que algún día la leas y regreses a mí.
Quizás no estoy esperando que regreses, tan sólo he decidido convertir este trozo de papel en una semilla para así sembrar todo esto que algún día fui y ya no estoy dispuesta a ser.