Gabriel Amador.
Sin título. 2018. Fotografía digital.

Es domingo y despierto antes que tú. 

La cama es enorme pero justa. La luz que se cuela por la ventana es brillante y prometedora. Va a ser un buen día y, aunque muero por que inicie, no te despierto. 

Siempre he amado tu energía, tu vitalidad, tu mente que jamás descansa y tu boca salvaje llena de verdad. Tus piernas fuertes, tus manos suaves, tus ojos que sobre-analizan los colores y tu sensual voz. 

Eres incansable. Inalcanzable. Insaciable. 

Por eso considero justos esos cinco minutos más. Pero, no resisto y acaricio tu precioso rostro, beso suavemente tu nariz y meto mis dedos entre tu largo cabello mientras intento descifrar la verdad detrás de la belleza que reposa en ti. 

¿Son tus cejas las que, al bailar alegremente para mí, me han hecho caer? ¿O son tus ojos el oxímoron que terminó por derribar todas mis teorías acerca de los opuestos? 

Quizá son tus dedos largos y ágiles los que insisten en hacerme creer que el amor funciona de la misma manera en la que se debe tocar un piano. Eso explicaría porque nunca se me dio bien ninguno de los dos. 

Tengo mis sospechas. Aunque, a decir verdad, me inclino por la idea de que es ese tierno espacio en tu pecho, al que yo llamo hogar, el que quiebra mi fría y para-nada-bien-construida carcasa. 

Me reivindica. Me reclama. Me reinicia.

Porque aquí estamos. Un caluroso domingo de agosto reposando el cansancio de haber sido a medias y a fuerza con otros lo que entre nosotros se da sin premeditar. 

Quiero consumir mis poco civilizadas ganas de ser contigo. Quiero besarte la piel detrás de las orejas. Quiero mirarte mientras no me miras y quiero que me sigas viendo cuando nadie más lo hace. 

Que rías a carcajadas a pesar de mi incapacidad de reírme despreocupadamente. Que me digas todo aquello que parece obvio, pero que no logro descifrar por mis propios medios. 

Y que el invierno llegue y nos tomemos de la mano mientras escuchamos entrar a Mr. Lawrence. Y que el tiempo pase y que no pase nada porque me quieres como lo juran tus cartas y tus canciones. 

[…]

Abres tus profundos ojos marrones. Se han despejado todos los cielos porque el sol sale para ti. Conversamos animadamente sobre los planes del día. Besas el dorso de mi mano. Me derrito, por supuesto. 

Elegimos la misma ropa de ayer. Hay pan recién horneado y café recién hecho esperándonos. Sonríes. Presionas ligeramente mi muslo por debajo de la mesa. «Buenos días para ti también, mi amor».

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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