Hoy día mucho se habla de la amistad, todo el mundo dice: «quédate con quien estuvo contigo en tu peor momento», «quédate con quien contestó tu llamada en la madrugada cuando más lo necesitabas», etcétera; pero lo que no suelen decir es que también esas amistades tienen fecha de caducidad. También esas amistades pueden terminar.
Lo sé. Lo sé. Suena raro, pues crecemos viendo historias donde hay amigos que nos acompañan todas nuestras vidas, pero no siempre puede ser así.
Imagina, estás aún en el colegio, tu vida está cambiando. Ahora tienes amigos que nunca creíste tener, las fiestas son cada vez una mejor anécdota. Los exámenes son fáciles, pues estudias con esos amigos. Incluso no aprobar se convierte en una historia divertida y esto por la magia que implica el compartir esa experiencia con tus iguales, con tus cómplices.
Esos amigos que se convierten en nuestros confidentes, compartiendo los buenos y malos momentos, las alegrías, las tristezas y sí, hasta los corazones rotos.
Los días malos se hacen buenos con esos compañeros que ahora sientes como familia, una familia que tú estás eligiendo. El problema más grande, contado con un par de cervezas, parece ser mínimo porque las palabras de ese amigo te dan la paz que necesitas, o simplemente sientes que la carga es menor porque ahora tu amigo te entiende, te apoya y sabes que estará para ti la próxima vez que quieras hablar del tema.
Ahora sabes que un parque, una hamburguesa y lluvia después de un día complicado son siempre la mejor solución, porque sabes que amigo te entiende, te complementa y te invita a seguir; a no claudicar. Las pláticas eternas que se dieron justo cuando ninguno tenía dinero para la fiesta, los viajes o los lujos, esas pláticas son las que nos hacen pensar que esa amistad no podría terminar jamás porque no necesitas nada más para pasar un gran día, más que su compañía.
Sin embargo, el tiempo pasa, y las actividades que solían compartir dejan de interesarte, o incluso, ese amigo ahora las detesta. Ahora conoces a más personas, personas que poco a poco se convierten en importantes en tu vida. Aprendes cosas nuevas, experimentas nuevos gustos y, con ello, tu círculo de amistades cambia, claro, eso no quiere decir hayas olvidado a esos amigos; sólo que ahora ellos también tienen sus nuevas amistades, nuevos gustos y quizá menos tiempo que antes.
Quizá llegue el momento en el que pueden coincidir y salir, tú, sus nuevos amigos y ese querido amigo, o viceversa, pero, muy probablemente, no es una rutina que pueda darse continuamente. Con el paso del tiempo, las cosas que solían hacer juntos dejan de ser prioridad, pues las personas cambiamos y sería injusto no permitirnos crecer.
Entonces, al crecer tienes problemas diferentes. Ahora ese amigo que antes era incondicional tuvo un compromiso y no pudo estar ahí para charlar. Ahora estás tú, con tus miedos, con tus propios retos, enfrentándote a una nueva vida en la que quien solía ser tu mejor amigo tiene su propia vida, sus propios problemas, sus propios retos, y es justo donde la amistad comienza a cambiar, pues ahora hay daños colaterales, sí, leíste bien, ahora su amistad causa incomodidad a terceras personas; y claro, no es que te quiera menos, es que simplemente esas terceras personas forman parte de su día a día y tú simplemente ya no estás dentro de sus planes.
Esto provoca que poco a poco la distancia sea mayor, las conversaciones que no tenían fin ahora sean cortas o con menor frecuencia. Las salidas que solían ser cómodas, no lo sean más. Ahora, cuando tienes algo importante que contar, ya no es esa persona tu primer y mejor opción para celebrar o simplemente para contarle lo que ocurre en tu vida.
Su nombre cada día aparece menos en tus chats recientes, deja de estar en tus números favoritos. Tus triunfos y fracasos ya no le interesan, y tú sabes que es así puesto que ya ni siquiera haces el intento por contarle, sabes que ahora sus vidas marchan en otra dirección.
La pregunta aquí es, ¿realmente queremos ser un daño colateral? ¿Merecemos ser reemplazados? ¿Merecemos sentir que algo hicimos mal para que nos saquen de sus vidas? La respuesta es fácil: no; no nos lo merecemos. Siempre habrá más personas por conocer, personas que te quieran en su vida, o bien, en ese momento de sus vidas. Habrá quienes se queden, habrá quienes en el viaje nos acompañen por años y años. Habrá quienes sean temporales, pero nos enseñen lecciones que se quedarán el resto de nuestras vidas con nosotros.
Lo realmente importante de perder un amigo es saber que, por el contrario, no estamos perdiendo nada; estamos ganando. Sí, ganando. Ganamos fuerza, ganamos lecciones, ganamos confianza en nosotros y en que podemos solos. Los recuerdos y experiencias vividas se quedan para siempre. Y cada que recordamos a esa persona, podremos decir con cariño gracias.
Gracias por las mil aventuras, por las historias que jamás contarás porque seguro tu mamá habría entrado en crisis, por las anécdotas que quedarán grabadas a tu historia hasta el final de tus días.
Este texto es en pro de dejar ir, de aprender que somos un instante en la vida y, por tanto, nos hago una invitación a vivir, a disfrutar, a amar con todas nuestras fuerzas, a olvidar las cosas feas más rápido, a perdonar, y a sonreír con más frecuencia… que no sabemos si mañana tendremos la oportunidad de ver a las personas que amamos o, simplemente, poder abrazarlos.
Fin.
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.