Hace un par de días que aconteció uno de los galardones más importantes para la comunidad jurídica, se celebró «el Nobel del Derecho», se podría decir, refiriéndonos al Premio Mundial de la Paz y Libertad que entrega la Asociación Mundial de Juristas o World Jurist Association, por su nombre en inglés. Es conocida como la máxima presea en materia de Derecho y ha sido otorgada a personalidades como Winston Churchill, Nelson Mandela e incluso el mismo rey Felipe VI de España.
Este premio nació en plena Guerra Fría y con la única misión de distinguir a las lumbreras que defienden y proliferan el Estado de Derecho en su más pura esencia (la búsqueda de la justicia e igualdad). Y Andrew Young ha hecho todo eso y más a lo largo de su carrera como defensor de los derechos civiles. Sin embargo, aunque ha trabajado duro, bajo sus éxitos siempre ha aguardado una sombra de suspicacia viperina y abiertamente racista, tanto que se convirtió en un affair o asunto nacional de su tierra natal. En 1977 la gran mayoría de la white people estadounidense se cuestionaba la razón por la que el presidente Carter eligió para el alto cargo de embajador ante las Naciones Unidas y por primera vez en la historia, a un hombre de color. ¿Tan mal estaba la situación con África que se necesitaba negociar con individuos que fuesen semejantes a los habitantes de ese continente? ¿Carter intentaba enviar un mensaje de humanidad y empatía social? Nadie lo comprendía en ese entonces. Pero, Carter no falló en su elección, Young se desempeñó cabalmente en su puesto y no solo mantuvo una buena imagen para los Estados Unidos, sino que además supo preservar sus convicciones y acomodar bien las piezas en favor de lo que creía justo, como, por ejemplo, vetar las sanciones económicas a Sudáfrica a pesar de ser impuestas por la ONU en los setentas (las luchas armadas y el apartheid no debían mermar el PIB del país africano generando más empobrecimiento social). Y luego si leemos más sobre su biografía encontraremos una retahíla de triunfos y buen comportamiento, logró ser congresista y alcalde de Atlanta, y todo esto realizando un destacado trabajo. Lo mismo con su fundación y labor pastoral. Entonces, ¿por qué a lo largo de su trayectoria la prensa americana ha sido bastante fría y omisa con Young?
Pongamos por caso precisamente este galardón recibido, no mereció ni un solo artículo en diarios considerados muy de blancos e importantes como el Huffington o Washington Post, es más, prácticamente solo periódicos de gente de color de Atlanta recogieron la noticia de la presea. Es extraño porque el premio es relevante. Al ser un hecho reiterativo y sin fundamentos es bastante lógico aseverar que es un dejo de racismo lo que segrega la imagen de Young como una figura muy visible en la actualidad. Su voz si tuviese mayor eco podría refrescar y mejorar la escena política y caótica actual. En varios podcasts Young ha hablado sobre la guerra, la violencia, las generaciones futuras, el hambre, entre otras cosas; y planteado ingeniosas maneras para solucionar estos problemas. Lamentablemente las portadas de los magazines digitales americanos se llenan de notas sobre Trump y sus múltiples escándalos (o de cualquier otra trivialidad de un político blanco). Es absurdo como las minorías tienen que hacer hasta lo supra humano para sobresalir un poco y a veces ni de esta manera alcanza. Basta con mirar algunos capítulos de la serie Atlanta (disponible en Netflix) para descubrir los ridículos prejuicios en torno a ciertas razas, en este caso la comunidad negra, sobre muchos tópicos que podrían considerarse «cotidianos», como el hecho de poder adquirir un ticket de cine VIP o portar un billete de cien dólares sin ser motivo de investigación o escrutinio.
La pregunta al aire es la siguiente: ¿por qué la sociedad americana es ridículamente prejuiciosa? O más bien, ¿por qué la sociedad en general no se detiene a meditar lo adocenado que resultan algunos prejuicios? Es decir, son captados y asimilados con mucha facilidad, hasta gusto. Como son cuestionamientos de tipo ontológico debemos remontarnos a los principios de la construcción humana para intentar responder. Los humanos se transformaron de australopitecos a homo hace unos cuantos millones de años en el Cenozoico, y fueron la habilidad de utilizar herramientas, el fuego y el habla lo que garantizaron su supervivencia y le dieron su «humanidad», podría llamarse.
Yo agregaría que fue también el prejuicio lo que lo ayudó a evolucionar. En el sentido de conceptos predeterminados que le facilitan el conocimiento de las cosas al hombre. Es decir, los animales o plantas que tienen el aspecto más grande o peligroso (notoriamente no estético) son los de mayor riesgo y los más pequeños y bonitos, no tanto, ejemplo, los leones y cocodrilos versus conejitos y patos. Como el prejuicio se comprueba con la experiencia, es un conjunto de datos útiles (se cumple medianamente la regla en el mundo animal, entre más aberrante el aspecto más venenosa y agresiva la especie). Esto pues da una idea de cómo es que el prejuicio se arraiga, por su «positividad» para el elector en la toma de decisiones rápidas. Prejuicio es igual a pereza y pragmatismo. Súmese el miedo y estrés que provoca enfrentarse a algo diferente y desconocido. Es por ello que en cierta forma el prejuicio social sea «entendible» (no son más que respuestas naturales básicas e instintivas) que se nutren con la experiencia. Y así con el empirismo es posible igualmente derrotarle, si tenemos paradigmas como Young.
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.