Eloísa García.
Cuerpropiedad 2. 2020. Fotografía digital.

—Tal vez si te pruebas una talla diferente —le dice Rebecca a Betty.

—Soy talla nueve, no me probaré otra. Que la costurera lo arregle —dice, enojada, a lo que Rebecca sólo se encoge de hombros, mientras ayuda a su hermana a salir del vestido.

—No arruines el día de tu hermana —le dice su madre en un tono fuerte, Betty sólo se encoge de hombros y su madre se remueve incomoda en su asiento.

Rebecca es una mujer muy feliz, tiene una vida de cuento de hadas; si es que tal cosa existe sería igual a su vida. Parecía que había sido escrita solo por el propósito de hacerla feliz, todo encajaba en ella, su risa y su cuerpo, parecía que un escultor se había tomado el tiempo para detallar cada curva y acentuación en su ser, ella lo sabía, más de una vez habían comparado su belleza con la de una diosa griega, había tenido la vida fácil. Betty, sin embargo, es una mujer de pelo tan negro como la medianoche en medio de un sombrío bosque, su sonrisa amarilla como las mazorcas que su madre cocinaba una vez por semana, y ese cuerpo tan desproporcionado del pecho y caderas, ella no había sido feliz, ni siquiera lo intentaba, sería un pecado tan solo soñar con un futuro cercano en el cual disfrutara de su vida.
Miraba a su hermana siendo feliz y la envidiaba. Claro que lo hacía, ella lo tenía todo y en el fondo sabía que la vida le tenía preparado algo incluso mejor, en sus entrañas se removía la pesadez de un futuro incierto, de una vida deprimente como hasta ahora lo había sido, pero no deseaba ser feliz como su hermana, no. Ella deseaba que fuera infeliz como ella lo era, que de alguna manera pudiesen ser infelices juntas, porque si Rebecca era fuego y Betty cenizas, por decreto celestial, por ser hermanas, por compartir la misma sangre, Rebecca tenía que ser cenizas en un futuro cercano, y Betty se encargaría de que fuese así.

Las damas de honor se estaban probando los vestidos, Rebecca ya tenía su vestido listo para la ocasión, su hermana no había asistió a la primera prueba pues consideraba que no era del todo bienvenida, pero fue una sorpresa enorme cuando se le pidió que asistiera, incluso le sorprendió que Rebecca le pidiese ser una de las damas de honor, ella consideraba que no eran tan cercanas; a pesar de ser hermanas, ambas eran conscientes de que nunca se habían llevado bien. Rebecca lo hacía por sus padres, incluyó a su hermana porque su madre así lo pidió y ella en el fondo se sentiría culpable si su hermana no asistiese a su boda, aunque no fuese su primera boda, pero algo dentro de ella le decía que sería la última, que por fin lo había conseguido. Y en las bodas la familia siempre se olvida de los problemas. Betty había asistido a las bodas anteriores y todo había terminado mal, esta vez sería diferente y Rebecca estaba tan segura esta vez que, por sus padres y la familia, incluiría a su hermana. 

Mientras los vestidos color lila eran modelados en los cuerpos de las amigas más cercanas de su hermana, Betty planeaba minuciosamente una manera de asesinar a todas. No sería capaz de matar a todas, era mucho trabajo, además eran sólo sus amigas, su hermana no estaría triste por mucho tiempo y al final podrían ser reemplazadas, cada cabellera rubia teñida era reemplazable, tenía que ser más inteligente, tenía que pensar mejor. No podía matar a sus padres, de alguna forma los quería y aun le eran útiles. Joder, ¿por qué planear un asesinato era tan difícil? Sería más fácil si ella tuviese un bebé al que amara más que a su vida misma, eso si la convertiría en cenizas. 

Tal vez si la asesinaba, sería difícil porque a pesar de todo la quería, pero Rebecca era la persona que más infeliz la hacía. Lo analizó camino a casa, finalmente optó por no asesinar a su hermana ni a nadie que compartiera su sangre, eso era una línea que no pensaba cruzar, sólo quería verla siendo infeliz, nada más. Esta vez para siempre, completamente desecha.

—¿En qué tanto piensas? —le preguntó su madre y ella sólo puso los ojos en blanco y bajó del auto. 

—Déjala, mamá. No quiero que esté enojada durante la cena de ensayo —le pidió y su madre sólo atinó a asentir. 

Durante la cena todos estaban reunidos en una mesa grande que habían puesto en el jardín, habían sacado la vajilla de porcelana, tenía un tono rosado y los bordes de oro, sólo la usaban para ocasiones especiales y Betty la aborrecía pues nunca había sido lo suficientemente importante para que su familia la dejara sacar aquella vajilla. Miraba a Rebecca y a Sebastián ser felices, se pasaban la comida, reían, sostenían sus copas de vino rosado y las chocaban, en ese momento entendió que si quería lastimarla tenía que matar a Sebastián, tenía que ser doloroso, tenía que hacer que aquello fuera algo que jamás olvidaría, tenía que ser brutal y hacerla pedazos. Dejaría de balancearse en el fondo y finalmente sería la protagonista de su propia historia, era lo menos que le debía, y si hacia esto la deuda quedaría saldada. 

Betty nunca había amado nada en su vida y se dio cuenta de que era incapaz de sentir aquella emoción, una noche en medio del valle con las estrellas iluminando el cielo, con el leve tono blanco de la luna sobre ella y su amante, sus manos entrelazadas y las palabras del hombre que le prometía un para siempre, supuso que tenía que sentir algo, al ver los ojos del contrario, tan azules como el mar, fue ahí cuando supo que realmente no lo amaba y que aquel sentimiento que había crecido en ella no era más que una aberración ante la sólida idea de entregarle su vida a alguien más. Ese era el único crimen que no estaba dispuesta a cometer.

—Te ves muy linda —Betty le dijo a su hermana quien la miraba incrédula de aquella frase que la menor había dejado escapar con sólida honestidad. 

—Tú también te ves hermosa, hermanita —la última palabra había hecho que Betty tuviera arcadas, pero lo había sabido disimular muy bien.

—Sé que no hemos tenido la mejor relación, Becca —suspiró para agregar dramatismo a la siguiente oración—, pero quiero que sepas que haría todo por hacerte sentir como yo me siento. 

—¿Y cómo te sientes, Bett? —le pregunto la rubia mientras pasaba un poco de crema por su rostro. 

—Feliz, Becca. Muy feliz por ti. 

Betty sonrió de lado, esperando que alguien tuviera algún contratiempo que pudiera sacarla de ahí y preparar el regalo para su hermana. ¡Y que buen regalo había preparado!

—No puedo esperar a mañana, Betty. 

—Ni yo.

Lo último abandonó su boca como una promesa, una promesa que no se rompería. La noche siguió su curso, las cenas de ensayo eran para la azabache una verdadera tortura, su hermana ya había tenido dos cenas de ese tipo a lo largo de su vida, pero según muchos la tercera era la vencida, estaban con ella, todos seguros de que esta vez funcionaria como debió hacerlo las dos veces anteriores. 

A la mañana siguiente, una vez que abrió los ojos se dio cuenta de lo hermoso que era el otoño en aquel lugar, el bosque a lo lejos la invitaba a desatar el infierno frente al mismo cielo, se acomodó el cárdigan y desde su cuarto se trasladó hasta la sala donde todos estaban desayunando, sin el novio. Betty sonrió para sí misma, su ausencia le añadía a su mañana una pizca de felicidad.  

—¿Y Sebastián? —preguntó intrigada por la respuesta que le darían. Como si algo en sus entrañas se muriese por escuchar la excusa de la ausencia de aquel hombre.

—Sus padres dijeron que no llegó a casa —Betty tomó un sorbo de café mientras sonreía—. Tal vez la despedida de soltero se salió un poco de control, ya sabes que la atrasó porque uno de sus amigos no estaba en la ciudad —lo último fue más bien para asegurarse a ella misma que todo estaba bien, que todo saldría a la perfección como lo había planeado. 

—Es una lástima —pronuncio Betty mientras tomaba una tira de tocino y la desgarraba con sus dientes—. Se perdió de este gran desayuno. 

Las demás damas la miraron con algo de recelo, pero no podían decir nada, era la hermana de la novia, era una especie de código, aun cuando no les agradara y sus palabras se dirigieran a Rebecca con odio, era simple, no era su lugar para reclamarle algo a la menor. 

Miraba a su hermana siendo feliz y la envidiaba. Claro que lo hacía, ella lo tenía todo y en el fondo sabía que la vida le tenía preparado algo incluso mejor, en sus entrañas se removía la pesadez de un futuro incierto, de una vida deprimente como hasta ahora lo había sido, pero no deseaba ser feliz como su hermana, no. Ella deseaba que fuera infeliz como ella lo era, que de alguna manera pudiesen ser infelices juntas, porque si Rebecca era fuego y Betty cenizas, por decreto celestial, por ser hermanas, por compartir la misma sangre, Rebecca tenía que ser cenizas en un futuro cercano, y Betty se encargaría de que fuese así.

—Becca, deberíamos prepararnos —la mayor asintió parándose de su asiento e indicándole a las demás que subieran. 

Cuando todas se fueron solo quedaban Betty y su madre, esta última se dirigió a la menos favorita de sus hijas, la madre tenía el rostro contraído en una mueca de enojo, pero también de miedo. 

—No arruines esto para ella, merece ser feliz. Sebastián y Rebecca se aman profundamente, esta vez todo tiene que salir bien. 

—Sí, mamá. 

Fue lo único que respondió, con dureza y frialdad. Su madre la miró como si supiera que el día solo empeoraría, algo en el fondo de la madre de ambas chicas se lo decía, una voz le repetía que esta vez no sería diferente, que sus hijas sufrirían un destino similar al pasado, ella no podía hacer nada, así como no pudo hacerlo las veces anteriores, no puedo ayudar a Betty a deshacerse de la maldad que carcomía cada parte de su ser. 

Rebecca finalmente se encontraba en manos de la maquillista, estaba disfrutando de los mimos que había tenido hace apenas unos años, cuando se casó con ese hombre de tez morena que en más de una ocasión la engañó con alguna de las rubias que ahora mismo la llenaban de cumplidos, asegurándole que ella era la más bella de todas. O el hombre anterior a quien se le había insinuado a su propia madre y posteriormente a Betty, pero nunca llegó a más pues Betty no lo permitió, no dejo que esos dos hombres rebasaran la inocencia de su hermana, y si lo pensabas de esa forma, de alguna retorcida forma, Betty era la heroína del cuento de Rebecca, ella nadie más. Por ello nadie más merecía pasar el resto de su vida con Rebecca, aunque la odiaba, aunque quisiera matarla, era su sangre, era su hermana. 

—¿Podrías ver si llego algún auto? 

—Claro, todo por la novia.

Se dirigió al ático de la antigua casa, bajó la escalera con ayuda del cordón y subió por las viejas escaleras, el olor a putrefacción llenó sus fosas nasales, sintió un dolor en el estómago, mordió su labio inferior y se cubrió la nariz para soportar el olor. En medio de la sombría habitación se encontraba Sebastián, o su cabeza, mejor dicho. Lo único que quedaba de él, recordando lo difícil que fue deshacerse del cuerpo en el bosque que se deslumbraba por el ventanal de aquel diminuto cuarto, la tomó y, con una de las cajas de regalo que había elegido su madre, trató de meter aquella cabeza, la envolvió en papel china color rosa palo, cerró la caja que tenía inscrito el nombre de Rebecca en un tono dorado, los bordes de la caja eran del mismo color, ahora sólo le pedía al cielo que la sangre no traspasara el papel hasta que llegara a manos de su hermana, tenía que resolver lo de las filtraciones, por ahora sólo quería detenerse para disfrutar de su logro. 

Tal vez era la hora o la manera en que la luz se acentuaba en la habitación, pero pudo jurar que Sebastián estaba con ella en ese momento, como lo estuvo la noche anterior mientras bebía aquel café que le había pedido amablemente a Betty y que ella tomó como una señal, añadió algunos somníferos que tomaba su madre y que llevó al viaje, ella le pidió que le ayudase a bajar unas cortinas del ático a lo que el hombre no se negó, a pesar de que estaba cansado debido a su despedida de soltero, la cual Betty podía asegurar fue mucho mejor que la de su hermana, pues el hombre frente a ella tenía esa sonrisa que se tiene después de tener sexo con varias mujeres, ella supuso que así se vería un hombre que realmente disfrutó su última noche de soltero. 

Finalmente, y después de mucho tratar pudo cortar la cabeza con una de las hachas que solía ocupar su abuelo para cortar la madera que ocupaban para la chimenea. Debió haber causado mucho ruido, pero se hizo cargo de que los demás durmieran profundamente gracias a las medicinas de su madre, además todos terminaron algo borrachos así que eso provocó que el plan funcionara al pie de la letra. El cuerpo fue más difícil de desechar, aunque Betty era una mujer bastante fuerte, el hombre sin cabeza que arrastró envuelto en una gruesa alfombra le estaba complicando el trabajo, especialmente al bajarlo, temió que se le cayera, pero las escaleras del ático y la inclinación de estas le hicieron un poco más fácil todo,  tuvo que parar varias veces para asegurarse que no hubiese rastros de sangre y así siguió hasta que se adentró lo suficiente en el bosque y finalmente tapar aquello con algunas hojas naranjas y rojas que le había brindado su estación preferida del año.

Tomó la caja mientras sonreía ante los recuerdos de esa noche, debajo de la cabeza puso un par de toallas para asegurarse de que la caja no tuviese alguna fuga, para que nadie sospechara, bajó con la caja y la puso afuera de habitación de su hermana, todos habían dejado la casa para dirigirse al jardín que estaba adornado con luces y sillas color rosa pastel que habían sido cuidadosamente seleccionadas por su madre. 

—Becca, no ha llegado —pronunció con tristeza.

—No me puede hacer esto —dijo en un tono bajo.

—Hay una caja esperándote en el pasillo, tal vez sea de él, la encontré en la entrada.

Betty entró a su cuarto cuando escuchó los pasos de su hermana acercarse a la puerta, sintió mariposas en el estómago, sintió su vello erizarse a la idea de la cabeza rodando por el pasillo debido a la reacción de su hermana. Todo quedó en silencio por algunos minutos hasta que finalmente la escuchó, ese grito que despertó sus más ocultos deseos, se mordió el labio inferior y apretó sus muslos mientras trataba de contenerse a sí misma en el borde de la cama. Rebecca gritaba, el más dulce sonido que había escuchado. 

Alguien entró en su habitación, era su madre horrorizada por lo que acababa de atestiguar, su madre tragó en seco al ver a Betty sonreír, esta vez lo había conseguido y ella lo sabía. Sus labios mostraban un dejo de sangre debido a la fuerza con la cual lo había mordido debido a la adrenalina que recorría sus venas. 

—No otra vez, Betty —la voz de la anciana resonó por encima de los llantos de Rebecca.

—Esta vez lo encontró, mamá. Ustedes ya no pudieron ocultarlo —Betty pronuncia mientas se levanta de la cama. — Esta vez yo estuve un paso delante de ustedes.

—¿Dónde dejaste el cuerpo? —pregunto la madre con tristeza y preocupación.

—En el bosque, cubierto por hojas de otoño, debería oler mejor. 

—Oh, Bett. Realmente esperaba que esta vez fuese diferente.

—Lo siento, mamá. 

—Ella está desecha, Bett.

—Lo arreglaran, como lo han hecho antes, al final del día ella sigue siendo su favorita así que tú y papá encontrarán una forma de arreglar esto. 

Betty salió de la habitación, caminó hasta toparse con su hermana en medio del pasillo, con sus ojos perdidos en algún punto del tapiz de la pared frente a ella, los sollozos aún eran audibles, se hincó a su lado. Becca sostenía la caja en sus manos, aferrándose al pedazo de paraíso que le había sido negado, y luego Betty la envolvió en sus brazos, absorbió el aroma de su perfume floral y suspiro con alivio. 

—Todo va a estar bien, Becca. Vamos a estar bien, hermana. 

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

Suscríbete

NEWSLTTER