Gerardo Buendía.
Sin título. 2019. Fotografía digital.

Últimamente he sentido tu presencia. Y cómo te has envuelto en tu piel. A veces fría, a veces caliente. Rasposa, tersa. He percibido tu continuo encierro. Y tus manos nerviosas, hartas de ser lavadas una y otra vez, las uñas que nomás no dejas crecer y el vello que a veces te gusta, y otras no. He devorado tus pensamientos pegajosos, y cómo se enciman, se enredan entre sí y se vuelven sombras. He oído tu grito confinado, que se derrite en tu garganta. Te he vislumbrado arrinconada por tus propios ojos, que se reproducen en las paredes, como si fueran moho. Y he tocado tus piernas reclusas, cansadas de no caminar.

Pero también he reconocido tus otros suspiros. El cómo acaricias una planta y le cantas internamente, tu afición por la suavidad de las orejas de tu perra y cómo puedes estar horas viendo a tu gato, recargado en su propio vientre. He reído de cómo te ríes contigo misma. He sido testigo de que plantaste una lechuga que crece día con día, de que tus pies no se pueden sentir más libres y de que usar maquillaje ya no es prioridad.

Me he dormido escuchando tu voz arrulladora, que canta, calla y pregunta. He contado contigo todos los lunares de tu cuerpo y he llegado a envidiar cómo los martes eres rojo y los domingos azules, el miércoles verde, y quién sabe qué color eres hoy. Finalmente he decidido dejar de intentar entenderte. He aprendido a soltarte mientras te abrazo, y dejarte aullar, musitar y hasta compararme con un tal Ángel exterminador. Y he decidido apreciar el crecimiento de tu lechuga, y cómo cada día, incluso encerrada, se engrandece más.

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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