Gerardo Buendía.
Dejar ir. 2018. Fotografía digital.

Me levanté por el ruido de campanas. Era mi valedor, Pedro, avisando que ya se acercaba su camión de basura. Chanclitas y de ahí a mojarme la cara y cepillarme los dientes. ¿Cuándo se acabará la pinche pasta dental que tanto te gustaba? ¿Para qué chingados compré tanta?  Bueno, igual no sabía que terminarías yéndote, o tal vez en el fondo sí. Tomé el cereal, un plato hondo. No, mejor una tazota. Serví los Chocokrispis. Cada vez que íbamos de compras, me regañabas y decías que ya no era un morro pa´ andar comprando esos cereales, pero también echaba al carrito tu leche mamona de almendras favorita y se te pasaba el pedo. Ya con los Chocokrispis en la taza fui por la leche al refri, un envase de Tetra Pak vacío.  Chingada madre como hago corajes con el Alexis del pasado. Vale verga.  

¿Te acuerdas de lo mucho que te encabronaba que me acabara la leche y dejara el cartón vacío en el refri, aunque no fuera de la que tomabas? Siempre dije: «bueno, pues, ¿en qué chingados le afecta si la leche de almendras ni la toco?». Y me tocó ir a la tienda. Como me ponía de malas ir a la tienda. Es que siempre la doña que atiende preguntaba que para cuando íbamos a tener un bebé, pero me cagaba decirle que tú no querías porque empezaba con sus rollos y me orillaba a decirle pasivo-agresivamente que se metiera en sus asuntos y nos dejara vivir nuestra vida. Claro que, ardidamente, me tiraba el cambio en el mostrador y, deliberadamente, me daba un chingo de moneditas. Pero se la pelaba porque a mí me servían para el camión. Mientras escribía todo esto, los Chocokrispis se quedaron en el pinche plato y no se remojaron porque no tenía pinche leche. 

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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