Hoy por la mañana el Foto Museo Cuatro Caminos, a través de las redes sociales, anunció que se cerraría debido a asuntos de seguridad con el crimen organizado, por derecho de piso. En la noticia, aprovecharon para manifestar que desconocían si su barco volvería a navegar algún día.
Como si estuvieran ellos viendo su declive. Como el capitán que espera hasta que el barco choque con algo invisible. Claro, lo veían. Dolidos por lo que eso significa y por lo que significa para todos nosotros.
A veces, supongo, reconocemos poco el valor de las cosas que existen. No se cierra sólo un edificio. No sólo era un museo, sino un lugar de debate, permeable e incluyente, que posibilitaba la creación y la exploración. Iba más allá de que si se exponía foto o había una pasarela de moda. Se trataba más bien de un espacio dónde la educación y el entendimiento de las nuevas dinámicas sociales cobraba sentido. Un espacio de aprendizaje constante, dónde se reía y se charlaba o se descubrían nuevas maneras de estudiar el arte.
Nació con el propósito de congregar y detonar experiencias y dialogo entre artistas, fotógrafos, creadores, investigadores, académicos y la sociedad en general. Un proyecto cultural para la ciudadanía, en la zona nororiente de la Ciudad de México, dónde existen apenas seis museos para una población de cerca de 3 millones de habitantes. Hasta disponía de una terraza abierta, dónde ocurrían a veces las ideas más disruptivas.
Tuve la fortuna de ver su evolución, incluso antes de que remodelasen la antigua fábrica de plásticos, con un diseño a cargo de Mauricio Rocha. Estaba en la acera por donde iba del metro a la escuela. Y también de regreso. Estuve en su inauguración, con El estado de las cosas, una exposición configurada para visibilizar la violencia. También viví fiestas agradables ahí dentro y me quedé con la intención de invitar a mi abuela.
Vi, asimismo, exposiciones relevantes como la de Björk, e incluso participé una vez ayudando a un amigo grafitero que pintó allí. Es evidente que la oferta lúdica y cultural que el Foto Museo ofrecía era invaluable. Está inscrito en un nodo urbano dónde muchos pasamos, y vivimos, en cierta medida. Hasta hace poco los horarios habían cambiado. Casi no se abría con la misma frecuencia que antes. Caminar por esa acera era más bien revivir los recuerdos y entrever la espesa violencia que carcomía su fachada.
No sé hasta donde puede ir la descomposición social. Ni quiero opinar mucho al respecto de lo que los gobiernos hacen para defender casos como este. A veces ignoramos que lo que la Fundación Pedro Meyer construía, además de redefinir el concepto de los museos contemporáneos, era un laboratorio que desde 2015 generaba comunidad. Principalmente al público joven y a las posibilidades de creación que existen en la metrópoli.
Todo mi amor y gratitud a quienes hicieron posible su consolidación, porque ese espacio representó para mi y para muchos más una trinchera y un escaparate. Me quedó con la linda experiencia que significó su emplazamiento. Aunque me preguntó, ¿cómo es posible que dejemos que pase?
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.