Gerardo Buendía.
Sin título (colaboración con Sandra Loza). 2021. Fotografía digital.

Soy un cobarde, soy solo alguien que huye de todo, de su mundo, sus problemas, su vida. Solo soy alguien que debería dejar de existir. Me odio.

—¿Quién?

—¿Por qué eliges? —volvió a escucharse esa voz. Era cálida, como un abrazo, como si en su melodía se leyera una oración de cada mañana y la sensación de bienestar te inundara por completo. Su voz tan dulce que al oírla se sabría que todo estaría bien—. ¿Por qué lo haces? ¿En verdad es lo que quieres?

¿De dónde provenía aquella voz? No era el espejo, con tan solo escucharla sabía que no podía venir de un lugar tan enigmático y horrendo como esa bruma rojiza, nada bueno podía salir de ahí.

Aún con la mirada clavada en la misma pesadilla, pude ver como un potente rayo de luz cruzó el cristal de esquina a esquina, llenando completamente la mitad de una luz. Era como si el Sol se reflejara en una lámina de oro y esta iluminara todo el lugar con tan poco espacio, como la luz del día dando muerte a una espesa noche de neblina.

Algo que me diga que todo estará bien. A pesar de saber que ello roza lo imposible.

No se podía ver nada en esta, solo estaba ahí, un destello intermitente y lo suficientemente potente para no dejar ciego a quien lo vea de cerca, no estaba seguro si una figura femenina se estaba formando en esta o si de esta saldría algún ser del mismo aspecto, pero con intensiones totalmente distintas a las que su voz implica.

—Quiero estar en paz —dije—, que todas las personas a las que lastimé, me perdonen; que todo esto se acabe de una vez por todas —sabía que quien estuviera preguntándome ello no era maligno, simplemente, lo sabía—, que todas las personas a las que quiero se encuentren bien, también tengan paz.

No sé lo que eres, solo sé que puedo hablar contigo con total confianza.

—¿Y cómo piensas hacer ello? —preguntó—. ¿Lastimándote?

—No. Quiero decir, sí —tanteaba una y otra vez en mis pensamientos—. Quiero que ellos estén bien, pero eso no implica que tenga que inmolarme por ellos —jamás lo hizo, ¿verdad? —. Quizá solo sea una excusa para provocarme el mismo dolor de todos los días y seguir herido al final de cada noche, jamás encontrando la solución adecuada.

¿Sigo vivo?

No lo había notado, pero aquellas voces afónicas se habían esfumado, como si la luz hubiera llegado para callar todo tipo de pensamiento, al menos por unos minutos, pero lo hizo. No logro escuchar a la niña, a un probable anciano decrépito y a una versión más distorsionada de mi voz, no escuchaba nada, a decir verdad; ni los autos de afuera ni los latidos de mi propio corazón, nada salvo tal destello.

Nada más se escuchaba, solo su voz.

—Entonces, ¿por qué quieres desaparecer de este mundo? —respondió.

A pesar de tener las cosas claras en mi cabeza, todo es confuso a la vez, saber por qué quiero hacer tal cosa y mis motivos claros, a la vez tener todo tan confuso, como si en realidad algo me estuviera forzando a hacerlo. Yo mismo. Aunque ese yo sigue diciendo que es lo correcto.

—Es lo mejor para todos —con la voz entrecortada, hablé—. Quiero eso, su bienestar.

—Deja de darme la misma respuesta, la he escuchado por muchos años, sé que puedes hacerlo mejor.

La misma respuesta. Las mismas palabras. ¿Qué quiere de mí esta vez? Pero siento más curiosidad que miedo, saber qué sigue después de cada respuesta. No quiero que se vaya, por alguna razón, siento que no debo dejar que se vaya.

No sé. No tengo ni idea de cómo hacerlo mejor, ni siquiera a qué se refiere. Es la verdad absoluta, solo quiero el bienestar de todas las personas que quiero, que tengan paz, que logren sus sueños y metas, que sean felices, nada más. Todas las personas que quiero. 

—¿Y eso no te incluye a ti? —preguntó sin vacilar.

No salía palabra alguna de mi boca, solo atiné a levantar el rostro y clavar la mirada en su calidez. No. Solo he causado problemas durante todos estos años, creo que incluso desde mi nacimiento, solo he sido un desperdicio de recursos y tiempo, cuántas personas han salido dañadas por mi presencia. Solo quiero estar en paz conmigo mismo

Me odio.

—Yo solo he sido una carga para los demás, nadie podría querer algo así en su vida, por eso debo desaparecer.

La misma.

—Te lo vuelvo a preguntar, ¿por qué quieres desaparecer de este mundo?

No. Lo sé.

—Tengo miedo.

Mis brazos apoyados en el lavabo comenzaron a temblar al igual que mis piernas, pero el terror no era el causante de ello, más bien, las pocas fuerzas que me quedaban. Cada vez se hacía más difícil quedarme en pie, cada vez se hacía más complicado dejar salir las palabras, cada vez costaba más dejar salir todo ese llanto. Cada vez era más difícil quedarme en esta realidad donde nada es como me hubiese gustado, donde el amor de una familia reinara a pesar de los conflictos, donde el poder de la palabra siempre se hubiera hecho presente, un lugar en el cual ya sabías que estabas tú solo contra lo que viniera, no recibirías ayuda o siquiera alguien que te acompañe, era tú contra el mundo. 

Cada vez era más trabajoso despertar y convencerse a uno mismo que este día sería mejor que el anterior y el anterior y el anterior. Nunca fue así. Nunca pasó nada mejor ni peor. Solo era lo mismo cada día. La tórrida sensación de vivir en un mundo en el cual las personas están mejor cuanto más lejos estén de ti, donde tú seas la causa de muchos problemas y que, a pesar de esfuerzos extraordinarios, solo hayas sido una decepción más para aquellos quienes más te han querido.

Deben odiarme. Por todo lo que les he hecho vivir, deberían hacerlo, ¿quién no lo haría? Es por su bien, al fin y al cabo, está bien buscar el bien personal, ¿verdad?

Aunque este implique sacrificios. Implique mi alejamiento. 

Tengo miedo de ser odiado. Es amargo. Duele. No lo soportaría. No puedo estar tranquilo sabiendo que pude ser mejor, que pude ser alguien mejor para todos ellos, que pude ser alguien más.

—Pero, ¿qué hay de ti?

¿De mí? Soy el génesis de todo esto, si no fuera alguien tan detestable, nada de esto estuviese ocurriendo, ustedes deben odiarme. Seguro de ello. Me odio.

¿Qué hay de mí? ¿O es solo el yo? Aquel que lucha por convencerme a mí mismo que toda persona que se haya cruzado fue condenada a vivir un pasaje amargo en su vida, el que se esmera es escribir una y otra vez en mi cabeza que todo lo que ha pasado hasta este punto es gracias a mí. 

Que soy el centro de todo mal. Es cierto. Quizás no.

De ti. Yo no lo sé. Pude ser alguien mejor, estoy seguro, pude ser lo que ellos querían, pude ser aquella persona que necesitaban, pude ser alguien a quien poder amar, solo he sido un saco de problemas e inseguridades, solo he sido un tablón. Quizá siempre me lo he dicho, ¿cuánto de ello es verdad? Todo, supongo. Suponer no implica una verdad concreta.

No quiero ser odiado. Tengo miedo de ser odiado. Tengo que ser mejor. 

—Para ti —la voz parecía tener una charla con mis pensamientos, ¿o todo estaba en mi cabeza?—. Tienes que ser lo mejor para ti. Los deseos y ambiciones de los demás son cosas de las que no deberíamos preocuparnos por complacer, sin importar que sean nuestros seres queridos, sus deseos son sus deseos y no los nuestros. Está bien tener propósitos y objetivos distintos a los que nuestro entorno pueda imponernos, pero anteponerlos solo te llenará de frustración e ira, que te llevarán a repetir el mismo ciclo con las generaciones venideras. 

El mismo ciclo. Pero, qué hay de mí.

—Esto es en torno a ti, pese a que todos vivimos en un mismo mundo, cada uno crea el suyo con sus propias ambiciones y penas, pero tu mundo es solo tuyo y nada ni nadie puede venir a gobernarlo a su manera —rebotaba por todo el interior de mi cabeza—. Está bien no siempre complacer a los que nos rodean, al único al que debe enorgullecer de ser el mismo eres tú.

Solo yo. Quizá no soy una decepción, pero lo han recalcado una y otra vez, si es como dices, ¿por qué lo han hecho? Tanto daño. Un padre jamás haría eso porque sí, una madre jamás haría algo así sin motivo. Dios no lo haría sin motivo. 

Si es como dices, ¿por qué todo mundo piensa lo mismo?

—La mayoría de veces, el comportamiento de los demás de basa en emociones fuertes, amor o ira, mas no implica que siempre estén en lo correcto. Por más que un padre, una madre o un Dios te lo recalque, depende de uno mismo creer en lo que sus sentimientos expresan, al fin y al cabo, no son los tuyos y no es lo que sientes por ti.

—¿Él no es bueno? —pregunté—. Como ellos, ¿verdad? No es bueno.

Hubo unos segundos de silencio absoluto y, por un momento, sentí que había preguntado algo que no debía. 

—Depende de nosotros buscar en quién creer y sobretodo creer si es bueno o no, la gran mayoría de cosas en nuestro entorno tienen que ver con la forma en la que las vemos.

Quizá un Dios todopoderoso es bueno y malo a la vez, justo y cruel, amado y odiado, todo ello al mismo tiempo siempre y cuando yo lo tenga planteado de esa forma. Siempre ha sido así, ¿no? Un todopoderoso que ha sido bueno con los demás ante mis ojos, pero cruel en mi situación, solo hace pensar que soy el único que no ha sido tocado por él desde siempre, sin embargo, qué implica que los demás no pasen por cosas peores a las mías, qué implica que Dios no sea del todopoderoso, pero sí bueno a su manera y tiempo.

Quizá solo deba esperar y borrar la imagen definida que tengo.

Aun así, una cosa no cambia a la otra, he sido un problema para muchas personas a lo largo de mi vida, ¿qué puede compensar ello? Solo he buscado satisfacer mi necesidad de refugio y fui totalmente egoísta con lo que los demás querían.

Solo los utilicé. Soy una calaña de persona. No merezco su perdón.

—¿Eres el indicado para dar tal veredicto? —volvió a hablar.

Nadie podría perdonar algo así. Aquellos que utilizan a los demás para su bienestar propio y egoísta son lo más bajo que hay, yo estoy ahí. No merecieron pasar por ello. Ni yo puedo perdonarme, a lo mejor, es eso.

Estaba muy asustado, lo siento. Pero sabía que jamás algo bueno saldría de mí, a tal punto de utilizar a personas que realmente me querían para llenar el vacío en mí de forma egoísta y poder encontrar consuelo alguno, algo que me diga que todo estaría bien, pero en el proceso ir tiñendo a cada uno de ellos con mi forma de ser. 

—Al final del día, la última palabra no la tendrás tú, ellos decidirán si perdonarte o no, el punto es, ahora que ya conoces cual es el problema, ¿qué piensas hacer al respecto?

Yo fui el problema en todo esto. No. El problema en todo. Pensamientos e ideas, nada más, no podemos dejarnos llevar por estas a tal punto de convertirnos en una manzana podría que acabará con las demás si se juntan lo suficiente. 

Pero, ¿cómo detenerlas? Yo soy el problema. Esas personas me ofrecieron su amor, aprecio y comprensión, solo les di la espalda e hice todo más difícil, jamás dejé que me escucharan, que me dieran una mano, que supieran como me siento o cómo pienso, jamás dejé que me ayudaran, todo por creer que ello sería una pérdida de tiempo para los demás. Todo está en mí. 

Siempre quisieron ayudar y solo me negué a ello. Tengo miedo. ¿Qué tal si no funciona? ¿Si los decepciono de todas formas? No. Sus expectativas deben ser irrelevantes para mí, no creo que equivocarme en ello, pero, aun así, tengo miedo de fallar, ¿estarán ahí sí caigo? Sí. Aun así, quiero intentarlo. Quiero ser alguien mejor.

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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