Ser mujer en este país es mantenerse alerta y atenta al caminar, por si hay que correr, por si algo sospechoso aparece de pronto. Es crear un mapa en tu cabeza y reconocer las esquinas oscuras cuyas lámparas se han fundido, los tramos baldíos o solitarios, calcular a qué hora llegarás para saber si puedes tomar esta ruta o aquella, dependiendo de si hay o no luz diurna aún. Algunas se avientan con un gas o, cuando menos, las llaves en las manos, dispuestas a cualquier cosa que se pudiera presentar. Llegas a tu casa, cierras la puerta detrás de ti y suspiras aliviada. En ese momento, tus piernas te lo hacen ver: no te diste cuenta y llegaste casi corriendo, no notaste el cansancio, pues los nervios eran más.

El derecho al espacio público se volvió en la aparente imposibilidad de caminar tranquilas o solas; se nos fue arrebatado, casi sin que nos diéramos cuenta, pues la inseguridad ha permeado entre nosotras. ¿Y cómo no habría de hacerlo? Si lo único que escuchamos es que otra de nosotras está desaparecida. Cada día otro hashtag se pone en tendencia con un nuevo nombre que tampoco aparece. Esta vez fue la prima de un amigo, la profesora, la hija, la mujer. No necesitamos tener alguna relación para que la historia nos cale. Tampoco es necesario subir una foto con una leyenda larga que habla de ello o un filtro en Facebook, porque sabemos y leemos en la mirada de las demás que a todas nos atraviesa el mismo temor.

La teoría de la evolución de las especies dice que sobrevive el más fuerte, como si de una competencia se tratara, pero también —aunque no siempre escuchamos esa parte— que lo vital para la supervivencia es la vida en grupo, pertenecer a una manada. Y eso nosotras lo sabemos bien, cuando estamos al pendiente de amigas y desconocidas, de saber que llegan con bien, de monitorearlas cuando dan el cuerpo por las otras. Que cuando unas lo necesitan, acudimos, que las diferencias desaparecen, pues todas conocemos que nuestra permanencia y seguridad será mayor en tanto estemos juntas, en tanto cuidemos de nosotras. Es impresionante la capacidad de gestión que ya se ha desarrollado para ayudar a otras, pero aún no es suficiente.

Las marcas en las calles y en monumentos, las espacias, y nuestros propios cuerpos resignificados, no son sólo una tendencia, algo que esté de moda, no es sólo algo comercial o un eslogan bonito, son la expresión de una red que silenciosamente tejimos cuando supimos que sólo nos teníamos entre nosotras; que, ante la individualidad que el miedo y la violencia nos quieren quitar, elegimos el cuidado colectivo, porque en él está el amor, la furia, la impotencia, los gritos ahogados, las lágrimas y la contención que necesitamos.

Carolina Navarrete.
Cuidado colectivo (1-7). 2020/2021. Fotografía digital.

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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