Gabriel Amador.
Metro. s/f. Fotografía digital.

La tormenta nos sorprendió de pronto,
ni tiempo de correr a refugiarnos,
ni de buscar el abrigo de una sombrilla que hubiera convertido la tormenta en llovizna.

Nos sorprendió mientras nos mirábamos a los ojos
contándonos en silencio todas las historias que nos hemos guardado,
todas las palabras que nunca nos atrevimos a decir,
nadaban en nuestros labios en busca de las gotas que las llevaran a los oídos que saben escuchar a las sonrisas.

Nos sorprendió curando nuestras heridas con caricias,
buscando en cada abrazo un refugio donde ocultar las lágrimas que nos traicionan,
—ya no hay lugar para las máscaras cuando la lluvia borra la pintura—.
La tormenta nos envolvió con versos nacidos en nuestros labios cuando el beso eclipsó a la luna y fuimos tú y yo el poema que se le perdió al destino.

Fuimos.
Tú y yo.
El beso
en medio de la tormenta.

Nos sorprendió con la guardia baja,
con el corazón expuesto.
Las almas distraídas coqueteando entre ellas,
los labios mudos y los ojos como testigos narrando todo.

Terminamos empapados tiritando de frío,
bañados en un silencio que nunca comprendió nuestras palabras,
bañados en aromas desconocidos,
escurriendo dudas,
salpicando recuerdos que se vuelven charcos que evitamos pisar para no volver a sentir.

Nos sorprendió una tormenta,
indefensos.
como niños corrimos a ella sin medir las consecuencias
nos dejamos llevar sin pensar en el mañana que llegó más pronto y se convirtió en un hoy.

Un hoy
que nos tiene con la mirada hacia el cielo en la espera de la próxima tormenta y los pies empapados por jugar a pisar todos los charcos.

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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