Edward Hopper, 'High Noon'. 1949. Óleo sobre lienzo. 27.5 x 39.5 pulgadas. Cortesía de Dayton Art Institute.

¿Podemos emular la tranquilidad de nuestro pasado ordinario en la realidad actual?

Pensamos. Y pensamos. En estos días en los que nos ensimisma la melancolía —o no— de nuestro hogar, de nuestra familia, de nuestra esencia cotidiana prisionera en cuatro paredes, pareciera que se ha transformado para muchos, en rechazo a una oportunidad que se nos ha brindado. Y quizá no me explico del todo, pero ¿recuerdas esos martes en los que levantarte rapidito sin desayunar porque se te hizo tarde, ir a vivir un día común y regresar en la noche para dormir después, era la rutina que más odiabas? Pedíamos un cambio. Anhelábamos un cambio.

Pues al fin llegó una nueva forma de entender nuestra existencia. 

Hoy mostramos un gran esfuerzo por parecer humanos preocupándonos —u ocupándonos— por ser felices. Y el librito, la película o la serie que algún conocido nos recomendó no sé cuándo y que postergamos por «falta de tiempo», en ese entonces, ahora no parece un plan tan descabellado. Porque es irónico, ahora lo que nos sobra es tiempo. 

Y sin filosofar tanto.

Aún estaremos despiertos hasta tarde.

Conversamos entre amigos.

Pensaremos. Pensaremos.

 

Nuestras acciones seguirán siendo habituales, aún después de quejarnos por querer regresar a lo de antes. Porque quizá, esta naturalidad por evadir nuestro entorno es lo que nos asemeja más a la cotidianeidad antigua que tanto extrañamos. Con fervor lo creo.

Somos espectadores de una pintura antigua. Y atrapados en bucle, también somos una escena de tristeza buscando un futuro prometedor y hermoso del que no sabemos si seremos parte. Siendo por sí mismos, un acontecimiento fuera del cuadro, pausados en una eterna espera.

 

 

 

Y pensamos.
Y pensamos.

 

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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