Gerardo Buendía. 'La era de la publicidad'. 2020. Collage digital.

Sentada en soledad, en aquel cuarto oscuro, estaba aquella niña con cuerpo de mujer. Desnuda, con una cabellera roja que se deslizaba con suavidad entre sus hermosos senos. Tiene sus ojos cerrados. Ella recuerda… recuerda esas piernas abiertas entre las cuales surgía aquella espléndida arpa y esos dedos tersos de inmensa sensualidad. Intenta recordar esa sensación. Intenta recordar ese anhelo. Se pregunta si sólo fue un sueño. No, sabe que fue real. Pronto será su momento, ella lo sabe. Las luces del recinto se encendieron. El velo sepulcral que la cubría fue retirado. Ella abrió sus ojos verdes con lentitud. En silencio, contempló aquella sala vacía que pronto estaría llena. Tan elegante, amplia y majestuosa, con olor a ébano y roble negro. La acústica era admirable. Un escenario digno para su grandeza. Las puertas se abrieron de par en par. Lentamente los invitados comenzaron a llegar. Sólo unos pocos elegidos podrán mirarla de cerca. Ella observaba a aquellas personas con un aire incierto: ¿sabían acaso lo que les esperaba? ¿Eran conscientes de lo que estaba por suceder? Pronto sus compañeros comenzaron a entrar; diversos vientos, algunas cuerdas y un par más de maderas. Algunos la admiraban y otros la envidiaban, más todos eran cómplices de sus deseos, de su malicia. Camaradas de armas, hermanos de gloria.

Fue entonces cuando Yudith apareció en el escenario. El tributo elegido en un sencillo vestido de seda blanca. Joven e inocente, con largos y delgados dedos. Con unas uñas cuidadas y largas, teñidas con un barniz transparente. Sutil. Ella se acerca a su lugar. La contempla en silencio por unos instantes, la examina, la estudia. Recorre su cuerpo y fantasea con esos largos dedos. No tiene queja alguna. Le da permiso de sentarse. Se pone en posición de lordosis. Sabe que pronto sentirá su dulce piel. El arpa es colocada entre sus piernas. Se apoya extrañamente en su hombro izquierdo. Ella quería escuchar su corazón. Percibe un sutil aroma a cerezas. Por un momento se siente extraña. Quizás esté tensa, aunque ella jamás lo aceptara. Parece que ambas se fusionarán en un único ser perfecto. Sin embargo, no son iguales. Ella tiene claro quién es el amo y quien es el esclavo. No está nerviosa, sino ansiosa.

Voltea al público. Ahora los ve con cierta indiferencia, ella sabe que es la estrella. El santísimo en su altar. Las llamadas han cesado, el director ha llegado. La orquesta ha comenzado a tocar. Las notas musicales avanzan a diferentes ritmos sobre el cabestrillo, esperan el compás apropiado, el tiempo deseado que les dará la entrada. Esas notas embriagantes. Aparece un primer acompañamiento de arpa, un primer esbozo de lo que será. Aún no es tiempo, ella lo sabe. Es una simple caricia indecente, grosera en sí misma. Precoz. Pero la pieza lo requiere. Se mantiene en silencio ante tal insulto. Sabe que su momento está próximo. Sentir ese placer es la única razón de su existir. Desde la primera vez que sintió aquello, se ha perdido. Adora esa sensación. Es el complemento de su alma. No hay cielo que pudiera superarlo ni hay droga que pudiera mejorarlo. Los maderos comienzan a callar, los vientos dejan de soplar. Sabe que ha llegado la hora. El silencio se torna sepulcral. La prepara, la relaja, la enamora para ser sujeto de su voluntad abrazadora. Ha llegado su momento, tanto esperar, tanto aguardar. Las luces disminuyen su intensidad en todo el escenario y un solo haz de luz se posa sobre ella. Aparenta estar inmóvil un solo instante, parece que ha olvidado la pieza. Pero realmente está contemplando su grandeza. La sala se prepara para el solo tan esperado. El público está a la expectativa. Todos la desean. Es su fantasía, su ilusión, su imposible. Es su mesías. Añoran que comience a tocar. La necesitan. Luce tan alta, elegante y soberbia, y al mismo tiempo tan inocente y humilde. Con un delicado movimiento, coloca sus dedos entre sus cuerdas. Presiona sus pies sobre los pedales. Inhala un poco de aire. Lo exhala con lentitud. Es entonces que comienza la danza. Deslizándose entre esos delgados y blancos dedos; aquellos suaves y sensuales que ahora son su propiedad. Comienza a tocar en aquel recinto la melodía añorada. Es tan decadente que parece ser un encargo de Dionisio para las ninfas. ¿Cómo la está tocando? ¿Cómo lo ha logrado? Es lo que ella estaba esperando, es para lo que fue concebida. Hace que la explore, que la recorra de principio a fin. Los pedales están siendo empujados, las cuerdas están siendo tensadas. Ella tiene sus zonas favoritas y están identificadas a la perfección. Es una dulce criatura experimentada. Muchos la han tocado antes, ella sabe cómo responder a esos roses. Toda su existencia es única para ese instante, para sentir ese placer, para permitir ser tocada y ser adorada. El ritmo es constante, delicado y sutil. Juega con ella. Comienza a hacerla sudar. Observa como una gota cae lentamente por su cuello. La seduce, la corrompe, la excita. Está sintiendo su cuerpo; su estado de meseta se aproxima. Ya no es la niña inocente. Sabe lo que está sintiendo. La pone nerviosa y percibe algo extraño. Pero ella no la deja venirse, no la dejará. Ella le pertenece. El esclavo no come antes que el amo. Su egoísmo hace que su orgasmo se retrase, pero eso le da placer. No es que quiera ser mala, es su naturaleza. La búsqueda de esa nota perfecta. Mantiene sus ojos cerrados. La siente. A veces desearía ser ella. Ser esa esclava sumisa, un simple instrumento. Fantasea con ser ese ente a su merced. Mortal. Pero pronto abandona esos sentimientos. Comienza a sentir su poder sobre ella. A medida que la excitación aumenta, el roce de las cuerdas parece un mero acto automático. Un reflejo. La sensación le hace olvidar su presencia ante aquel auditorio lleno de espectadores que admiran su masaje erótico. Los pedales hacen que sus piernas se abran más y más. La torturan. El elixir de su perfección y el néctar de su impotencia. Se estira. El ritmo comienza a intensificarse, la pieza lo requiere. Los tiempos empiezan a ser más frecuentes. La presión sobre sus dedos aumenta; los lastima sin querer. Pero el resultado es magistral. Inunda la sala con un perfecto sonido. No es necesario morir para ver al creador. Parece dar sentido a la vida, dar sentido a la existencia. La purifica con el dolor. El escucharla en ese instante hace que la vida tenga sentido para todos. Es un éxtasis producido por el dolor que paulatinamente se va convirtiendo en placer. La hace sangrar, pero su hechizo hace que no se dé cuenta. Como si esa sangre fuera su sustento y su perdición. Allí quedara ella, sin alma. Pero aún no. Su ser comienza a nutrirse de las almas de los oyentes. Ellos vivirán menos y ella vivirá un poco más. Un juego de un inmortal. El éxtasis es casi total. Su sonido ha quedado inmortalizado en la existencia para siempre. Parece que no hay nadie más allí, no puede escuchar el sonido, no puede sentir el calor de las luces, olvida donde está, solo queda la palpitación de esos movimientos sobre ella. El movimiento se vuelve más constante, más rápido, es intenso, ya casi, se aproxima… en la oscuridad de sus ojos apretados, ve un haz de luz verde… ha llegado su orgasmo. Se ha venido. No hubo gemido, no se encuentra allí. ¿A dónde habrá ido? Es una pregunta que ignora, pero sabe que ha estado en ese lugar antes y que pronto volverá. Es la paz, la calma y la gloria. Es un temblor palpitante entre su pelvis. Es un líquido extraño de olor celestial. La sensación es total en su ser. Le tiemblan las piernas. Parece ida. Es la droga más sagrada de todas. El sentimiento verdadero de la creación, el premio a la pasión, la razón para la reproducción. Es el verdadero idioma del alma. No respira, no ve, no escucha, solo siente. Se pierde en el momento. La nota perfecta se ha producido. No hay nada que pedir, porque nada hace falta. Es la saciedad absoluta, total y completa. Queda inmóvil y en silencio. De manera muy sutil, los vientos comienzan a soplar, las maderas a resonar. Saben lo que ha ocurrido y como fieles vasallos la protegen. No dejaran que le hagan daño. El solo de arpa ha terminado. La pieza se acerca a su fin. La hazaña ha concluido. Ella escucha a sus compañeros, les agradece, pues ellos le permiten volver a su ser físico. Un final concebido solo para darle oportunidad de regresar de ese lugar sagrado. Sabe que su momento ha pasado, más sus piernas siguen mojadas. Ha conseguido aliviarse. Ahora sabe que no fue un sueño. Sus compañeros la alaban, ahora son sus discípulos; pocos entienden lo que ha pasado, otros simulan comprender, mas todos darán testimonio de lo ocurrido. La misión ha concluido, el objetivo se ha cumplido. Comienza a reincorporarse al recinto. Regresa a su cuerpo. La música puede seguir sin ella, más la pieza ha dejado de tener sentido. Un fuerte estruendo armónico da fin al concierto.

Los aplausos se comienzan a producir. Es un sonido poderoso. Dan las gracias por el milagro que acaban de presenciar. No se dan cuenta de que han pagado con su alma. Aunque, aún si lo supieran, no habría diferencia. El precio sería pagado nuevamente, con gusto y humildad. Hay lágrimas en los ojos del público. Muchos son ahora muertos vivientes; mas sus almas están descansando en paz. Hay un halo de santidad sobre el recinto. Han sido bendecidos.

Ella la pone de pie, la inclina para hacer una reverencia. Muestra su trofeo al público. Todos se levantan. El estruendo que se produce, hace que el aplauso inicial sea el sonido de un alfiler cayendo en el vacío del espacio. Está junto a ella, los mira a todos. Comienza a llorar, pero solo ella lo sabe. El director se acerca a su trofeo. Ella percibe el aroma de un ramo de rosas. Ha terminado su comida. Está cansada. Quiere cerrar sus ojos. Solo queda liberarla de su trance, dejarla descansar. Ha robado un poco de su vida y de su alma, ha sangrado con ella. Es hora de despedirse. Los aplausos prosiguen con intensidad, la sala resuena. Ya solo es ruido para ella, su satisfacción se convierte en indiferencia, su grandeza y majestad ha sido demostrada. Ha abusado de ellos, los ha violado y ellos continúan aplaudiendo. Es magnánima. Continuarán aplaudiendo para siempre. Son sus putas. Ella es feliz. Yudith está cansada, regresa del trance sin estar segura de lo ocurrido. Contempla al arpa. Toca sus senos con suavidad. También se ha venido. Le agradece y se despide de ella. El arpa le sonríe con cierto orgullo. Sabe que volverá; será suya pronto. Los músicos comienzan a abandonar el escenario. Sus compañeros se inclinan ante ella al salir. La sala comienza a despejarse con lentitud. Ella se quedará allí sola, en el silencio, en la oscuridad. Su castigo ante su gran virtud. Su placer es su eternidad. Recordará… ese olor a cerezas, esperará. Las puertas del recinto se cierran, el velo se coloca, luces se apagan. Ella cierra sus ojos. Nada importa ya, ha quedado satisfecha.

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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