Gabriel Amador.
Sin título. 2018. Fotografía digital.

[El cielo]
De la liberación y otros sueños.

 

Viajé… Viajé por primera vez sin mi familia, con mi mejor amiga, a una playa bonita de Nayarit. Y lo importante es que descubrí lo bonito que es viajar, que justo eso es la libertad.  

Me sentí libre cuando el viento me pegaba en la cara alborotando mi cabello, cuando la velocidad de la lancha hacía que el agua del mar salpicara mis piernas; no olvido el olor salado, el sabor a mar, lo esplendoroso que se veía el panorama. He memorizado cada detalle: el sonido de las aves y su silueta ligera volando en el cielo. 

La felicidad es indescriptible. Esa conexión que tuve con la naturaleza y lo viva que me sentí. Me sentí libre cuando, nadando, me alejé de la mayoría para compartir ese íntimo y efímero momento con el agua. El agua me rodeó y me hizo suya y yo no hacía más que dejarme llevar, la sensación era mágica, conecté con el mundo en el momento en que puse mi mente en blanco, abierta sólo para vivir ese instante. Flotaba y el agua invadía las yemas de mis dedos, el tacto de mi piel… Me abrazaba y acompasadas fuimos uno.  

Fue como si mi mente y mi cuerpo se hubiesen separado, simplemente me relajé y llevé mi mente a otro nivel en el que todo se volvió un juego de sensaciones, juego que percibí con todo el cuerpo. Mi piel florecía al tacto del agua, mis ojos veían a los pájaros volar, olía lo salado del mar y escuchaba todo… Podía escuchar los sonidos del agua: el agua cuando se agita, cuando te sumerge y te vuelve a hacer flotar; escuchaba y sentía la brisa del mar y el sonido de las aves cantando alrededor.  

Me sentí libre cuando jugué con el mar y las olas, cuando enterraba mis pies en la arena, al caminar por las calles sin miedo, me sentí libre al interactuar con la gente, al percibir los colores de las artesanías, me sentí libre al observar el camino subida en el bus, en cada ola que me arrastraba hasta la orilla y cada vez que el agua salada me hacía suya, me sentí libre en esa lancha y al ver a los pájaros volar, me sentí libre al sentirme ave y correr con los brazos abiertos. Me sentí libre cuando, sin tener que pensarlo dos veces, me quité la ropa y salí corriendo al mar en ropa interior, a pesar de ser de noche. Cuando pensé: «al carajo» y me sumergí en la marea alta por unos segundos. 

Libre en ese beso…

Me siento libre al escribir esto.

 

 

 

[El infierno]
Carta de suicidio.

 

Si están leyendo esto es porque seguramente estoy muerta… 

Si están leyendo esto, seguramente desaparecí unos días sin avisar a nadie y luego encontraron mi cuerpo en el fondo del mar yaciendo sin vida. Si están leyendo esto, aprovecho para pedir disculpas por irme así, pero esto pasó. 

No pude más.  

No pude con tanto dolor, con tanta tristeza que tengo clavada en el pecho, con el exceso de melancolía recorriendo mis arterias. No pude con la nube gris que llovía todo el tiempo sobre mí, con la puta depresión tan crónica que me quitó el apetito y me hacía dormir todo el tiempo. 

No pude mirar a mi alrededor y ver que nada valía la pena, que cada día es un puto suplicio. Que ruego por las noches dejar de respirar, hacerme cenizas, concentrar mi cuerpo en una canica, tener mi propia burbuja, no hablar con nadie, no lidiar con nada. Quiero escapar, desvanecerme. He decidido morir. Desconectarme de este plano físico que se vuelve banal, que día con día es más tedioso. Que me puede la ansiedad. Que no tengo respuestas porque no sé cómo formular preguntas. Todo dejó de tener importancia, todo me da igual, me frustra, me harta, me pone de malas. Odio aquí, es lo único que tengo claro… Ya no quiero estar aquí. Estoy hastiada. Me siento una rata alienada que continúa sin puto rumbo.  

Así que el escenario de mi muerte, irónicamente, me motiva. Si están leyendo esto, déjenme contarles cómo fue… 

Un día salí de la casa con un maletín, no llevé celular, tampoco llaves, ni cartera, sólo dinero suficiente para desplazarme hasta la terminal. Tomé el primer autobús, el más económico, el que me llevase más lejos. 

Y fui al mar. 

En la arena caminé descalza, como era mi costumbre, y allí sentí la espuma del agua en un ir y venir constante. Me tiré en la arena, hice castillos con mis sueños. El mar también se los llevó. El viento me pegaba en el rostro, sentí el olor a sal y escuché el canto de las aves. Nadé, me sumergí, me revolqué en las olas, reí, lloré, mis dedos simularon los de un anciano, sentí los peces rozar mi piel, reté a las olas, me dejé llevar por ellas.

Entonces me extingo, reclamo, sollozo. Siento la piel florecer al tacto del agua. Los pájaros vuelan. El agua se agita, me sumerge, me escupe. 

Revoloteando, me convierto en ave, abro las alas y vuelo alto. Llego hasta el sol, este me quema, me vuelvo polvo, caigo de nuevo, regreso a ser tierra. 

Llueve. 

Echo raíz, nace una flor.  

Reverdece la tierra, aclarece el agua, sopla el viento, arde el fuego. 

Pero sigo aquí. 

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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