Gerardo Buendía.
Sin título. 2023. Fotografía digital.

Era de noche cuando tomé el taxi junto con mi familiar para dirigirnos al hospital. Le tomaba la mano, diciéndole que todo iba a estar bien, cuando muy en el fondo sabía que no, que para que mejorara su salud iba a existir mucho dolor y miedo. Llegamos al hospital —ahí te encuentras todo tipo de educación o carácter, desde el vigilante, recepción, doctores y enfermeras: unos muy amables y empáticos y otros quizá cansados y con un carácter frio, quizá porque ya están acostumbrados—. Se le hace la valoración y en pocos minutos mencionan que debe quedarse internada. Algo que ya sabía que iba a pasar. El famosísimo nudo en la garganta aparece y está apretando cada vez más fuerte cuando tienen que salir esas palabras para decirle: «tranquila, todo estará bien. Pronto estarás mejor y ese dolor desaparecerá». Todo sin pensar que el dolor apenas comenzaba. Tratas de aguantarte esas lagrimas para que te vea «bien», haciéndote la «fuerte» para transmitirle tranquilidad. Llega el momento donde te piden que te retires y esperes afuera a que te den informes. Le das la bendición y le vuelves a reiterar que todo estará bien. Con tristeza y miedo te vas, dejándola también con lágrimas en los ojos. Una vez que te das la vuelta y ves cómo se queda en esa camilla es cuando el nudo se empieza a deshacer, el llanto a todo lo que da, es como si algo por dentro se estuviera desmoronando. Tus lágrimas no dejan de salir, aunque te duela la cabeza o te ardan los ojos siguen saliendo, significado de que está doliendo mucho y que está tocando tu corazón, lo único que quieres es gritar o tener poderes para que eso no sea real.  

Caminas por caminar porque estás muy débil por dentro. Debes de estar «fuerte». Es la palabra que siempre te dicen, pero, ¿cómo puedes hacer eso si no puedes evitarle el dolor a la persona que tanto amas? 

Ves el reloj y sólo han pasado 10 minutos de la última vez que lo viste. Tú pensaste que ya habían pasado horas. El tiempo no avanza para ti, mientras avanza en la realidad. 

Recibes mensajes y llamadas, algunos para darte ánimos, otros para que les cuentes todo con detalle, muchos más para decirte que lo que necesites les digas, pero cuando tomas esa opción resulta que no obtienes una respuesta favorable. Aquellas frases que te dan para darte ánimos: «Tranquila. Échale ganas. Dios sabe porque hace las cosas. Etcétera», que solo las oyes, pero no las escuchas. 

Por algunos días tu cama se convierte en una banqueta, el frío te cala en tu cuerpo, pero eso no se compara con los pensamientos que vienen a tu mente de cuestionarte: ¿Cómo estará? ¡Ojalá que la estén tratando bien! ¡Quiero estar ahí para cuidarla! Y visualizas lo que pudiera pasar después, o cómo era la persona cuando se encontraba en buen estado de salud. Asimismo, piensas si te portaste mal o no; esos momentos de felicidad y diversión que pasaron. No te dan ganas de comer y en algunas ocasiones hasta te obligan a hacerlo y cuando lo haces, no hay sabor. 

Se abre la reja y te pones alerta por si es a ti a quien llaman para darte informes, escuchas la voz que dice: «familiar de…» y dejas de hacer todo por si eres tú.  Te das cuenta como algunos hacen lo que sea por querer saber que pasa allá adentro, desde el simple hecho de darle un refresco a los vigilantes de la puerta principal para ver si consiguen información. Ves y escuchas que a algunas personas les dieron la noticia de que su familiar falleció y te angustias, no quieres que eso te pase a ti. Comienzas a rezar y a negociar con Dios para que pueda evitar eso y le pides fortaleza para los familiares que han perdido a su ser querido.  Te imaginas por unos momentos qué harías si a ti te dijeran lo mismo, pero tratas de bloquear ese pensamiento porque causa miedo. 

Pasaste la primera noche. Esperas a que salga el sol para poder calentarte un rato. Y el tiempo no avanza mientras que avanza. 

Es la 1:00 p.m., rostros de felicidad, otros de angustia, suspiros y demás. Es hora de recibir noticias y ver a tu familiar. Ha llegado el momento del ir a verla, la buscas entre las camas y rápido quieres encontrar la numeración. Has llegado hasta donde está, ves como en su mano tiene un catéter para que el suero o medicamento llegué a todo su cuerpo. Mirada triste, pero feliz de verte. No sabes qué decir, y es momento de pensar positivo para darle todos los ánimos posibles. Te cuenta como pasó la noche y cómo se siente, y cuando te pregunta: «¿Cómo la pasaste tú?» le dices que todo bien allá afuera. Se acerca un enfermero y menciona la evolución que está teniendo, te dice que la tienen que cambiar de piso para poderla intervenir. Sabes que se quitará ese dolor y que después de eso vendrá un dolor más fuerte —y no precisamente porque pase la anestesia—. La acompañas hasta donde la llevan y te vuelves un poco mañosa porque te quedas más tiempo del que te habían asignado. Ya cuando se dan cuenta es momento de retirarte, le das la bendición y le dices nuevamente que todo estará bien, que pronto saldrán de esto y le comentas planes que harán después de que salga del hospital con la intención que ella le eche ganas. Te despides diciéndole que la verás el día de mañana (aunque no sabes lo que pueda pasar).  

Sales aún más débil, lo único que necesitas es ese abrazo que te reconforte y que ahora te digan a ti que todo estará bien, aunque no sabes que pensar, aunque al escuchar eso sientes el apoyo y te aferras a pensar que así será. 

El tiempo aun es más lento, no te quieres ir de ahí por cualquier cosa que se necesite, pero decides irte a bañar, descansar un poco y regresar. Sale el doctor y menciona que debe estar un familiar fuera del quirófano, por cualquier situación; no te tocó estar porque decidiste irte a descansar. Entra otro familiar y cuando llegas se hace el cambio y tú ahora estás afuera del quirófano, no sabes qué te da más miedo: si estar sola en ese inmenso pasillo con un frío indescriptible, de hospital, olores extraños de medicamento, pensando si se te aparece algo paranormal, o bien, con el miedo de lo que puede pasar en la cirugía. Y así nuevamente: el tiempo no avanzaba mientras avanzaba.  

Por fin, te dicen que ya la pasaran a piso, que la acompañes. Sale la camilla con ella, la miras y sus ojos están medio abiertos aun por el efecto de la anestesia. Ves cómo te ve y se le sale una lagrima. ¡Auch! Sientes un dolor inmenso. Como cuando dicen que se te apachurra el corazón. Nuevamente tragas ese sentimiento de dolor para poder estar bien para ella, pero en esta ocasión no lo lograste porque sabrías lo que después podría venir. Estabas feliz de que estaba viva y agradecías a Dios, pero triste porque ya no era la misma. 

Pasa el tiempo y aun no hay informes de nada, mientras escuchas que a otros familiares sí les dicen algo. Tu mente esta 50 y 50, pensando que si no te dicen nada es porque todo está bien, pero el otro cincuenta piensa: «¿por qué no me dicen nada?».

Llega otra noche más. Ahora estas más prevenida con chamarras y algunas cobijas.  De pronto escuchas que te dicen: «familiares de…», y esta vez eres tú. El corazón se acelera y vas inmediatamente preguntándole al doctor: «¿todo está bien?». Te responde que sí, que sólo es para que tengas el pase de visita y que el día de mañana la podrás ver. En ese momento tu cuerpo descansa, el estómago se relaja. 

Y así pasaron los días, de angustia, triste y de que el tiempo no avanzaba mientras avanzaba. Tuviste que regresar al trabajo porque ya no te podían esperar tanto días de ausencia. Dos días después la dieron de alta. Se te hizo eterno el tiempo para poder llegar a casa y verla, tenías en mente que comenzaría una vida nueva, un tanto por la experiencia vivida y otro por que las cosas cambiarían. Y ustedes se preguntarán, pero si fue sólo una operación ¿no? Y sí, pero ese familiar perdió una parte de su cuerpo y déjame decirte que sea la operación que sea, hay modificaciones en tu cuerpo y no vuelves a ser el mismo —claro algunas son más visibles que otras. 

Y así es la vida, te pone situaciones a veces son muy difíciles de superar y en ocasiones te preguntas o te lamentas del porqué de las cosas. Siempre he dicho que hay que sacar lo mejor de la experiencia más triste. A alguno de nosotros nos toca contarlo y decir aquí: «sigue conmigo», pero para otros sólo queda en el recuerdo y, hasta cierto punto, la culpa de que no pudieron hacer nada para evitar no volverlo a ver más. Sabemos que todos vamos a morir en algún momento y en algunas ocasiones no sabemos cuándo y pues hay que tratar de vivir de la manera que nos haga más felices —y digo tratar porque a veces cuando pasamos por una situación que nos lleva al límite, podemos entender, momentáneamente, pero después seguimos con nuestra rutina y a veces dejamos de lado lo que nos gusta o nos llena. 

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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