Gerardo Buendía. 'La salvavidas'. 2020. Collage digital.

La salvavidas siempre tiene que estar al pendiente de todos. Como si partes de ella vivieran dentro de cada una de las personas que toman el sol en la playa: «los otros». Personas con lentes oscuros, que se acuestan en la arena blanca, bailan al ritmo de las olas, toman piñas coladas, cerveza, comen mariscos enjitomatados y se dan besos de sal.

Como si cada una de sus venas fueran de otras personas. De la mujer que regaña a su hijo por meterse mucho al mar. Del viejo que tiene que tomar baños de sol por prescripción médica, de los novios que viajan de luna de miel y se saborean cada instante. Del hombre que se le ha hecho tener un fin de semana fuera de la oficina y lo único que puede hacer es tumbarse en la arena todo el día. Del que sólo espera al atardecer para llorar por primera vez en el año. De la que nada sola, a la deriva, con ganas de olvidar.

¿Y la salvavidas?

No. Ella no puede dormir. No puede tomar el sol mirando hacia arriba. No puede alcoholizarse. No puede sentarse a comer ceviche con aguacate. No puede distraerse, su única función es vivir para los demás. Salvar cuerpos, salvar almas, salvar al mar. No se puede fugar con las olas. No se puede camuflar con la arena y el sol. Ni con los besos de un romance de fin de semana. Ni con el alba y su rosada melancolía. No puede olvidar. Nunca puede olvidar.

La salvavidas vive para salvar vidas. No hay tiempo para la distracción. Porque si se ahoga en su propio llanto, ¿quién va a hablar con la mujer que todo el tiempo regaña a su hijo? ¿Quién le va a explicar que es bueno dejarlos cometer errores, que los revuelque la vida un par de veces para entender el humor del mar?

¿Quién va a decirle al viejo que se ponga protector solar? ¿Quién le dará un abrazo fresco, para que no se deshidrate? ¿Quién les explicará a los novios, ingenuos, enamorados, que la vida del amor se complica, y que el erotismo no es lo más importante, sino la comunicación constante?

¿Quién despertará al oficinista, le dará una cerveza fría, y le recordará que hay un mar ante sus ojos? ¿Quién verá el atardecer con el hombre de las lágrimas perdidas? ¿Quién le dará su primer pañuelo? ¿Quién estará junto a la que quiere estar sola…?

¿Quién estará junto a la que quiere estar sola? Quiere estar sola. Lo necesita. Y nadar, nadar y nadar más allá. Dar brazada tras brazada y no mirar atrás.

¿Quién la va a detener? ¿Quién le dirá que es peligroso nadar sin pensar? ¿Que se está alejando demasiado?

La salvavidas ha quedado inmóvil.

Por primera vez en mucho tiempo está estática en su sillón vigilante. No sabe qué movimiento hacer, qué paso dar. «¿Cómo salvas a alguien que no quiere ser salvado?»

Y en medio de todas y todos los presentes en la playa: «los otros», en medio de todas las vidas que necesitan, siempre, ser salvadas, la salvavidas se siente inútil. Perdida. Huérfana de su propio oficio. Sola. Profundamente sola. Vacía.

Querida salvavidas, ¿cómo salvarte a ti misma?

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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