Moisés Álvarez. 'Máscara'. 2018. Fotografía digital.

Recuerdo esa madrugada de tiempos tecnológicos,
usualmente el frío no me molestaba, pero éste cortaba,
tenía ya algunos días vagando en un círculo,
soñando con alquitrán y desayunando casi nada.

Las pantallas luminosas en las palmas de las manos,
ofertando nuevos cánones y metas a alcanzar,
la idea sobrevalorada del amor romántico y en el inter
el consumo subliminal.

Arrastraba con una cuerda una pila de cajas sin forma
que nunca pude acomodar,
a lo largo de este círculo de errores y de años,
de aciertos y caídas.

Al centro, el estridente eco de la traición, otra en camino.
A ella ya no le importa
cortar la carne cruda con sus dientes
o dejarme ahí en el frío,
meterme a esta pelea
y no tengo ganas de este pleito
pero tampoco me concibo rindiéndome.

Pocos, malditamente dichosos
los que contemplan fuera del frasco,
del micro constructo social,
incluso cuando el precio a pagar incluye
esporádicos impulsos de abandonar la vida misma.

Contemplo la pantalla,
su contenido y algún cable cae de mi nuca al suelo,
duele bastante, me logra marear. De asco y dolor,
ante mis ojos una serie de escenas del pasado se revela,
luego cae y nuca me sentí más a agradecido de volver a la realidad.

Esa madrugada, la más larga de mi vida,
ocho meses de caída y levantada, revolver, machacar,
reír y llorar, nudillos rotos, insectos de colchón
que se incrustan en la piel, culpa que calcina viejas fotografías,
letras persiguiéndose y matándose entre sí,
al fin termina.

Esta imagen casi irreconocible, tan cegadora,
me golpea gradual, la luz del amanecer.

Estamos vivos y muriendo.
Y por más cariño que te tenemos, no podemos quedarnos,
ni llorarte más, mi pila de cajas y yo.

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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