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Alguna vez leí que cuando una persona se encuentra varada en el mar, justo en el centro de la nada —y justo en donde la locura consume la mente con el paso de las horas—, hay una indicación de dar la cara al sol y la espalda al bote. En realidad, nunca lo comprendí del todo en aquella novela. Aunque si era un dato relevante y parte de la narrativa del autor, no definió la línea interna de los sucesos. Tuve la duda, más nunca la resolví por ser prescindible para la historia.
Hoy, como gran parte de los días que recién han pasado, el dolor persiste y va en aumento. No sé qué decir ni cómo decirlo, y quizá ni siquiera este texto tendrá coherencia. No es un ensayo, o una novela. En realidad, este es un texto para mí, para sanar, para curar el alma y el corazón. Es a través de estas líneas que espero encontrar —algo—, aún no sé qué; más bien es una búsqueda para volver a encontrarme y así, volver…
Soy un ser terrenal, fragmentado y efímero. Soy eterno. Soy el todo y la nada, soy humano y soy mamífero. Soy luz, pero también soy sombra. Aspiro a ascender, aunque nunca he sabido donde es arriba y donde es abajo. El bien y el mal, el prejuicio y esta libertad, el libre albedrio y el destino. Esta dualidad sin origen y esta unidad olvidada en el bucle generacional. Sí, eso y más somos ahora, hemos sido y seremos.
Si entendemos al presente como un hecho de causas y generador de consecuencias, todo se liga hacia su inmediato, y todos nos ligamos infinitamente. Ahora estamos naciendo, existiendo y a la vez muriendo. Estamos siendo; ser, en esta vida, la pasada y la futura, las paralelas y las muy tangenciales. Algún texto decía que la vida es cruel, sin piedad y de golpe; cuando naces, estás muriendo, a cada minuto mueres de a poco y, por lo tanto, lo que estamos haciendo es morir constantemente; nos dirigimos a nacer una y otra vez. ¿Por qué? ¿Cuál es el inicio y cuál es el final? ¿Estamos muriendo o estamos viviendo?
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Hace unas semanas viví la deconstrucción total del ser, física y mental. El domingo tres de enero murió mi madre y el lunes cuatro mi abuelo, mi padre.
No hay manera de explicar todo lo que es este proceso: total introspección y conexión hacia ellos. Constante charla subconsciente y la sensación del amor más puro y sincero. Un pico de aprendizaje y consciencia plena hacia lo que ocurría, para conmigo y con ellos.
En un par de ocasiones me tocó entrar al hospital; sentir la nostalgia, la alegría, la culpa, el olvido, el amor, la desgracia, el dolor, la amargura, la desesperación, la impotencia, la tristeza, todo. Sensaciones de más de 250 pacientes en un vestíbulo lleno de sentimientos, de recuerdos y, claramente, de un lenguaje que no sabía cómo leer. Y, más aún, me sentía menor ante la situación. Y es que la vida se estaba yendo a carreras de ese lugar, se escapaba por las ventanas a cada aliento de libertad del cuerpo. Y, en otras, entraba un poco de esperanza al espíritu.
Viví con temor esos días. Aún lo hago, en menor cantidad, pero lo sigo haciendo. Viví bajo mi propia transformación, hacia un limbo catártico entre la razón y lo emocional. En realidad, sólo estaba existiendo, sobreviviendo a cada ocaso y cada mañana. Sin embargo, mi postura siempre intentó ver lo mejor, paso a paso. Pero, como todo proceso que inicia, llegó un final…
¿Alguna vez alguien ha visto un cadáver? Bueno, pues, en mi primer acercamiento con la muerte, me tocó saludarla de mano, verla a los ojos y, entre un mar de muertos que te golpeaban, que apestaban y que, además, ya sólo se veían como pedazos de carne en constante proceso de putrefacción, escucharla, como se movía entre aquellas aguas de sangre. Tuve que mover un par de cuerpos sin vida para reconocer el rostro de la que algún día me había dicho que me amaba mientras salía de la casa en una tarde lluviosa. Tuve que despedirme de un cuerpo hinchado, lleno de sangre y asustado. Entendí como la muerte me llegaba, sin siquiera tocarme, como se acercó y se despidió con un hasta pronto. Así fue como salí por la puerta trasera del área de Patología. Muerto en vida y vivo para morir.
La liberación y mi sanación son las que hoy me colocan frente a este texto. Sentirme parte de lo que es y será este océano, lleno de aguas turbias y olas suaves, de arrecifes y zonas de huracanes. Eso, creo, es la vida misma.
Ya han pasado unos días y a diario ha sido un constante flujo de emociones que van y vienen, demonios internos que se han vuelto mis amigos; poco sabía de la existencia de algunos y otros tantos ya eran unos viejos conocidos. El camino se ve nublado, ajeno, áspero. Aquella línea temporal se ha disuelto para simplemente estar.
Es un pesar, es un recuerdo y un vacío el que no se termina de llenar con el paso de los días… de la rutina. Ahora, vuelvo a adaptarme, veo el cambio y un nuevo sendero a la vista, atento ante la adaptación, o la locura; dos caminos que tienen más parecido de lo que las palabras nos dicen. Ahora soy un ser de momentos, ajeno al tiempo, alguien que ya no vive en un futuro ni en un pasado, más bien, alguien que sólo está… experimentándolo todo. Un mamífero de gustos sencillos y placeres permanentemente instantáneos.
Me parece que estos actos son su muerte, su nacimiento y nuestra transformación. Un nuevo nacer para mí y a partir de ese día, yo… he vuelto a nacer, he vuelto a la vida. Pero, ¿cuántas veces nacemos en una vida? ¿Y cuantas muertes tenemos al nacer? Ya perdí la cuenta. Estos momentos son los de verdadero cambio y evolución. Llorando es como dejamos ir, el duelo sentimental, depuramos el cuerpo para encontrar la dirección correcta. Todo es tan momentáneo, tan frágil, que cuesta trabajo pensar en qué es lo que perdura fuera del tiempo; el amor, pienso yo, es una de esas cosas. Pero, ¿y qué más? La gratitud, podría ser. Dado lo anterior, todo lo demás es insignificante. ¡Todo! Si no somos seres de amor y gratitud, nuestra existencia en este plano no existe ante la totalidad, lo material quizá trascenderá unos años, pero entendiendo al tiempo como relativo, una eternidad es nada y, por lo tanto, ante el cosmos, cada uno de nosotros somos nada. Una pequeña parte de algo que no sabemos qué es. A veces creo que es lo mejor. No sé si estamos preparados para tanto. Más bien, deberíamos de dejar de preocuparnos por lo banal, por aquello que no produzca en nosotros y en los demás. Más bien, algo que provoque e incite a la consciencia plena y la felicidad.
En la manera en que avanzan los días, he colapsado, con algunas regresiones que, si bien, pueden ser de hace tres semanas, también de hace años; en mi colapso más fuerte; una visión de cuando era niño y todo era más sencillo, recuerdos que me lastiman y seguirán doliendo por mucho tiempo. Leí de un gran libro: «los recuerdos son el lenguaje de los sentimientos». A través de ellos nos comunicamos. No son necesarias las palabras ni las señas, simplemente las sensaciones. Ahora soy un mar de nostálgicas aventuras, desde el primer día en que aprendía a hablar, hasta aquella ocasión en donde hablamos del existencialismo humano. Ahora más que nunca veo la dulce sensación de extrañar a alguien, de recordar su calor y su manera de amar la vida, es necesario extrañar, tomar un respiro y ver desde otra perspectiva la situación, permitámonos extrañar más seguido.
En la búsqueda por encontrar la respuesta a muchas de mis interrogantes he leído este gran acierto: «cada una de las personas que se presenten en tu vida te serán un maestro, sólo hace falta saber en qué momento ocupas su aprendizaje». Y, vaya, la verdad que tienen estas palabras, cada acción, cada cosa, cada «coincidencia», cada suceso; todas y cada una de estas palabras tienen algo que enseñarnos. Quizá aún no lo sabemos. Y habrá algunas que omitimos e incluso otras que ocupemos en el momento siguiente: cosas instintivas. Lo interesante aquí es cuando notas esas pequeñas señales, de cuando has identificado que algún consejo de una madre, de un padre, de un desconocido, te ayudan a encontrar más y más respuestas. O, al contrario, como es que ellos tenían la misma duda. Aún no ha llegado aquel maestro que les de la respuesta a todos. Interesante notar dudas generacionales, dudas trascendentales de vida o muerte, pendientes que resolver y cosas incompletas por hacer. Nuestros hijos sabrán nuestros errores y aciertos, así como nosotros sabemos los de nuestros pasados. Hay información valiosa en todos lados, en cualquier momento y en cada una de las situaciones que nos pasen, en todo hay información y, por lo tanto, algo que aprender.
No me siento bien, pero ahora estoy tranquilo. Soy amigo de mis demonios y al día somos un equipo que sabe que estar triste es necesario, que, para poder superar las emociones, las tenemos que identificar, sentir, volver a sentir y después mirar de otro modo, para comenzar con otras, más difíciles o menos complejas, quizá. Soy ahora uno con mi tristeza y nostalgia, dos de mis demonios que más me han seguido estos días, demonios que me controlaron las primeras horas, pero que hoy se sientan a mi lado a tomar café y leer un rato, a ver recuerdos y llorar, a despertar y entender su ausencia, a no escuchar más su voz, a recordar aquel último aliento y forma de comunicación, a notar la soledad de mi camino, a voltear a ver a la negación que se ha quedado atrás, ver la ira acercarse pero no atreverse a estar junto a nosotros, ver la resignación, como queda aún muy lejos, y notar a la felicidad en un ir y venir, a salir con la esperanza de que al regreso estén ahí; a estar y existir; a volar en el trance de su amor y calor; a ser ellos para ser yo, a encontrarlos en mí y ver su luz dorada en mi cuerpo, a sanarme para poder sanarlos, a soltarme para dejarlos, y a desearles el mejor viaje, a entender su transcendencia de plano y despertar único. A ser feliz para que, mediante mi proceso de aprendizaje, introspección y conocimiento mismo, logré conectarme con ellos. Esos son mis demonios.
Sin siquiera esperarlo, ahora, después de todo este complejo de hechos, entendí por qué cuando un náufrago está a la deriva en el océano, una de las indicaciones es colocarse boca arriba en la canoa. Los pulmones se encuentran en la parte posterior del cuerpo y el principal objetivo es protegerlos del sol para un mejor rendimiento, los órganos que se encuentran al frente los aplastan y funcionan como barrera de los rayos solares, así tu esperanza de vida es mayor. Curioso dato que obtuve en la sala de urgencias el día que mi madre falleció.
Mientras firmaba el acta de defunción, el médico me explicaba todas las acciones que intentó hacer, una de ellas, al contrario del náufrago, fue girar el cuerpo boca abajo, decúbito prono, para que la expansión pulmonar fuera mayor, el flujo de sangre aumentara y la oxigenación subiera. Esto debido a la liberación de los pulmones de la presión por el peso propio de los órganos conjuntos, de esta manera se han atendido muchos de los casos con problemas respiratorios graves. Así fue como descubrí el razonamiento de un náufrago. Nunca me hubiera imaginado que la maestra de dicha respuesta iba a ser mi madre.
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.