Uriel Ramos.
Matanza de caracoles. 2022. Fotografía digital.

En los momentos que mi cabeza divaga en la infinidad de mi universo, una pregunta de ahí sale. Una que resuena en mis oídos y mi quietud arrebata. ¿Qué es la verdad? No lo sé, ni lo sabré, ni lo pretendo hacer.

Que puedo saber yo: un simple mortal que sueña con encontrar aquella respuesta que solo una divinidad podría contestar.

Grandes mentiras empezaron como verdad; verdades universales terminaron como mentira.

¿Es acaso un invento nuestro?

¿Una forma de justificar el tiempo gastado, la devastación de nuestro hogar y de nuestros propios hermanos, solo para encontrar aquello a lo que llamamos la verdad?

¿Por qué nos gusta jugar a ser nuestra propia deidad?

¿Qué acaso nos obsesiona tanto saber que somos producto de una inmensa casualidad?

Nos da tanto miedo cavilar que habitamos un relámpago de vida entre dos océanos de oscuridad.

Nuestra existencia no representa más que un parpadeo en la historia del Universo.

¿Es este miedo eso que nos hace pasar nuestra vida inquiriendo en una pregunta que sabemos jamás vamos a encontrar?

Quizá el buscar esa y otras respuestas sea un consuelo. Un consuelo saber que no vivimos en vano; que nuestra existencia, a pesar de ser efímera, ha servido para algo.
Y muchas veces, por obsesionarnos con estas cuestiones, solemos olvidar lo increíbles que somos: un milagro termonuclear que sucede con tanta cotidianidad; que a ella nos hemos logrado acostumbrar.

Aunque medite acerca de esto, lo más probable es que seguiré haciendo actos de los que pasé horas escribiendo.

En mi infinito egoísmo seguiré buscando una manera de perpetuarme.

Seguiré escribiendo hasta que el destino opine lo contrario.

Quizás algún día de estos la historia me conceda aquello que tanto anhelo. Que lo que he hecho se preserve en la memoria de mi hermano… El ser humano.

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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