Rembrandt. 'El secuestro de Ganímedes (Dibujo de estudio)'. 1635. Litografía para la edición Phaidon, 1960.

¿Quién iba a pensar que estaríamos pasando tanto tiempo, con nosotros mismos a vísperas de la soledad o a unos cuantos pasos del re-encuentro? A merced del silencio y de las tormentas de ideas, de los párrafos que esperan con ansia emerger de este abismo prefabricado, de este oasis ocasional que podría disfrutarse entre dos, pero se niega a ser sólo de uno.

¿Será que tenemos entre los labios la posibilidad del re encuentro tan esperado de permitirnos estrechar los brazos, y echar raíces, enredaderas que han de sentir la fuerza de esta gravedad efímera, una nebulosa entre el sosiego y la rabia entre paradigmas, paradojas y parafernalias?

Oportunidad.

De descubrir tantos miles de años en historia, las pinceladas de Rembrandt, el Aleph de Borges, las estaciones de Vivaldi, el Rigoletto de Verdi. Podríamos recorrer Macondo o Tonalá bajo las letras de un libro. Ese libro viejo con tiñe a mostaza. Escuchar quizá la obertura de Romeo y Julieta o jugar a ser Shakespeare y escribir un Hamlet en plena cuarentena.

Tenemos la oportunidad de estar solas —como lo hemos estado siempre— y cultivar un pedacito de historia, un pliegue del cielo, un mordisco de vida, en cada bocanada que nos permita el aire, podríamos incluso creerle a Platón y tener un discurso con él. Hacer de las horas historias y de los mármoles un imaginario colectivo al que pudiéramos concederle una estrella muerta en Orión, o una nota de amor en las pantuflas de la abuela.

Podríamos probar el queso de cabra, hacer grullas de papel, aprender a leer en braille, poesía, paseos y posdatas, escuchar una vez más las historias de tu madre, de tu padre, y revivirlas con esmero, pulir un par de recuerdo que perduren con el tiempo, dejar de hacer oídos sordos y bocas mudas, para bailar a la mitad de la azotea y aprender a no callar más nunca.

Podríamos encontrarnos con nuestro Bequer escondido, con un Basquiat de bolsillo, sentir la sinergia de estar todos vivos, y corresponderle a la catarsis tanto sea como estar vivos, pertenecerles a las noches que vibran, que en su naufragio nos cuentan historias que rara vez escuchan nuestros oídos, para serles fieles entre esperanzas, aquellas que navegan en cielo amplio y pecho dormido.

En fin.

Nos encontramos en un bucle de certezas y olvidos, estamos viviendo de recuerdos, de aquello que colgamos en el cuello y que nostálgicos han de traer consigo mensajes en botellas lanzadas al mar, y a la espalda nudos de esperanza.

Morir o renacer.

Bajo la ansiedad o la desventura, bajo el huracán y los lapsos de cordura porque nos esperan amaneceres más brillantes y nos aguardan tantas primaveras nuevas.

Nos esperan historias que contar, y una nueva forma de ver la vida.

Podemos renacer y volver a creer.
Y hacer de toda esta entropía una foto,
Que hay mucha tela de estas nubes,
y podemos hacer con ellas, timbres de ensueño.

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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