A veces lloro tan fuerte que ni necesito gritar.
Las lágrimas caen tan pesadas que no las puedo alcanzar.
Tu abrazo me alivia un segundo
de las cientos de horas de malestar.
Y por ese segundo me siento libre.
Libre de no tener que pensar
en cuantos se fueron, en hace cuantos días que no están;
en que le diré a la gente, cuando me pregunte como les va;
en que me diré por dentro, cuando me sienta mal;
en cuanto me tomara el tiempo, para llegar a sanar.
Porque estar conmigo misma, últimamente, es lo que más me llega a arruinar.
Cuando me abrazas me olvido de esa piedra en el fondo del pecho que me obliga a llorar
Lo doy todo por ese segundo de libertad.
Así que no pares de abrazarme nunca.
No dejes de abrazarme nunca, mamá.
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.