A unos cuantos días de haber iniciado el más mediático evento deportivo del mundo y el segundo más visto después de las olimpiadas: el mundial de fútbol está por irrumpir y paralizar por cuatro semanas al mundo entero.
El fútbol es sin duda alguna «el deporte más hermoso del mundo», es la forma de la pasión mejor repartida en el planeta, capaz de congelar por 90 minutos a un país entero, un fenómeno tan complejo que tiene la capacidad de explicar a través del mismo la situación económico-político cultural de un país.
Más allá del tema estrictamente deportivo, un país —cualquiera que sea— con las carencias e incógnitas de México no puede alcanzar el más alto de sus ápices en cualquiera de las múltiples aristas posibles si internamente no puede si quiera resolverse. La falta de apoyo, la corrupción, la inseguridad, las «palancas» y las mil y una limitantes que atraviesan no sólo los deportistas, sino cada uno de nosotros para salir a «romperla» todos los días.
En una sociedad que les exige más a los deportistas que a sus gobernantes, que no entiende al fútbol como un simple juego, que basa su felicidad en el resultado de un partido, sin concebir que se puede disfrutar del triunfo de su equipo, incluso dolerle algo la derrota del mismo; pero no golpea a su igual porque su equipo perdió, ni se va de fiesta 3 días y abandona a su familia porque su equipo ganó.
Los futbolistas, al ser un grupo realmente elitista, al que sólo unos cuantos privilegiados acceden, los vuelve una especie de depósito de frustraciones, se le pone a cargo de superar los fracasos de un país, tanto individuales como colectivos, un transfigurador del hartazgo, de la violencia, de la indiferencia, de la inmundicia en la que estamos inmersos.
Hace falta la capacidad de situar al fútbol en su verdadera dimensión: sólo es un juego.
El fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes; más no por esto deja de ser maravilloso, provocador, fascinante y mágico, un alucinógeno capaz de inducir una amnesia transitoria, sedante de las dolencias de este efímero trayecto llamado «vida». Parafraseando un tango: «a pesar de todo, el fútbol es hermoso».
En un país donde hay más filtros para seleccionar a un jugador que para seleccionar un presidente, dónde la habilidad es más apreciada que la inteligencia, y dónde un balón pesa más que un libro… ¿México necesita ser campeón del mundo?
Claramente necesitamos solventar muchas otras cosas, antes de pensar que el mayor milagro mexicano es ser campeones del mundo… No obstante, ¿cómo vas a saber, amigo mío, lo que es la vida, si nunca jamás jugaste al fútbol?
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.