Hoy salí a dar un paseo por el vecindario. Recorrí las calles y al pasar frente a un edificio azul me quedé parado en la banqueta, mirando a través de su ventana. Parecía ser el taller de un artista y lo que capturó mi atención fue una pintura en la pared del taller. Una pintura simple pero extraña, con un paisaje de tonos azules y verdes, así como las de Van Gogh. La luz se encendió y en el fondo apareció un hombre que al verme caminó hasta la ventana. En aquellos cuentos de realismo mágico el artista me habría invitado a pasar a su taller, y con tal de venderme la obra me habría contado su secreto, me habría dejado recorrer el marco de la pintura y meterme dentro de ella, entrar a ese mundo mágico, de la Ciudad de México a las costas de Amalfi en Italia. Pero no fue así y hoy he comprobado que ese realismo mágico del que alguna vez escribieron García Márquez, Cortázar y Michael Ende ya no existe más, podrá ser mágico, pero ya no existe. Y como este es el mundo real entonces el artista me miró como a un fisgón cualquiera y cerró la cortina frente a mis narices.
No estoy seguro de si soy un escritor o tan sólo un loco que recorre las calles de la Colonia Roma. Pero, de lo que sí estoy seguro es de que tal vez las editoriales tengan razón y que el realismo mágico ya no vale la pena. A final de cuentas, ¿qué caso tiene escribir sobre algo que no existe? Y peor aún, ¿sobre algo que ya no podrá encontrarse jamás? La respuesta y la solución la tiene y siempre la ha tenido el lector, pues este es quien decide si aceptar la magia o no, de sujetarla con las manos ansiosas y de arrastrarlas desde las páginas ficticias hasta su realidad agridulce. Los lectores ingenuos, si tan sólo supieran que la magia reside en ellos.
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.