Gerardo Buendía.
Sin título. 2022. Fotografía digital.

Te veo tocar el violín a través de la ventana. 

El sol resplandece sobre tu pálida piel y las marcas oscuras debajo de tus ojos. Tus flexibles dedos aprietan con la fuerza necesaria las cuerdas que tantas veces dejaron su huella en las puntas.

El arco arrastra con sus cabellos una desolada melodía en busca de terminar con aquella soledad que te ha perseguido como una sombra, día y noche. 

Tu reflejo en el vidrio me da escalofríos. Me congela y mis manos tiemblan. Tu boca está cerrada, pero el violín gruta escandaloso tomando tu lugar. El dolor de tus muñecas y dedos tienen nada que envidiar a tu alma. Tan sólo se asemeja a una suave caricia. 

Tu cabello desordenado imita a tus más profundos pensamientos. 

Te veo. 

Te veo y desesperadamente necesito que dejes de tocar la melodía. 

Corro y corro. 

No dejo de correr hasta llegar a la ventana.

El sol quema. 

El césped apuñala mis pies desnudos. El aire no golpea contra mi rostro. Golpeo la ventana con desesperación. Mis magulladas manos traspasan aquél vidrio. 

Mi cuerpo las sigue, cayendo sin razón alguna al suelo. 

Sin dejar de reproducir la desolada melodía, me observas. 

Grito. Pero, me ignoras. 

Desgasto mis cuerdas vocales rogando que pares, que te detengas. 

No lo haces. 

Aumentas la velocidad de tus dedos al compás del arco. 

Comienzas a desaparecer, a desvanecerte en la nada. 

El sol deja de brillar. 

El césped comienza a arder de las cenizas. 

Tu dejas de existir. 

Yo dejo de existir. 

El violín cae con fuerza sobre el suelo de madera. 

Se rompe en mil pedazos. 

Y queda en el olvido.

 

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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