Barbara Amor.
Cupido e Isis. s/f. Fotografía digital.

[Prólogo]

 

En su anatomía crucificada estaba yo. Decidí partirme la carne en dos para que una de mis dos yo siguiera viva. Es que este niño precoz envuelve a cualquiera con su habladuría, su belleza, también destreza. No era más que la fachada escondida. Tener que obtener todo recurso desde la falsedad. Cupido es el impostor, niño obsoleto, repulsivo, manipulador. El amor él lo manejó o creyó hacerlo y haciendo esto se quemó, buscaba pagar su dolor con el ajeno sin darse cuenta de que yo me desprendía, por eso mutilé un alma muy mía.

[El primero]


Lo tragué en mi encaprichamiento. Apolo está riendo. No tengo recuerdos de cuando me lo comí vivo y entero; Cupido estaba maldito, lo liberé de su creación lastimera. Cupido, fiel amante, el mejor amigo que todas desean, pero insípido, mejor que Afrodita en elocuencia. No faltaron dulces sueños, exótica frecuencia y también magia salvaje con sabor a fresas.

[El segundo]

 

Este Cupido era traicionero, pensó que me tendría en la palma de su mano. Ofrendas yo daba, hasta darme cuenta de su verdad. Como todo hombre, algo tramaba. Derramada la crema con mermelada ya estaba, yo lamía mis heridas recién raspadas. Concedió mis caprichos de envoltura. Yo cortaba un mechón para que él obtuviera mi cordura, pero pobre hombrecillo de alas torcidas, no se daba cuenta de que un ángel en tortura lo amenazaba. Y con un hilo arranqué su cabeza. Debía presentar su renuncia. Tal vez miles de almas salvé, a su juego y merced se mostraron en una falacia. Lo comí pieza por pieza, bañándolo en caramelo suave, porque todo mejor con azúcar sabe.

[El tercero]

 

Un Cupido caído del cielo, me hizo caer en su propio tormento, hizo creer que las flores de mi jardín eran frescas, la ilusión de una vida entera; decisión férrea, tal vez mordaz, consumía cada vez más, succionaba sangre bendita y mis huesos apenas movía, su flecha no atravesó sólo el corazón, también la espina dorsal, mi cabeza y la garganta, empapada de un ser diminuto yo estaba, aprensada y desgarrada, nadie podía oír que Isis yacía arrumbada, maltratada. Sólo se oía un silencioso silbido de sus labios: «querido cupido, sácame de aquí, abre la jaula». Esta fue abierta y fui abandonada. Cupido dejó a una muñeca vacía. Cupido sabor a sal, cargué con tu consciencia por todo mi mar; tu inteligencia a cualquiera deja boquiabierta, pero tu corazón tuve que destrozar, porque mi arma contra ti no era atacando tu ego, era demostrarte nada; esa fue la clave, mi valiosa nada, ni los mechones de mi cabello encontrarás en tu preciada cama. La nada que es todo. Quedará en tu corazón como un recuerdo tormentoso. De eso morirás.

Cupido ya no existe. Nunca existió. La responsabilidad del amor está en nuestras manos. Aún seguía recordando el sabor salvaje de tu amor, ese que estropeamos tú y yo. Cupido jamás llegó. No existió, porque los maté yo.

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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