1:35 de la madrugada, una flecha se clava en mi pecho.
Un mensaje viejo
antes de caer;          lo encontré en mi teléfono roto.
«Ya nadie se llamará como yo», decía el texto.
Es paradójico. Parece que almaceno polvo
y restos de lluvia en los bolsillos.
Huele a óxido con brisa de mar, me digo finalmente.
La flecha se derrite poco a poco. Veo su voz en la cama.
Se destiñe.
«Espero que te recuperes pronto». Finaliza el recado.
Puntos suspensivos. Materia disecada. Me siento en la escalera
cómo esperando a pagar la cuenta. Pero, todo está cerrado.
Posdata: «No te odio, no podría».
Transparencias. Aparente eternidad. Nunca pudo aterrizar.
Creo que por eso lo conservo.
Es lo más idéntico a un recuerdo.
Otro mundo. Aquí nada flota.
Francamente, me posee esa historia              (fragilidad transitoria).
Se tambalea. Estallidos, compaginaciones, turbulencias,
fijadas ahora como una postal en medio de un libro.
Cercanía ficticia. Por cierto,
no te despediste, no me acuerdo. Cada palabra lo dice.
No sé si es lunes o domingo, ahora que lo pienso. Sigue oscilando.
Impasible. Que sepan ellos que me duele.
Enfermedad crónica. Abierto toda la semana, por supuesto.
Insisto, es el precio de convertirse en personaje-objeto.
Largas filas. Aparatos de magia. Como sea. Tan sólo fluye.
Sonámbulo. Ha de partir. Entre cajas de cartón emergerá
su líquido retrato, sobre todas esas estatuas que la homenajean. Preludio. Sepulcro.
No sé cómo explicarlo. Está recién llegada.
Efigie de un suicida: «usar en caso de emergencia». Lo leí en un cruce.
El silencio de las cosas. Arremete, oprime, revolotea, luego suspira. La instrucción es clara.
Ha pasado ya tres veces frente a la puerta. Amenaza con llevarme
si no me levanto de la sombra.
Pero, yo sigo corriendo tras el tiempo, tras mi vida.
Es decir, vi a las aves cuando cerré los párpados, sin agitarme, sin desear contarte
cómo todo me da vueltas.
Un paréntesis enorme. Danzan las avispas.
Deambulan las moscas frente al cuarto. Te escribí una carta.
Después de todo, los vecinos escucharon. Usé el traductor.
Salto cuántico. Un poema: el dichoso laberinto forrado de nube.
Es irreversible, me lo dijo anoche. Vendrá pronto.
Tendré que decirle que espere
por lo menos a que se quite este mareo.
«15 de diciembre de algún año.
Palabra: ‘espejo’. Palabra: ‘inédito’. Palabra: ‘hallazgo’.
Viene en el ascensor;
apenas 10 megapíxeles. Se vende por separado.
Sólo en tiendas oficiales».
Me refiero a que un día se verterá concreto
para darle forma
a su quebranto.
Se levantará una mañana y verá su foto
en cada rincón de la ciudad. Llegará el llanto. Se volverá monumento.
Querrá olvidarlo, aunque eso implique rechazar su imagen.
En otras palabras, huir-volar-hundir-volver-herir-vivir. Continuará escribiendo.
Es curioso, alimenta el fuego con más ceniza.
Cada tanto, regresa al mismo lugar.

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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