Ha sido una creencia comúnmente difundida, desde la definición moderna de la disciplina artística, que todo lo que toca el artista se convierte en arte. Así como el rey Midas convertía todo lo que tocaba en oro, se ha generado la creencia que todo lo que toca el artista necesariamente tiene que convertirse en una obra artística. Sin embargo, esta enunciación no podría estar más equivocada, ya que, aunque refleja valores que han constituido a la disciplina artística, las manos del artista no contienen ningún elemento mágico que tenga el poder de transformar la ontología del objeto, de cosa común a obra de arte.
El pensamiento moderno del arte, el cual fijó la separación del artesano y el artista, consolidó la figura del segundo como un genio creador —otorgándole grandes derechos y libertades—, mistificando su imagen. Asimismo, el pensamiento moderno desarrolló el concepto de la obra artística como un elemento autónomo —en el cual, su creación no dependía de ningún fin específico u utilitario más que el de ser arte (fin en sí mismo)—. Además, propició la aparición del museo y la transformación del mecenazgo hacia un mercado del arte más complejo. Todo esto trajo diferentes cambios en el mundo artístico, no solamente en los temas a representar, las técnicas utilizadas o los materiales empleados, sino también la forma de definir, clasificar, circular y consumir la obra. Las transformaciones desarrolladas en el campo artístico se vieron reflejadas por un nuevo entendimiento de la obra de arte, posibilitando la gestión y cohesión de diferentes instituciones y mercados, así como el de diferentes intermediarios, como: el galerista, marchant, subastador, crítico y posteriormente con la consolidación de la figura del curador y gestor cultural.
Estos cambios de pensamiento, así como la creación de nuevas instituciones, mercados más complejos y la necesidad de nuevos intermediarios fueron elementos necesarios para consolidar al mundo del arte, pero sobre todo para crear el imaginario del artista como genio y creador, transformador de materia común en arte. El ejemplo más emblemático, que todo historiador o crítico de arte ha apelado para la explicación del concepto moderno del arte y su cuestionamiento de valores a través de la misma obra, son los ready-mades de Marcel Duchamp llevados a cabo a principios del siglo XX.
Marcel Duchamp fue un artista dadaísta, quien puso en quiebre diferentes valores del arte moderno. Sus trabajos más emblemáticos fueron las piezas conocidas como ready-mades, los cuales consistían en «tomar un objeto de la vida cotidiana, colocándolos de tal manera que su significado instrumental desapareciera bajo un nuevo título y un nuevo punto de vista» (Shiner, 2004). En otras palabras, creó una comprensión nueva de ese objeto. Es decir, su trabajo consistió en tomar objetos distintos de uso común, los cuales tenían una función determinada en la realidad, ya sea como quitar la nieve [In advance of the broken arm, 1915], o servir como asiento o ser la parte de una bicicleta [Roue de Byclette, 1913], y suprimirles completamente de su funcionalidad, poniéndolos en un espacio de exhibición como obras de arte con la finalidad de ser contempladas. La acción del artista que intencionalmente hizo crítica a los ideales modernos de lo que es una obra de arte y un artista, no transformó los cimientos bajo los cuales se define al arte, al contrario, mostró como es que funcionan las instituciones artísticas y como los mismos valores del arte que rigen el sistema son los que transforman al objeto común en obra de arte. A través de este ejemplo, podemos ver como las manos del artista no son el elemento mágico que convierte un objeto común en obra de arte, sino que son la institución, el mercado, los valores que imputan y a los que responden, así como los intermediarios que los hacen circular, los factores que pueden transforman por completo la ontología del objeto.
La acción de Duchamp marcó precedentes en la historia del arte, así como en la posterior producción artística. Sin embargo, esta cuidadosa transformación del objeto común a obra de arte pudo verse desde los primeros momentos de la creación del museo. Por ejemplo, en Francia, en la época de la Revolución, esta institución nació con el interés de resguardar monumentos y obras de personajes de la aristocracia y la monarquía; con la finalidad de que grandes piezas y monumentos, con valor artístico, no fueran destruidas por el pueblo —debido a los conflictos sociales del tiempo—, por lo tanto, las piezas fueron llevadas a estos nuevos recintos culturales denominados «museos» para poder ser resguardadas, transformando así la función moral y política de las obras por una función estética.
De igual forma, se puede ver esta absorción en las piezas religiosas o ceremoniales de culturas no occidentales en los museos. Distintas piezas africanas o de nativos americanos a partir del siglo XX comenzaron a ser absorbidas por museos de arte, remplazando toda la carga espiritual y religiosa que la pieza representaba por una carga estética. Esta transformación del valor cultual al valor exhibitivo que, como diría Walter Benjamín, es la transformación que la pieza sufre al remplazar su función moral, política o ceremonial por una función estética.
Con todos estos ejemplos mencionados, puede reconocerse que, aunque el artista sea el elemento indispensable para la creación de la obra, necesita todo un aparato institucional y mercantil de validación para consagrar una obra de arte.
[El texto completo analiza el valor simbólico como un valor esencial de la obra de arte que, aunque por un instante pareciera un elemento intrínseco a dicho objeto, no es algo innato de la pieza, sino una construcción de significados derivadas de las relaciones del sistema del arte].
El valor simbólico en la obra de arte
Es difícil separar categóricamente los objetos en una realidad en donde todos significan y comparten relaciones personales o utilitarias con las personas. Sin embargo, la creación de estas mismas relaciones entre los objetos y las personas permitieron que se desarrollaran valores y significados específicos, así como se determinaron valores específicos en la mercancía —valor de uso y valor de cambio, según Marx—, a través de su intercambio y circulación. Las relaciones que estableció el objeto artístico, en el campo del arte, le otorgaron valores específicos. Y uno de estos fue el valor simbólico.
El valor simbólico se puede definir como la característica propia del objeto artístico, la cual sitúa a la obra fuera del entendimiento y de la lógica de la economía política, provocando un nuevo entendimiento hacia este, en donde su significado y carácter económico convergen entre sí, otorgándole distinción y relevancia sobre el objeto de consumo común.
Este acercamiento hacia la obra fue propuesto por el teórico Jean Baudrillard, en su texto Crítica a la Economía Política del Signo. En él, Jean Baudrillard hace un análisis hacia la obra de arte y trata de entender al objeto más allá de su valor de uso y su valor de cambio; es decir, propone entender al objeto desde el campo del consumo y las relaciones sociales y simbólicas, sea así a través de su significación. Bajo este modelo, la obra va forjando el valor simbólico a través de los sistemas de legitimación en donde va circulando, como son: el museo, las instituciones privadas y públicas, la academia, el mercado, los espacios alternativos y, como diría la historiadora Isabelle Graw, hasta la misma construcción de la historia del arte, que interviene para la creación de este valor en la obra artística.
Por el otro lado, el valor simbólico también se ha definido como el valor que un objeto adquiere debido a las relaciones que genera en el campo donde circula, en dónde intervienen distintos intermediarios y disciplinas. En este acercamiento hacia la obra, Bourdieu sistematiza una teoría sociológica, la cual nos ayuda a comprender como es que funciona el valor simbólico en el campo del arte, así como nos permite vislumbrar las relaciones en juego existentes en el espacio: los distintos campos políticos, sociales y económicos que intervienen para el funcionamiento y la circulación de la obra.
Con esto, se entiende que, en la obra, al ser una construcción social, su valor simbólico depende de acciones externas del propio artista, por eso el valor que se le otorga a una obra no podría existir sin intermediarios que la reconocieran o espacios de exhibición y circulación que la validaran. En general, el valor simbólico en la obra de arte puede entenderse como el valor que se le otorga a una pieza o a un objeto cultural debido a las relaciones que éste establece en el espacio donde circula, siendo este circuito nada más que el aparato complejo del arte. Este valor es resultado de la interacción de múltiples variables, convirtiéndose en el producto de la dinámica del sistema artístico. «Por lo tanto, el valor simbólico es el valor que se da debido a las múltiples interacciones de la obra en el campo del arte, siendo así un valor que no se podría obtener si no existieran ni los espacios de circulación ni los agentes de validación» (Gil, 2019).
Son distintos los espacios y circuitos que otorgan este valor a la obra. Los más importantes son: la institución artística —la cual involucra tanto a una comunidad de conocedores y agentes legitimadores—, al igual que los espacios de museos, escuelas y bienales; además, se incluyen los espacios de intercambio comercial, como: las galerías, casas de subasta, ferias de arte, espacios de exhibición y venta emergentes, así como —en unos cuantos años veremos sí— los medios digitales para la circulación de una pieza —que se convertirán en un nuevo espacio de legitimación de la obra.
Mencionado esto, podemos darnos cuenta cómo se necesita de todo un aparato complejo para formar el valor simbólico en una obra. Siendo así que el valor simbólico se constituya como un proceso social, el cual lo conforman tanto espacios como agentes de validación. Por lo tanto, el valor simbólico no es algo propio del objeto, ni una cualidad inherente o una propiedad objetiva de las cosas, sino es el reconocimiento y la aceptación que el objeto gana a través de su circulación en distintos espacios y la validación de distintos agentes u intermediarios.
Aunque el valor simbólico no sea una cualidad inherente del objeto, si es un aspecto que distingue al objeto común de la obra de arte. El valor simbólico es un elemento que adquiere la obra a través de su circulación y validación en los espacios del mundo del arte, el cual diferencia a las obras de arte de los objetos comunes.
Para la creación del valor simbólico intervienen tres factores: el primero es el espacio de circulación de la obra, el segundo son los agentes de legitimación que intervienen, convirtiendo al campo del arte en un espacio de creencias —y es así como Bourdieu denomina el campo artístico, en el cual múltiples espacios y agentes están en relación constante para la consagración de la obra de arte—. De igual forma, hay un tercer aspecto, aún no desarrollado, que ha ayudado a la creación del valor simbólico en la obra de arte. La misma construcción de la disciplina artística como campo de saber y de producción de objetos ha impulsado la creación del valor simbólico, es decir, la historia del arte, que desde hace algunos siglos ha generado un estudio y análisis hacia las obras de arte, ha posibilitado la cohesión de este valor en las obras.
El valor simbólico fue resultado de la estricta definición moderna del arte: «(…) es la expresión de una carga elusiva derivada de una variedad de factores: singularidad, veredicto histórico artístico, reputación del artista, promesa de originalidad, perspectiva de duración, pretensión de autonomía, perspicacia intelectual» (Graw, 2015). El valor simbólico es el resultado de la idealización presentada en la construcción del arte como disciplina autónoma, la cual responde a valores superiores y exclusivos.
«Desde su gestación, (…) el término ‘arte’ ganó predominio en el siglo XVIII como un sustantivo singular colectivo, utilizado para denotar un principio superior compartido por las diversas artes. El concepto de arte, entonces, tuvo una pesada carga simbólica desde el comienzo, y continúa estado sobre determinado por una valoración normativa e idealista. (…) Tan pronto como digo la palabra ‘arte’ o declaro que algo es arte, evoco una categoría cargada de juicios de valor al tiempo que le concedo un sello de calidad» (Graw, 2015).
La importancia del valor simbólico en el mercado y el museo
Se ha mencionado que el valor simbólico juega un papel muy importante para la consagración de la obra en el museo y en el mercado. Si pensamos el valor simbólico bajo la teoría de Bourdieu, el museo sería el espacio donde se crea ese valor y el mercado sería el espacio dónde se consagra e intercambia el valor simbólico por un valor de cambio —dinero.
«In the contemporary art market, economic value can only be established if it is backed up by artistic value: a growing body of research shows that the reputation of an artist (the sum of all the solo and group shows in museums, monographs published, acquisitions of works by institutional collections, etc.) is one of the best predictors of price levels. The late French sociologist Pierre Bourdieu accounted for this correlation: the type of capital around which the art world revolves is not economic or financial, but symbolic. Possessing symbolic capital means having the power to “consecrate” works of art» (Degen, 2013).
Se ve entonces, como el valor del artista y de su obra es otorgado a través de la consagración institucional. Así que, mientras mayor capital simbólico tenga el artista, mayor valor económico podrá representar su obra en el mercado. Bajo este postulado, podemos entender al mercado como ese espacio en dónde se realizan intercambios y transacciones monetarias, en donde se transforma lo cualitativo en cuantitativo, pero no como el lugar para la consagración de la obra. Sin embargo, esto no aplica siempre, ya que a lo largo de la historia se ha visto que el museo no es necesariamente el único espacio que valida a la obra y le otorga un valor simbólico. El mercado también puede ser ese espacio en dónde se crea el valor simbólico y se legitima a la obra. Para entender a mayor profundidad esta noción, partiré por describir brevemente como fue que inicio el museo y el mercado del arte y los cambios que han tenido hasta nuestros días.
El museo de arte se estableció como una institución que tenía por objetivo la sacralización y preservación de la obra de arte. A través de este proceso de legitimación, el museo le otorgó a la obra distintos valores y estatus, permitiendo que se distinguieran de los objetos comunes, atribuyéndoles un valor estético. La asimilación y conservación del objeto con cargas estéticas y artísticas fue la principal labor que tuvo el museo de arte moderno, éste se convirtió en un espacio de fetichización orientado hacia la consagración de los objetos. Por ende, el museo se estableció como un espacio destinado a la exhibición de obras, fomentando una actitud contemplativa por parte del espectador, asimismo, dotó a las piezas exhibidas de un valor simbólico que paralelamente puede y ha sido reconocido ante el mercado y convertido en valor de cambio —dinero.
Por el otro lado, el mercado se caracterizó por ser ese espacio —virtual o físico— para el intercambio de bienes, en dónde se mercantiliza el objeto intercambiándolo a través de transacciones monetarias. El mercado de arte ha sido un espacio en dónde se intercambian obras de arte. En él intervienen distintos agentes para la realización de transacción compra-venta. El proceso de venta simple de una obra involucra dos agentes: el artista y el coleccionista o comprador de obra. Sin embargo, este proceso de venta se ha vuelto más complejo con la aparición de nuevos intermediarios como: marchantes, galeristas, dealers y subastadores. Estos intermediarios han posibilitado el proceso de intercambio, que han actuado igualmente como catalizadores que hacen fluir el movimiento del mercado.
El mercado del arte moderno ha sido un espacio de constantes cambios. Inició con la transformación del mecenazgo al coleccionismo. En otras palabras, las obras empezaron a circular a la venta en un mercado en dónde ya no se hacían piezas por encargo, sino que se producían piezas, e intermediarios, como galeristas y marchantes, encontraban compradores potenciales para las piezas. El papel de estos agentes fue fundamental para la circulación y venta de las obras. Asimismo, la aparición de un nuevo consumidor —el coleccionista burgués— posibilitó mayor fluidez en la venta y compra de obra.
Desde sus inicios en el siglo XVIII, al siglo XXI, el mercado del arte moderno se ha ido transformando y ha tomado mayor fuerza debido a que el número de transacciones monetarias ha incrementado.
Encima, este mercado se ha internacionalizado debido al incremento en el grupo de consumidores. El desarrollo del mercado del arte ha dado un giro parcialmente positivo para algunos de los integrantes del medio, generando creencias de estabilidad y autonomía frente a otros mercados. De igual forma, la llegada de la globalización intensificó la confianza hacia este mercado.
Asimismo, el mercado, además de ser un espacio para la compra y venta de piezas, poco a poco se ha ido transformando en un barómetro del arte y se ha convertido en un centro de legitimación de piezas artísticas. Ejemplos de este hecho hay muchos. El mercado del arte ha dejado su papel primario, de ser un espacio para la circulación e intercambio y paso, a ser un centro para la legitimación de obras, en el cual, el precio de una obra determina tanto el estatus y la calidad de un artista.
Uno de los espacios más complejos dentro del marco del mercado del arte, son las Casas de Subasta, en ellas son circuladas e intercambiadas obras que anteriormente ya habían estado de venta en el mercado primario. Su función principal es la de alcanzar el precio más alto para una pieza. En el campo del arte, la subasta representa uno de los eventos más complejos en el mundo económico, puesto que este espacio rompe y transgrede los límites económicos.
«La subasta, ese crisol donde los valores se intercambian, donde valor económico, valor/ signo y el valor simbólico se transfunden según una regla del juego, puede ser considerada como un matiz ideológico, uno de los lugares privilegiados DE LA ECONOMÍA POLÍTICA DEL SIGNO. (…) (En la) subasta de la obra de arte (…) el acto decisivo es el de una doble reducción simultánea, el del valor de cambio (dinero) y el del valor simbólico (el cuadro como obra), y de su transmutación en valor/signo» (Baudrillard, 1974).
La subasta adquiere gran relevancia en el mundo del arte, ya que lo económico y simbólico de una obra están en constante juego, debido a la apuesta y competencia entre los participantes del evento. Las casas de subastas actúan en un mercado secundario, es decir, las obras que circulan en este espacio ya están legitimadas y avaladas por el mercado primario —ferias, galerías, entre otras—, así como algunas ya están validadas por instituciones como son los museos. Por lo tanto, el papel que juega la casa de subastas no es la de posicionar al artista en un mercado, sino agrandar el renombre de artistas ya consagrados y aumentar su valor en el mercado.
De igual forma, esta función de las casas de subastas, de ser un espacio donde se generan transacciones monetarias, ha dejado de ser su único objetivo y esto se ve reflejado en su ampliación de servicios. Actualmente, muchas casas de subasta de escala internacional como Sotheby’s y Christie’s realizan eventos alternos al evento de subasta, como exposiciones gratuitas para el público, promoviendo el arte como otra institución. Asimismo, han fundado centros especializados en la investigación de arte y el mercado, lo cual crea generaciones de agentes intermediarios que estudian tanto a las piezas en el mercado como a los artistas y su movimiento.
No obstante, las casas de subastas realizan un papel muy importante en la valoración de una obra, ya que pueden atribuir tanto valor económico como simbólico. Por su puesto que no cobra la misma función en comparación de un museo, sin embargo, lo que sí posee es que, a través de todas estas actividades y relaciones que tiene en el mundo del arte, esta está facultada como espacio de legitimación de una obra.
[Conclusión]
Desde la creación moderna del concepto de arte, esta ha generado distintas interrogativas en torno de que es lo fundamental que constituye y define una obra artística. Aunque las manos, las ideas y el ingenio del artista son innegablemente importantes para su creación, no son el elemento mágico que transforma a un objeto común en obra de arte, ya que la validación de una pieza, la cual involucra al aparato complejo de la disciplina artística, es el que les otorga valores a los objetos para distinguirlos categóricamente de otros.
La obra de arte es producto de una serie de relaciones entre intermediarios y espacios de circulación. Por ende, todo el misticismo alrededor del artista es solamente una veneración arbitraria e idealista. El análisis del valor simbólico en el arte es un aspecto fundamental para entender cómo se distingue al objeto artístico y como circula en los campos institucionales y en el mercado. Puede notarse que el valor es fundamental para la consolidación de un valor económico de la misma pieza. Por ende, analizar el valor simbólico en una pieza de arte nos lleva a entender como aspectos cualitativos son transformados en elementos cuantitativos a través de la transformación del valor artístico de la obra hacia un valor económico, el cual influye directamente en su precio.
Referencias:
BAUDRILLARD, Jean. (1974). Crítica de la economía política del signo. [Trad. del francés al inglés por Aurelio Garzón del Camino] 2 ed., Siglo XXI, México.
BOURDIEU, Pierre. (2008). Capital cultural, escuela y espacio social. [Trad. del francés al español por Isabel Jiménez] Ed. Siglo XXI, México.
DEGEN, Natasha (ed.). The Market [El mercado]. ed. (2013). Whitechapel Gallery, United Kingdom.
GRAW, Isabelle. (2015). ¿Cuánto vale el arte? Mercado, especulación y cultura de la celebridad. [Trad.del alemán al español por Cecilia Pavón y Claudio Iglesias] Ed. Mardulce, España.
SHINER, Larry. (2004). La invención del arte. Una historia cultural. [Trad. del inglés al español por Eduardo Hyde y Elisenda Julibert] Ed. Paidós, España.
GIL, Itzel. (2019). La mercantilización del objeto artístico. Contrastes, diferencias y similitudes con respecto a la definición de mercancía. [Tesis de licenciatura. Universidad Nacional Autónoma de México]. Repositorio UNAM.
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.