Gabriel Amador.
Sin título. 2018. Fotografía digital

¿Qué si me aterran las alturas? Claro que sí, también el mar abierto y, después de la mordida de un San Bernardo el año pasado, ahora también los perros. Pero, logré enfrentarlas mirando por la ventana del avión. ¿Qué otra cosa podía hacer para evitar a la señora que me platicaba de sus problemas cardiovasculares mientras se atascaba de papitas?

Recuerdo bien que casi pierdo el vuelo por andar distraído, pensando en tu sonrisa. Nunca había sentido tanta desesperación en un avión, mucho más cabrón que la tensión de aquella final de mayo cuando mi equipo se coronó campeón.

Esto iba mucho más allá de lo que conocía. ¿Y si no te gustaba? ¿Y si me plantabas? ¿Y si te parecía aburrido? A eso y mucho más me arriesgaba y es que, siendo franco, eras demasiado chida para ser verdad. Siempre fui un 7 que subía a 8 por carismático, pero tú eras, por mucho, la morra más preciosa con la que había romanceado, aunque fuera a distancia. Y mira que sabía de todo eso pues crecí con Myspace.

Cuando aterrizamos, te avisé que estaba ya en la ciudad y respondiste que esperara, pues el pinche tráfico era infernal. Fiel a mi costumbre, fui el último en bajar, caminaba hacia la banda transportadora, mientras pensaba: ¿qué perfume usará? Ya con maleta, buscaba una pantalla, eran tiempo de eliminatorias mundialistas y México se rifaba una visita a Centroamérica. El aeropuerto olía a alitas y a esperanza. Aún no llegabas. Esperé paciente y con sonrisa nerviosa. «Ya te la aplicaron, wey», me repetía en la cabeza, mientras veía el celular y esperaba tu mensaje.

Cuando llegaste, buscaba impaciente, pero, como ninguno de los dos dominaba el aeropuerto, parecía juego de escondidas. Te vi de espaldas y supe que eras tú, me acerqué pensando en decir algo chingón para causar una buena primera impresión; un: «hola, aquí estoy» fue lo mejor que se me ocurrió. Me miraste y me abrazaste. Desde ese día estoy seguro que el cielo huele como tu cabello. Nos besamos en medio del pasillo. Unas señoras empezaron a aplaudir, como si supieran que en nuestra historia comenzaba uno de los mejores capítulos.

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

Suscríbete

NEWSLTTER