Quién
lo diría, que se hallaba escondido
entre las cortinas de la sala de observación,
ese amor que hacía falta, pócima de la vida eterna
y cura de la soledad venidera.
Quién
pudiera pensar que lo mío no era de antibiótico,
que era necesidad de vos, urgencia mía de vos,
de lo que implicas y lo que implican tus besos
narcóticos, contagiosos, bacterianos y mortales.
Quién
podría haberlo dicho, ni el doctor ni la enfermera,
ni el internista ni el cirujano, ni el portero ni la cocinera,
que mis venas no resistían una gota más de suero
porque lo que querían era tu presencia para mi hastío.
Eres
doctora, eres enfermera, eres camillera y recepcionista,
eres diclofenaco cada seis horas para mi dolor del alma,
eres hioscina compuesta para calmar
las quejas del corazón
y eres compañera, para pasar la vida juntos los dos.
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.