El viento, el gato, el rosal, preguntan si la construcción de la metrópoli va a durar mucho.
El reloj ha empezado a acelerarse. Y el aire se calienta.
Seguimos buscando en voz alta nuestra etiqueta: ¿cómo te llamas?
Aparecen las llamas disecadas sobre vidrios rotos.
Pensamientos parecidos, discursos en clave, formato líquido y agónico,
como café expreso de Starbucks, endulzado con azúcar de Oxxo
durante un congreso de modernismo sustentable, directo al archivo.
Se baña de angustia, la calle enmohecida se derrite.
Al cabo no somos su imagen, dice alguien.
Somos simplemente espectros.
Ellos hablan de una ciudad que no existe.
Continúan llamando futuro a una ocurrencia.
Sigue especulando la voz del sol, hace publicidad de su herencia
como un arrebato sistemático que contar en la siguiente entrevista en BBC
para conseguir sponsors.
Mientras, los poetas conversan sobre ahora sí empezar a hacer poesía,
pero hay que formar una editorial primero. Pongámosle un nombre subversivo.
Cine de viernes por la noche: una película de Adam Sandler con subtítulos.
No pueden faltar los cigarros, las cervezas y una novela de Bolaño
sólo como pretexto para deshacerse del olor a carne.
La señora dice que a la ciudad le queda poco. A su madre le pasó lo mismo.
La memoria, el miedo, el amor, parecen despedirse de nosotros.
Entretanto artistas continúan en el after, abrazando su trayecto,
hablando de lo complicado que es el proceso:
una suerte de tierna melancolía cobijada de una otredad falsa.
Políticos juegan pirinola en el sótano de un bar clandestino.
Los arquitectos entretanto hablan de Luis Barragán frente al espejo.
Hace falta mejorar la calidad educativa, hay que crear un colectivo.
Invitaremos a músicos que escriben letras inspiradas en poder pagar la renta
el siguiente mes.
Lo transmitiremos en Zoom.
Será espectacular.
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.