No es un secreto que uno de los temas de Jorge Luis Borges es la memoria, tanto así que dos celebres relatos suyos la llevan en el título: Funes el memorioso y La memoria de Shakespeare.
Desde su primer cuento, Pierre de Menard, autor del Quijote, encontramos ya una reflexión sobre lo que alguien es capaz de recordar, reflexión que se vuelve evidente cuando vemos el motivo que lo llevó a escribir ese cuento: el 24 de diciembre Borges se golpea la cabeza al resbalar por una escalera y va a convalecer al hospital; la pesadilla que lo atormenta mientras se recupera —delirio que se relata en el cuento El sur— es la de no poder volver a escribir nunca más. Su solución, para calmar tal terror, es escribir un cuento en el que alguien intenta escribir línea por línea el Quijote sin recurrir a convertirse en Cervantes, sino desde el punto de vista de un hombre del siglo XX. La cura es efectiva y no sólo eso, es el inicio de una de las mejores obras de ficción de la literatura. El temor era el de nunca poder llegar a alcanzar la memoria de Cervantes —el de nunca poder escribir como él—, al burlarse en el relato de tal pretensión tan ridícula, logra tranquilizarse al mismo tiempo que le pierde el respeto a Cervantes al desestimar su memoria. «Mi empresa no es difícil, esencialmente… me bastaría ser inmortal para llevarla a cabo (…). Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será», dice. Borges es un gran crítico de la memoria. Como el gran recurso de los «genios», y un gran crítico de los genios mismos, en ese cuestionamiento a esa aparente virtud congénita funda su obra.
Y es que para este escritor los recuerdos nunca son nuestros, siempre vinieron de otros, aunque olvidemos de donde vinieron y al final de nuestra vida estén absolutamente mezclados. «Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve seré todos: estaré muerto». [El desprecio al individuo es tal que, en el Factor Borges, Alan Pauls, maneja una interesante teoría en donde dice que el autor de Ficciones le robó la memoria al poeta Evaristo Carriego para crearse un pasado y una mitología, con la cual pudiera funcionar su personaje Borges, presente en muchos de sus cuentos y fuera de ellos].
En varios relatos como El Aleph o casi en libros completos como El informe de Brodie, los objetos se vuelven parte central de la historia. Cuchillos, espejos, enciclopedias, monedas, laberintos, forman el eje fundamental; sus funciones, como la de replicar mundos de los espejos, se vuelven la esencia de la trama, por encima de los hombres a los que controlan. También la memoria parece aquí funcionar como tecnología: Funes, el hombre de la memoria absoluta, es comparado —y despreciado— a un cinematógrafo y un fonógrafo, es por eso que, según Borges, Funes es incapaz de pensar.
La irreverencia que tuvo con Cervantes, y luego con Funes —el prototipo de intelectual clásico que tiene una memoria sobrenatural—, la tiene también en su último cuento con Shakespeare. Hecho a partir de alguien que obtiene la memoria del autor de Romeo y Julieta. El descubrimiento es que la memoria del inglés no es valiosa por sí misma; Shakespeare ve cosas que puede ver cualquier otro, pero su valor está no el que ve sino en cómo lo ve y sobre todo en que ve con el oído.
En ese mismo texto, recupera de De Quincey la forma en que funciona la memoria: «de Quincey afirma que el cerebro del hombre es un palimpsesto. Cada nueva escritura cubre la escritura anterior y es cubierta por la que sigue, pero la todopoderosa memoria puede exhumar cualquier impresión, por momentánea que haya sido, si le dan el estímulo suficiente». La memoria no tiene que ver con una expansión de conocimientos que podemos elegir a la mano sino con la capacidad de evocar, es digital y no analógica. Cuando Borges dijo que todos los hombres serían capaces de todo anticipaba la era del internet. Hoy basta con recordar un pedazo de un poema y ponerlo en el buscador para que nos aparezca el poema completo. Ya está aquí la utopía de la memoria absoluta que, no supimos leer, y que resultó bastante distópica.
En El informe de Brodie, el viejo ciego cuenta la historia de una tribu de aborígenes que carecen de memoria. Sólo un grupo de ellos, unos hechiceros de la tribu, goza del privilegio de tener memoria de forma muy incipiente, a muy corto plazo, y también de tenerla a futuro: «la memoria no es menos prodigiosa que la adivinación». Lo que les da el poder de predecir que dentro de poco se parará una mosca sobre ellos. La idea se repite en un poema: «en el futuro soñará Alonso Quijano que puede ser Don Quijote sin salir de su aldea». El poema se anticipó a la fantasía de internet, la ilusión de que en un iPhone se encuentran todos los mundos, El Aleph.
Como cualquier clásico, Jorge Luis Borges anticipó las fantasías que inevitablemente —sin importar la existencia de Borges— íbamos a tener. En un mundo que se mueve tan rápido, ¿cuál será en 50 años nuestro recuerdo de Borges, nuestra lectura de él?
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.