Eventualmente corren frente a mí
en su condición de espejo y manto
las viejas heridas.
Dejo que sean.
Ellas me hacen.
Se desplazan en mis adentros;
pero sólo existen
mientras me siento
a ver la vida
contemplarme.
Me deslumbran los días.
El agua quieta
quiere que termine.
Me atacan
las flores marchitas
sobre el escritorio.
Es probable que sea la herencia del destino
situada al filo de la muerte
entre dos sombras
de concreto fresco.
Acaso en el paraíso
aparece mi nombre,
bajo el reloj,
tras el cansancio.
Se desvanece.
Se torna grisáceo.
Sobre mi hombro se levantan,
sin embargo, entre prisas,
las mariposas.
Quieren huir.
Quieren salir de esta oficina.
Quieren volver a jugar con la lluvia.
Acostumbradas al impulso
de sufrir y querer
en el mismo acto
se rompen.
La ciudad está soñando,
todos a la vez.
Ella quiso irse.
Nada puedo hacer.
Afuera colapsa el amor.
La idea de un mundo nuevo
todavía no cabe aquí.
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.