Carolina Navarrete.
Sin título. 2022. Fotografía digital.

Y de pronto surge la duda:
si uno besa con nostalgia
o más bien toca el recuerdo con los labios.
Recordar o ser recordado, es la premisa.
Amar la tempestad mientras fallece el tiempo
sobre los hombros cansados. Sólo nos queda la añoranza.

(Paisaje líquido, sin embargo).
(Causa. Caída. Sin efecto.
Contemplación de remanentes, por eso los álbumes de fotos
y las historias de antes).

Es decir, la duda continua en forma de eco, pero no se dice.
Y entonces llega la pregunta:
¿cobija uno el mecedor impulso del cuerpo
o, más bien, se marea con el tacto?
Recordar a alguien o recordarse con algo; incertidumbre.
Habitar o ser habitado.
Nadie lo sabe.

(Y la duda luego se vuelve un calvario.
No sabe uno si la gota es llanto o es lluvia;
o si ese lamento le pertenece o lo alquila.
No sabe si sólo se debe a que se ha visto al espejo
y no supo quien era el reflejo
y entonces tuvo que recurrir al viejo truco:
el de mirar en paralelo queriendo hallar sus bordes
en la voz rota del otro,
en la pobre certeza de un cuerpo despojado,
que lo mira a uno despertar cada mañana).

Viaja uno en la ausencia o se ausenta del viaje.
Desnuda uno su apariencia.
Aparenta uno su desnudez.
Nadie lo sabe.
La duda sigue, se detiene.
Ya no sabe uno dónde acaba el placer, por ejemplo,
ni dónde empieza el arranque del instante:
vaivén ensordecedor, vorágine envuelta
de sacudida y olvido. ¿Cómo saber si esto es todo?
Silencio. Deseo. Gemido. Calma y sueño, desvelo, acto seguido, otra vez lunes.
Extranjeros en el país de la memoria, cada uno.
Nos enamoramos de la trampa. Estamos ligeros.
Esa es la vida que quisimos. 

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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