Ayer me detuve. Me detuvieron, mejor dicho.
Acariciar la inexistencia.
Cinco segundos. Sólo eso.
Nieve sobre las ojeras, polvo en los labios secos,
el escritorio desplegándose, caracol de agua salada.
Irreductibles confabulaciones también aparecen
se apilan detrás mío.
Inhóspita memoria. Cerrar los ojos. Desvanecimiento. Despedida.
Pues, en mi lenguaje se pasea. Profundidad machacada,
esparce tropos; en el aparador lo vi;
[luz desmembrada, revolotea la sangre, danza, juega la carne
(cuenta hasta diez),
espera recibir otro gramo de azúcar de regalo].
(Resplandor lejano, huidizas pasiones bifurcándose,
escuché en el viento mi fecha de caducidad).
(Tropel de instantes fugitivos. Mareo. Premonición).
(Todo se esfuma al divisar borrosas las figuras.
Al final de eso se trata:
dormir para soñar que uno sueña
apenas algo para saberse despierto al otro día).
(En fin). Reverbera bajo el sofá el velo negro.
La casa humeante, allí vuelvo:
halo índigo, hormigas rojas,
olor a tierra mojada
como fondo de pantalla, se repite la conversación:
la cama aguarda, una sombra se desviste
transformada en río [entubado y árido]. Perfecto camuflaje.
En su superficie corren autos, animales y espíritus.
Suspiro. Le cuesta articular palabras en voz alta.
Aprendió a caminar a ciegas guiándose por el ruido.
Sendero herrumbrado, espinas, sillas, balcones,
se pasean las faustas tempestades
convertidas en orgasmos
que luego la gente guarda.
(Deambula en mis recuerdos:
el cuerpo desnudo en medio de árboles gigantes).
(Registro del eco empeñado
para ver la vida
de quienes sí pudieron dibujar el porvenir).
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.