Gerardo Buendía.
Sin título. 2024. Fotografía digital.

No todo lo que se escribe en verso es poesía,
como no toda la poesía habida cabe en un verso.
Porque a veces para hacer poemas no bastan las frases, las imágenes ni los besos,
pues, 
hay poemas que no se escriben, o se dictan o se pronuncian con el tacto.
Ecos raros. Silencio. Artefactos, al fin y al cabo.
Es decir, existen sólo porque dos o más presencias
alrededor
se instalan
para develar su forma abstracta
(nunca para heredar su jugo
ni compartir su sustancia).
Contenido + Ritmo = Un poema de poemas. (Un poema largo).
Si fuera fácil cualquiera podría nombrarse              poeta, claro,
ir a fiestas, llorar un poco
y redactar luego su experiencia
como una lista de supermercado.
No. No. No.
Tampoco bastan las palabras, mucho menos decoraciones
ni historias ni fronteras ni fábulas random.
Por ejemplo, cualquiera puede escribir: 
«pululante oteo
en la otredad
se revela». 
En lugar de decir:
«vi revelada                        mi condición de extraño;
preguntaron ellos:
¿Por qué no había venido antes?
Yo no supe si se referían a mí».
[Como sea. Vuelvo al origen. Vuelvo al desvelo]
[epílogo-encuentro-persona-anclaje]
De cualquier forma, hay cuatro clases de poetas:
deambulan, van, allá-vienen.
Más vale un resumen:
En primer lugar están quienes escriben.
Como si el acto mismo de escribir fuera sagrado, sinónimo
de crear, profundizar, conducir, depurar, sostener, quebrar, dilucidar, habitar, desvanecer, y tantos verbos, todos reunidos.
Los segundos, cavilo, más bien danzan
disfrazados de lenguaje, esparciendo tropos y atavíos
a cambio de dulces.
Escriben a mano, la mayoría de ellos con pluma fuente.
En sus cuadernos pueden leerse                    poemas como:
«una especialidad matérica, de voluntad pétrea,
confinada por dos pares de horizontes.
Allí instalé mi mirada».
Bien pudiendo escribir: «me quedé viendo el cuarto de concreto».
La tercera clase publica poemarios, por supuesto, 
como fingiendo que han encontrado la clave
para describir el mundo. En otras palabras, adjetivar su objeto
para dar cadencia a su decadente atisbo.
Pero, oye, ahora son autores reconocidos.
Ah, si, la cuarta clase, sin embargo. ¿Verdad? No me olvido.
Esa clase sólo se burla de las tres primeras, ya lo he dicho                       antes.
No escribe, se deja escribir.

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

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