Aprendí luego, con los años,
qué hay poemas que duelen
y hay otros que inspiran.
En unos puedes curar tus heridas,
configurar frágiles puentes
entre el sueño y el desvelo,
entre la idea y el recuerdo.
Casi como un baile a oscuras
luego de un beso en la cima del mundo.
Sin embargo, también hay poemas que queman
al mirarlos,
que te oxidan, te despojan,
revuelven la estirpe acumulada en los párpados
y la meten después debajo del mar.
Porque, a decir verdad,
hay poemas que son puertas, espejos, ventanas,
y otros que son muros,
otros que son camas, o escamas, o voces lejanas,
otros que son el rayo del sol
calentando una espina metálica
a la mitad de un desierto.
Tarda uno en entender esa condición:
qué hay poesía en el amor visceral
tanto como en la fachada de una casa
a la que el reloj ha convertido en un objeto inanimado.
Qué hay poesía que contamina,
otra que provoca;
una que sensibiliza, una que resguarda;
qué hay poemas sobre los que nacen presencias,
otros sobre los que muere un amigo.
Poemas como agujeros negros,
como banderas, como tormentas,
como semillas, como siluetas, como vehículo
para escapar del edén al final de la fiesta.
Porque hay poemas que cobijan el cuerpo,
mientras que otros lo atacan, o lo atan, o lo dibujan
hasta deformar su retrato.
Y un poema lo puede ser todo:
una nube, un volcán, un árbol, una manzana,
el pecado primigenio, la antesala de la esencia,
y también simplemente un par de frases
arrinconadas en algún lugar
de la piel,
simplemente esperando
por fin terminar el mismo trabajo.
En resumen.
Hay poemas que sirven para abrazar la lluvia,
otros que se crearon para entenderla,
otros que la atraviesan, otros que la observan,
otros que ayudan a amarla,
otros que la descomponen,
otros que ocupan sus gotas para tejer ciudades;
poemas donde la lluvia es sólo una imagen
que representa otra cosa.
Hay poemas que sirven para acompañar a la lluvia,
otros que simplemente le temen, que la idolatran,
otros que posibilitan tocarla,
otros que miden su fuerza,
otros que son ritual para llamarla,
otros que cuentan su historia.
Hay poemas de entre los cuales la lluvia descansa,
otros sobre los que la lluvia responde.
Hay poemas donde la lluvia se transporta mágicamente,
otros que hacen llover en el interior.
Hay poemas, no obstante, cuyas aristas predicen la lluvia,
otros donde la letra se sumerge en un charco,
otros en donde la lluvia se esconde de nosotros,
otros que son el río, el lago, el manto, la sombra de una cascada seca,
otros que son una lata de cerveza,
otros que riegan las plantas
al atardecer.
No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.