Uriel Ramos.
Sin título. 2020. Collage digital.

¿Qué tuiteamos? Variedad de cosas: política, vida cotidiana, gustos, reflexiones. Se tuitea de lo que sea. Mejor preguntarnos, ¿por qué tuiteamos? ¿Qué hace que le dediquemos a esa red tanto tiempo todos los días, entre checarla, retuitear, likear, comentar y echarse uno que otro pensar en un tuit?

Pareciera que en esta red social estamos por decisión propia. Mientras que a Facebook ingresamos casi por inercia; nos era útil para la escuela y aún ahora que muchos han dejado de utilizarlo, por alguna razón, no ven conveniente hacerlo de forma definitiva: ingresan un par de veces al día para ver que se ha dicho; de Instagram podemos decir que, aunque nadie está obligado a estar ahí, su estética [experiencia] es tan suavecita, tan llena de felicidades, que a nadie le es un peso estar ahí —salvo a los que no soportan la hipocresía—. No resulta nada incómodo. No pasa así en Twitter, dónde es inevitable el enojo, la pelea, el insulto, y uno se mantiene ahí a pesar de eso, o quizá por eso, porque en Twitter se está o no se está; su círculo rojo, que es el único —arrebatándole ese lugar a los periódicos—, requiere de la participación, de estar conectado.

Se trata de una red en tiempo real. No hay ninguna otra que se beneficie tanto, los re-tuits tienen que darse al instante para que el tema se agote lo antes posible y sea remplazado pronto por otro, por un nuevo linchamiento. Un trending topic es una enorme bola de nieve que crece mientras pasa una y otra vez a toda velocidad por nuestro celular, al ritmo del scrolling va creciendo, hasta que en determinado momento decidimos unirnos a ella, tuiteando algo respecto, aunque sólo logre adherirse hacia quien tiene el suficiente estilo para pegar —muy pocos se suman a la bola, aunque muchos la alimentan desde afuera retuiteando—. Los tuits de un mismo tema nos van conectando personalmente hasta que entendemos ese tema a la perfección, Twitter activa en nosotros un algoritmo interno que pronto se une a lo colectivo.   

La red del pajarito funciona como un cerebro, un montón de neuronas que individualmente tienen un aporte mínimo pero que cobran fuerza cuando se coordinan, cada quien aporta desde su pequeño sitio. Lo difícil de este universo es no opinar. Hablamos de un lugar profundamente humano en el que la tecnología no manda —como en Facebook, dónde hay nula participación, sólo replica proveniente de otras redes— aunque por desgracia en varias ocasiones mande el ego.

Este es un espacio… ¿un tiempo? Rítmico, lleno seguridad, de espontaneidad, de atrevimiento. Uno vive al mismo tiempo que tuitea: se enamora, se casa, se divorcia, termina la escuela, cambia de trabajo, crece y se hace chiquito. Los tuits captan ese ritmo y reflejan la vida, con sus altos y sus bajos, sus momentos lentos y los acelerados.

Hablamos de una red, en general, honesta —habrá mil bots, mil influencers idiotas, tendrán mil retuits y millones de seguidores, pero hasta ahora no han conseguido entrar al círculo rojo de Twitter, que es el verdadero Twitter.

Se tuitea para resistir, y eso no puede hacerse sin imaginar algo mejor que el hoy.

En su conjunto, en este espacio imaginamos alternativas al presente, muchas veces como si ya fueran ciertas. Aunque una parte de lo que imaginan algunos sea un triste regreso al pasado; hay, sobre todo, en las mujeres twitteras un pensamiento hacía futuro que espero sea profético.

No sé para que publico, de todas formas no ves mis indirectas.

Suscríbete

NEWSLTTER